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La cuarta temporada de "Stranger things" llegaba a bombo y platillo a Netflix dos años y pico después de la tanda anterior (aunque el argumento sólo avanza medio año) con la enorme responsabilidad de no defraudar a su legión de fans. Ese era y es su mayor peligro, la necesidad de mantener un listón altísimo y a la vez avanzar, no repetirse. En gran parte lo consigue. Los creadores de la serie apostaron por nueve episodios, de mayor duración que los anteriores y con dos capítulos finales que duran lo que una película cada uno. Me gusta que se tomen su tiempo para contar lo que quieren contar, pero he de reconocer que los primeros episodios avanzan con más lentitud que el resto ya que al final la historia coge ritmo y acelera. La trama se desgaja en tres líneas argumentales (no todas tienen siempre el mismo interés, pero juegan con ello) y salta de una a otra con las mismas dosis de suspense y fantástico que siempre, pero los chavales protagonistas han pegado un estirón y ya no son niños así que en algún momento concreto lo que vemos no rememora tanto las comedias infantiles de los 80's sino que se homenajea más a películas de terror adolescente o juvenil y eso da cabida a alguna escena más cruenta. Sea como fuere en una serie que te garantiza engancharte episodio a episodio y mucho más cuando lo que se va revelando son secretos de los personajes que aún permanecían ocultos. Una gozada verla.