Este artículo fue publicado originalmente en el blog TeleObjetivo en el año 2011. Sé que ya pasó un año y medio del final de Spooks, pero como en Get a Life! comenté absolutamente TODAS las temporadas de la serie durante mucho tiempo, me pareció que mi review de la última tenía que quedar en este blog también.
¡Advertencia de SPOILERS!
Ha pasado mucho tiempo desde aquella violenta y shockeante escena en la que una joven agente del MI-5 era asesinada frente a sus compañeros con una freidora. Diez años, para ser más exacta. Eso ocurrió en el segundo episodio de Spooks y sin dudas marcó, junto con la solidez de su elenco y de sus guiones, algo que caracterizaría a la serie para siempre: la violencia, la crueldad, la facilidad para matar personajes principales sin demasiados miramientos. Pero ahora todo eso ya forma parte de un buen recuerdo, porque hace más de una semana Spooks se terminó… y para siempre.
A continuación, mi opinión sobre la décima y última temporada de esta gran serie de la BBC, haciendo especial énfasis en, por supuesto, el episodio final.
En la primera temporada de Spooks, Harry Pearce (Peter Firth) ya era el jefe de la sección D del MI-5, pero no era la atracción principal. En ese momento, los que más llamaban la atención eran los jóvenes agentes que salían, armas en mano, dispuestos a perseguir terroristas, simular ser otras personas, y desactivar bombas. Diez temporadas más tarde, la situación es otra: sigue habiendo agentes jóvenes (ya no los mismos de por aquel entonces) que salen a patear las calles, pero ahora el que más interesa es Sir Pearce. Es así como el argumento de esta última temporada se introduce en la vida de Harry para llevarnos a su pasado como espía durante la Guerra Fría, etapa durante la cual entabló una relación con Elena Gavrik, esposa de un espía de la KGB, primero por razones estrictamente profesionales -para convertirla en una doble espía para Rusia y Gran Bretaña- y más tarde por razones sentimentales. Treinta años después, ya en la actualidad, Harry y Elena vuelven a encontrarse en el contexto de la firma de un tratado entre sus dos países y, como era de esperarse, los peligros están a la vuelta de la esquina…
Sin dudas me resultó interesante que los guionistas de Spooks se decidieran a ahondar un poco en la vida personal del personaje más importante de la serie ya que, recordemos, este programa nunca se caracterizó por dar demasiados detalles sobre las vidas de los agentes. Además, creo que le sumó más dramatismo al asunto y lo hizo personal y más atractivo para los espectadores. La introducción de la familia Gavrik también me pareció interesante no sólo por su relación con Harry, sino también por sus integrantes, especialmente Elena (Alice Krige) -con su aspecto de mujer fría, misteriosa, y su tono de voz afectado- y, cómo no, Sasha (Tom Weston-Jones), hijo de Elena y, durante cinco capítulos, también de Harry. Gracias a ellos dos se fue develando parte de la historia de Sir Pearce y se fue mostrando la culpa enorme que él sentía por no haber podido ayudarlos en su momento, tal como les había prometido.
Durante los escasos seis capítulos que duró esta temporada se fue construyendo una historia entretenida que incluyó conspiraciones, terrorismo, secretos, y todas esas cosas que Spooks tan bien sabe hacer. Que Elena efectivamente haya estado engañando durante todo este tiempo a Harry me parece que no fue sorpresivo, pero eso se compensó en el último capítulo con la revelación de diversas traiciones y secretos muy bien guardados dentro de la familia Gavrik y que Harry, a pesar de ser un buen espía, jamás vio venir.
Con respecto a los demás personajes, este año hubo dos nuevas incorporaciones en el equipo de la mano de Erin (Lara Pulver) y Callum (Geoffrey Streatfeild), mientras que se mantuvieron Dimitri (Max Brown), Tariq (Shazad Latif), y la gran Ruth Evershed (Nicola Walker). El equipo nuevo me agradó, pero nada más. En mi opinión, le faltó un líder fuerte, como fueron Tom, Adam, o Ros en su momento, y por eso me da la impresión de que la idea era que esta temporada se centrara en Harry y Ruth principalmente y que no se desviara tanto la atención hacia los demás personajes. Igualmente, como ya es habitual en Spooks, a alguno le tenía que llegar la hora, y la víctima fue el pobre Tariq, el techie del grupo. Una lástima.
