Revista Cultura y Ocio

Spirit In The Sky – Keiino

Publicado el 01 octubre 2022 por Srhelvetica

Vamos con el que es, con permiso de las tremendas «Mata Hari» de Effendi y la muy reciente (y exitosa en nuestro país) «Llámame» de WRS, el mayor de los placeres culpables servidos en las ediciones más recientes del festival de Eurovisión: the very best of the very worst, las canciones que entre toda la morralla presentada al certamen, despuntan y se apoderan de un menda mucho más allá de lo que me gustaría reconocer, y no precisamente por su refinamiento.

Pero he de aclarar una cuestión antes de glosar las maravillas de «Spirit In The Sky«, la delirante (en el buen y el mal sentido del término, todo a la vez) canción con la que Keiino representaron a Noruega en la edición del ESC de 2019: tengo dos listas hechas en Spotify relativas al festival, a las que recurro con escasa resistencia en mis desplazamientos en coche. «EUROBIEN» está integrada por canciones chulas (ahora lo digo en serio) presentadas al certamen, y generalmente desclasificadas antes siquiera de llegar a la final, con alguna que otra sorprendente y maravillosa excepción (véase el caso de la hermosísima «Amar Pelos Dois» de Salvador Sobral con la que Portugal ganó pasándose por donde yo te diga el manual de cómo componer una canción que triunfe en Eurovisión). Pues bien, la lista «EUROMAL» es justamente el reverso tenebroso de la primera: aquellas canciones, generalmente de escaso valor artístico, en las que sin embargo me gusta embarrarme una y otra vez cual cochino en el lodazal pese a lo barato de su factura: ahí entrarían justamente las dos canciones citadas en el primer párrafo de esta entrada, junto a joyas del todo a cien musical como «Verona» (Koiit Tome & Laura, ESC 2017), «Dancing Lasha Tumbai» (Verka Serduchka, ESC 2007) o el «Ne Ver Ne Boysia Ne Prosi» de las rusas t.A.T.u (ESC 2003).

Sobre todas ellas, coronando las reproducciones de «EUROMAL» está esta despiporrante y muy obvia canción firmada por el trío Keiino, ganadora en el Melodi Grand Prix de su país y por tanto representante por Noruega del festival que se celebraría aquel año en Tel Aviv: una composición TAN eurovisiva y tan loca que se mea, y perdón por la expresión, en las mejores parodias de canciones de Eurovisión que se inventaron para la divertísima «Eurovision Song Contest: The Story of Fire Saga», la película de 2020 con la que Will Ferrel nos compensó de la pandémica suspensión del certamen. Esta canción es Eurovisión en estado puro, un manual pluscuamperfecto en el que no falta NADA de lo necesario para triunfar en el no muy bien valorado (a nivel musical) certamen:

– Cantante guapo, cantante jamona, cantante simpático: el rubísimo Tom Hugo estaba a la altura de lo que un festival tan gay friendly requiere sobre el escenario, Alexandra Rotan apañaba la demanda de de divas y aunque Fred Buljo no acapararía a priori demasiadas miradas, su aportación al tema, aún limitada, como luego se verá resulta esencial para la pista.

– Puesta en escena camp: sastrería medieval, casacas de cuero, amuletos, rayos láser y zooms frenéticos. Ni un segundo de respiro, que los espectadores de casa no puedan aburrirse (los que estaban en la pista es imposible que se aburrieran, menuda canción más perfecta para dejarse llevar y pasárselo pipa), todo ellos regado con miraditas seductoras, paseítos que conducen a la reunión en el escenario y poses extáticas.

– Progresión espectacular: los autores sabían perfectamente a lo que se va a Eurovisión (A DAR ESPECTÁCULO) y la secuencia del tema es infalible. Un arranque envuelto en magia en la primera estrofa, la introducción del ritmo sintético en el puente, y por fin, tras unos segundos de suspensión en el vacío al principio del estribillo, la histeria desatada por la música dance y el imprescindible toque étnico. A esa alturas, que la letra sea una absoluta patochada sobre auroras boreales, espíritus del bosque y libertad para amar nos importa más bien poco: la fiesta es la fiesta, y el trío sabe muy bien lo que ha venido a vender. Tanto, que a la altura del minuto dos, justo después del segundo estribillo, la cosa se sale de madre: QUÉ-CO-JO-NES-ES-E-SO. Con el rugido de un trueno todo queda en completo silencio y Buljo parece quedar sólo: ha llegado el momento, sí, de conjurar a los ancestros y que los mismísimos espíritus de los sami (una clase de lapones o algo así) se reúnan sobre la pista de baile. Es todo tan pasado de rosca, que de tan francamente ridículo (aún me acuerdo de la carcajada que solté frente a la tele la primera vez que vi esta actuación) me parece absolutamente sublime. Y después de eso, el camino es siempre para arriba: estribillo, llamaradas, ventilador, subidita de tono, gritos vikingos, a tope de todo, al éxtasis por el exceso.

Guilty pleasure total: señoría, soy culpable. Arrésteme señor agente, porque he pecado, o lo que sea que haya que decir, pero la petardada scandipop de «Spirit In The Sky» me hace reír al tiempo que me hace cantar al tiempo que me hace bailar; hace que me sienta francamente contento. Y los Keiino, pues mira, pese a ser los primeros en el televoto (recibió la máxima puntuación de ocho de los países participantes), a los miembros del jurado no les gustaron tanto y quedaron al final solo sextos, qué cosas. Pero mira, por lo menos siempre podrán decir que lo hicieron mucho mejor que Madonna (que dio vergüenza ajena con su horrorosa actuación durante los tiempos de votación). He-lo e loi-la.

Publicado en: Guilty PleasuresEtiquetado: 2019, Dance-pop, Eurovision, Hugoworld, Keiino, OKTAEnlace permanenteDeja un comentario

Volver a la Portada de Logo Paperblog