Revista Motor

Su piedra de la locura

Por José María José María Sanz @Iron8832016

Su piedra de la locuraEra El Bosco. Era El Bosco el pintor que inmortalizó la práctica quirúrgica médica que se realizaba durante la Edad Media que consistía en la extirpación de una piedra que causaba la necedad del hombre. Se creía que los locos tenían una piedra en la cabeza. Lo digo porque hoy he visto unos cuantos moteros con una piedra en la cabeza. He visto a dos imprudentes -y maleducados- moteros que estaban parados ocupando todo el ancho de la calzada. He visto dos grupos moteros de colores que, volviendo a casa, me han adelantado sin cambiarse de carril en el momento en el que había línea continua a una velocidad muy superior a la permitida en ese tramo. Ojalá que la piedra de la locura que podamos tener en la cabeza solo nos lleve a hacer cosas inocentes que no dañen, que no perjudiquen a los demás. Ojalá tengamos locuras solo pequeñas.

Del siglo XV de El Bosco salto al latín, lengua en la que encuentro el origen de la palabra respeto, esa palabra que hoy tiene dos carriles, un carril para ir y otro para volver. El carril de ida es el antiguo y el de vuelta es el moderno. El de ida es el etimológico, es el respectus, la res pectus, la cosa del pecho que ponemos por delante para prestarle la atención o consideración especial que tiene algo o alguien. El otro carril, el de vuelta, es el posmoderno, es el déjame que haga lo que me dé la gana porque que tengo derecho. Algo me dice que si pudiera mantener una conversación sobre este tema con las personas que conducían esas motos, no nos íbamos a entender.

Digo todo esto porque hoy salíamos Bytemaster, Proclive y yo. Hoy, que ha hecho un frío enorme, salíamos por ahí. Salíamos a la vez que esa ingente cantidad de moteros que corrían hacia Sacedón al olor de los huevos. ¿Iban allí esos dos imprudentes -y maleducados- moteros que estaban parados ocupando todo el ancho de la estrecha calzada al final de la curva ciega a derechas que hay al salir de Olmeda de las Fuentes justo antes de subir a la paramera? ¿Iban a Sacedón esos dos grupos de seis o siete moteros de colores que nos han adelantado sin cambiarse de carril en el momento en el que había línea continua? ¿Iba allí esa lenta comitiva de erres que iban tras el Nissan de la Guardia Civil? Hoy todo el mundo iba a Sacedón a ver a Rosi y a Valentín, a comer huevos y a donar a favor de NIPACE. Todos menos nosotros. Nosotros hemos preferido perdernos, cosa que hemos conseguido sin mucho esfuerzo.

Hoy ha sido uno de los días que más frío he pasado sobre la moto. El termómetro de mi terraza marcaba dos grados, pero claro, debe ser que no son lo mismo dos grados cuando vienen de bajo cero que cuando vienen de quince, de la misma manera que noventa pulsaciones por minuto no son lo mismo cuando comienzas a caminar que cuando vienes de una carrera de fondo. Supongo.

Una vez que Bytemaster ha desistido, Proclive y yo nos hemos pirado a Tendilla para aperitivear en condiciones. Tras un ratito de sol activo, Proclive ha seguido su camino y yo el mío. Ha sido una mañana incierta porque el chorro de sol no se correspondía con tan baja temperatura. Incierta porque me he vuelto a dar cuenta de que un motero que viene por detrás me puede derribar sin querer. Incierta porque hay quien espera comprensión y respeto cuando la piedra de su locura se despierta sobre el asfalto.


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