En un blog como éste no podemos dejar pasar las declaraciones de la Presidenta de la Comunidad de Madrid (una tal Isabel Díaz Ayuso, no sé si la conocéis…) tildando de "mantenidos subvencionados" a las personas que tienen que acudir a los repartos de alimentos.
Que a una persona o familia que tenga que ponerse a una cola para recibir alimentos para sus necesidades más básicas se le califique como “mantenida” o “subvencionada” es de una catadura moral que dan ganas de vomitar.Delata una falta de empatía con quien está sufriendo esa situación de pobreza o precariedad suficiente para exigir que esa Presidenta deje la política de inmediato. No podemos tener unos gobernantes a los que el sufrimiento de sus conciudadanos más vulnerables le importen un bledo.
Que existan todavía esos repartos de alimentos es algo que debería avergonzarnos como sociedad, cuya política social ha fracasado estrepitosamente en garantizar algo para lo que tenemos recursos más que sobrados, la mera subsistencia material de todas las personas.
Declaraciones como la que estamos citando lo explican. Porque no es algo idiosincrático de esa Presidenta. Esa manera de pensar, esos prejuicios hacia las personas necesitadas están más extendidas de lo que sería necesario para solucionar el problema. Amplias corrientes en la mayoría de los partidos políticos (en unos más, en otros menos…), así como en sus votantes, piensan parecido, que en el fondo puede resumirse en que “los pobres son unos aprovechados, que están en esa situación por su indolencia y porque son unos vagos”.
Poca gente, sólo los más brutos, van a expresarlo así, pero el pensamiento que hay detrás de la frase preside con demasiada frecuencia cada política y cada gestión de las políticas públicas contra la pobreza.
A Wang se le ha ocurrido que podríamos denominar a las personas desfavorecidas cogiendo parte de los adjetivos con que la Presidenta los califica. En lugar de “subvencionados” y “mantenidos” podríamos llamarlos “submantenidos”.
Esto es. Obligados a mantenerse por debajo del nivel de una vida digna, condenados al oprobio y la vergüenza de tener que mendigar alimentos en una sociedad a la cual no le importan demasiado. En el fondo, están ahí porque se lo merecen.