Revista Cultura y Ocio
Stefan y Lotte
Febrero 22 de 1942
Sobre la mesilla de noche, una botella vacía, un pañuelo y una lámpara; como una progresión que dejara entrever un aura de fatalidad. Un vaso, tres monedas en tamaño decreciente como un planeta y sus satélites junto a una caja de fósforos. Parecen signos de un arcano desconocido. Estos objetos se adueñan de la escena, pese a estar casi marginados; la fotografía carece de centro o de un eje propiamente dicho. Sobre la cama sostenida por fríos hierros, sobre la sábana bien ordenada y una gran almohada blanca, reposa la cabeza con los ojos cerrados y la boca entreabierta; él lleva una camisa impregnada de sudor —quizá de color oscuro— y una corbata negra. A primera vista, este aspecto podrá recordar otra imagen, ominosa, chabacana y vulgar; la del hombre responsable de que asistamos como trágicos espectadores a estas hórridas nupcias. A su lado, con las manos agarradas a las de su amante, yace ella, como inclinada para escuchar el murmullo de esa última respiración. Esta fotografía puede darnos una impresión idílica, la de una pareja que dormita tras una cena copiosa o un gran jolgorio. No es así. Germán Arciniegas, el polígrafo colombiano, los invitó a pasar una temporada en Colombia; los líderes conservadores, antisemitas y xenófobos, pusieron el grito en el cielo. En 1942, Stefan y Lotte, murieron en Petrópolis, Brasil, acosados por el fantasma del desarraigo, exiliados a su pesar; envenenados por el peso de sentirse parias hablando una lengua extranjera en un país extraño.