Justo al salir de la proyección de Stoker escucho el siguiente comentario de un espectador algo contrariado: parece buena, luce como buena, pero es mala. Y es en esta discordancia, en ese ambivalente sabor de boca, donde se podría encontrar la razón de ser de esta película del coreano Park Chan-wook.
Porque dar el guión de un primerizo Wentworth Miller (sí, el protagonista de Prison Break) al ganador del Gran Premio del Jurado de Cannes en 2004 por Oldboy puede resultar curioso y exótico pero algo arriesgado. Y es que por muy bien que me caigas, Wentworth, tu guión está más cerca de un telefilm barato, de una novelilla llena de clichés que del material de primera que se le supone a una megaproducción cool y fina como esta. ¿Y esto me supone algún problema? Para nada. Mi paladar educado en subproductos de serie b, en artefactos fallidos y en anomalías cinematográficas no hace más que regocijarse ante las singularidades de este experimento de estilo siempre al limite.
Parece que Park Chan-wook, consciente de que no hay mucho donde rascar en esta historieta que le manda Hollywood, decide darlo todo en cada fotograma y hacer filigranas visuales, sonoras y sensoriales allá por donde pasa. Y el thriller, el cuento de terror e iniciación, el misterio (que de misterio poco porque, querido Wentworth, lo vemos venir todo punto por punto desde el principio) queda en segundo plano, a veces incluso sepultado por el omnipresente sello del que mueve los hilos. ¿Algún dilema con todo esto? Ninguno, solo imaginad a Alfred Hitchcock dirigiendo un capítulo de Médico de Familia y disfrutad.
Los temas interesantes que esboza la película (el mal intrínseco, la familia disfuncional, el miedo a crecer) nunca despegan y si lo hacen es gracias a la atmósfera, a las texturas, los colores, el diseño, el plano y, cómo no, a los actores. Mia Wasikowska es asombrosa en su frialdad psicópata, Nicole Kidman se mueve como pez en el agua en su registro de gélida viuda desquiciada, y Matthew Goode (nuestro tío Charlie) perturba con su mirada sucia de galán de telenovela. Nunca hay emoción, solo la inexpresiva tranquilidad de algo inerte a lo que no se puede parar de mirar.
Cuando acaba Stoker (incluyendo la innecesaria pero gustosa escena final) uno no puede dejar de pensar en la maravilla que podría haber sido si no resultase tan domesticada, si no estuviese a mitad de camino entre el producto para grandes públicos y la propuesta sofisticada y de calidad. Pero, ¿soy un monstruo por el deleite después de todo? Y es más, ¿estoy loco por pensar que hubiese sido perfecta si acabase con la canción ‘De Niña a Mujer’ de Julio Iglesias?