Ahora, el final. El final de los últimos diez minutos que, más allá de la historia de los Gavrik, era el que más me interesaba. Ese final. Ese que me produce sensaciones un tanto conflictivas.
La historia de Harry y Ruth, en el plano romántico, debe ser una de las más largas e imposibles de la historia. “Amor” y “Spooks” no se complementan, eso es sabido, y diez temporadas creo que fueron suficientes para demostrar que es imposible que los espías tengan una vida relativamente normal rodeada de afectos. Por eso, a la idea de que lo de Harry y Ruth iba a terminal medio mal la tuve siempre, pero eso no quita que haya tenido cierta esperanza por ellos. Creo que en cierto momento del episodio, la muerte de Ruth pudo intuirse, pero igualmente a la sensación de tristeza no me la saca nada. Después de ver los últimos diez minutos, mi primera reacción fue algo parecido a “[inserte su insulto de preferencia aquí] ¡LOS ODIO!” Pero claro, luego de reflexionar un poco, mientras sentía un horrible vacío por dentro (porque definitivamente no está bueno que maten a tu personaje favorito), empecé a darme cuenta de que, si bien odiaba a los guionistas de Spooks por matar a Ruth, el final era totalmente adecuado y coherente con lo que había sido la serie durante estos diez años. Era inútil esperar un final feliz para estos dos espías sufridos y complicados, y hasta su conversación final fue triste: las últimas palabras de Ruth, “Harry, we were never meant to have those things”, fueron palabras de resignación porque sabía desde hacía mucho que nunca iba a tener la vida que soñaba (¡y en una casa con puertas verdes!). Snif. Siempre me quedarán los mejores recuerdos de la relación entre Harry y Ruth, mis dos personajes favoritos de la serie, así como también de la tremenda química que hubo siempre entre Peter Firth y Nicola Walker, sin dudas dos enormes actores que en las últimas tres temporadas se fueron cargando lentamente la serie al hombro.
En los minutos finales de Spooks todavía quedó tiempo para una sorpresita (al menos si conseguiste sobrevivir la semana previa al final de la serie sin que Internet te la spoileara) y para otra escena que hace que se te piante el lagrimón. La sorpresa fue el retorno de Tom Quinn (Matthew Macfadyen), reclutado por Harry para hacerse cargo del ruso que había estado complotando con Elena. Su aparición es muy breve, pero estuvo buena, especialmente considerando que a los actores de Spooks en condiciones de volver al programa (ergo, que sus personajes no están muertos) se los puede contar con los dedos de una mano. Y la escena triste a la que me refería (como si con la muerte de Ruth no hubiera alcanzado) es esa en la que Harry va a visitar un lugar del MI-5 donde se recuerda a todos los agentes que murieron durante sus años de servicio, un lindo y tristón recuerdo hacia todos los viejos personajes.
Creo que igualmente triste resulta ver a Harry en su escena final, atendiendo el teléfono de su oficina dispuesto a seguir trabajando como espía como desde hace tantos años, porque claro, ahora que Ruth no está más, ¿qué sentido tiene dejar el MI-5? ¿Qué puede él hacer con su vida sin el MI-5 si no tiene por lo menos alguien con quien estar? Nada. Y por eso vuelve a su despacho, triste, solitario, resignado, dispuesto a seguir combatiendo a esos que Callum define en los minutos finales como “gente mala que quiere matarnos”.
Y hasta acá llegué. Es larguito el comentario, pero va a ser la última vez que reseñe una temporada de Spooks, y además tenía ganas de hacer catársis por escrito. Realmente es una lástima ver a esta serie partir para siempre, pero luego de tantos años es preferible que se haya terminado ahora, en el momento justo, a que la hubieran estirado interminablemente hasta destruirla. Gracias Spooks por tantos años de excelente drama. Hasta pronto, Harry Pearce.