Revista Cine
Las Vegas, NV, USA, 1964: El doctor estaba completamente loco por su mujer (relata Faulino), de modo que, tras su fallecimiento en un accidente de automóvil, se obsesionó con la posibilidad de resucitar su rostro en otra persona. Analizó, como un pintor que intenta reproducir una obra maestra, en sus recuerdos y en sus fotografías, cada uno de los matices de su cara, cada rincón, cada pliegue, la forma de su nariz, de su frente, de sus ojos y de sus labios. Un semblante es un paisaje: volvió a caminar por él en su memoria. Confeccionó un molde tras otro hasta conseguir una reproducción tridimensional que le pareció perfecta y después, durante varios años, estuvo reconstruyendo el mismo molde sobre diversos cráneos humanos, investigando dónde tenía que quitar y añadir según las diversas estructuras óseas, dónde recortar y estirar la piel. Ensayó algunos detalles imperceptibles en varias de sus pacientes, habitualmente actrices en potencia, de tal modo que una terminó con la misma nariz que su mujer, otra con la misma distancia entre los ojos, otra con las mismas orejas, otra con su barbilla exacta. Curiosamente, fueron estas operaciones las que lo hicieron célebre: mientras que la mayoría de los cirujanos plásticos repetían siempre los mismos rasgos en cada una de sus intervenciones, Falko Keefe introducía aspectos “originales”, siempre y cuando encajasen bien en la estética general de la cara a tratar. Las orejas de Angélica quedaban perfectas en el rostro de aquella actriz; en el perfil de aquella otra, los pómulos de Angélica habían enamorado a la cámara.
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Por el contrario, para los jóvenes el automóvil comenzaba a ser una extensión del yo (una mengua del otro, por lo tanto), un símbolo de rebeldía e identidad adquirido desde la infancia en las películas y en las series norteamericanas, donde los protagonistas despanzurraban alegremente sus Camaros y sus Corvettes. Pedían a gritos coches para sí mismos, coches como prendas de ropa, que desafiaran el gusto de sus padres por lo práctico y lo discreto, baratos pero capaces de representar ciertos aspectos de su personalidad. Coches para follar en ellos. Para desear follar en ellos. Para presumir de haber follado en ellos.
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Supone que cada desaparición se convertirá en un recuerdo y por lo tanto su ausencia deja un vacío irremplazable, que el jarroncillo o marco destruido pasa a ocupar un no-lugar en la memoria, como si la memoria fuese, para ellas, el paraíso a donde van las sombras de los objetos cuando mueren.
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De todos modos, regresando al asunto de Andreas, no le hubiese sido difícil dar conmigo. Hoy se localiza casi a cualquiera, basta un rato de búsqueda en Google para encontrar la información necesaria. Todos estamos en alguna parte, en la red.
Creo que se asombraría de la cantidad de gente que no aparece buscando en Internet. Cuánta gente, simplemente, desaparece sin dejar ningún rastro.
Me refiero a gente que no está tratando de ocultarse o a la que no están tratando de ocultar.
Yo también. Disculpe, no era mi intención…
Hum. Vale. De acuerdo. Admitamos que el hecho de haber trabajado en un par de series de televisión y una docena de películas de bajo presupuesto, aun interpretando papeles cortos y secundarios, me convierte en alguien fácil de localizar.
[Pálido Fuego]