Hoy quiero sugeriros este anuncio. Es sencillo y, a la vez, muy valioso. Es una historia de amor y de lucha, de superación y de esfuerzo. Es hermosa. Y, lo más importante, es real.
Esta historia nos habla de amor, de cariño, de un afecto que supera las barreras del tiempo… y que permanece inalterable en la madurez y en la vejez. “Para mí, ganaste”: Para mí, tú has sido siempre el mejor de los hombres, el mejor de los maridos, el amor de mi vida, lo que siempre he deseado.
Tal como está narrada, la historia emociona y sobrecoge. Porque es hermosa. Pero, además, está basada en un caso real.
Sucedió el 20 de Octubre de 1968, en el estadio Olímpico de Ciudad de México. Tras la entrega de medallas de la maratón –tradicionalmente, la última prueba de los Juegos Olímpicos- se ha celebrado la ceremonia de clausura y los espectadores abandonan el estadio. Es ya noche cerrada. De repente, los altavoces se ponen de nuevo en funcionamiento y piden a los asistentes que se queden en el interior del recinto. En el exterior, se escuchan unas sirenas de la policía y se percibe el reflejo de numerosas motocicletas, con los faros encendidos, que alumbran el camino hasta el estadio olímpico. Todo avanza con lentitud.
Se oyen gritos de entusiasmo. Un grupo de personas que está en el túnel de entrada empieza a aplaudir y, en pocos segundos, el estadio entero ovaciona, como pocas veces se ha visto, a un atleta que está entrando en ese momento.
John Stephen Akhwari, nacido en 1942 en Manyara, Tanzania, surge del fondo de la oscuridad. Entra dando tumbos, con una pierna mal vendada que supura sangre y pus. Le quedan sólo 400 metros para llegar, y sigue corriendo, torpemente, tropezando a cada paso. El público entiende al fin y, puesto en pie, rompe en uno de los mayores aplausos que se han escuchado nunca en un estadio. Están presenciando un ejemplo histórico de valor y superación.
En cuanto Akhwari culmina los 42'195 Km., cae exhausto y es recogido por el personal médico, que lo traslada de inmediato al hospital médico. Al día siguiente, en una rueda de prensa Akhwari explica que había tropezado en el kilómetro 19, y en la caída se había destrozado la rodilla y dislocado un hombro. Cuando le preguntan:“¿y por qué siguió corriendo, si ya no podía ganar, ni correr?”, Akhwari contesta: “Mi país no me envió a 5.000 millas para que empezase la carrera, me envío a 5.000 millas para que la acabase.”
Dos años después, Akhwari terminó quinto en la maratón de los Juegos de la Commonwealth, disputados en Edimburgo. Y en 1983, tres años después de su retirada, recibió la medalla de honor al héroe nacional de su país.