Los 'esclavos de Franco' en las obras del Valle de los Caídos
Quedan unas pocas horas para que se ponga en marcha la maquinaria electoral, con su ruido de acusaciones, falsedades, tergiversaciones… Un juego peligroso en el que hay que tener muchas tablas y cuajo para no salir malparado. Es la peor cara de la política, aunque se disfrace de sano ejercicio democrático. Cada campaña es un sucedáneo de realidad, guerra de guerrillas donde las filas se atrincheran en sus posiciones con contadas escaramuzas en territorio enemigo. Quien se mueve no sale en la foto, y este es el tiempo de la imagen. Lo ha sido siempre: las religiones las introdujeron para adoctrinar y ganar seguidores. Si no hay imagen, no hay reacción y ya no parece tanta realidad. Al menos eso creen los estrategas. Por eso Estados Unidos no publicará ninguna imagen de Bin Laden con un tiro en la cabeza ni se exhumarán los restos de los republicanos enterrados en el Valle de los Caídos. Pero existen, aunque no salgan en la foto, y su existencia es más real que una imagen en alta resolución.
Las campañas electorales se han convertido en sucedáneos de realidad, un fogonazo de fotomatón, un mal plagio donde una realidad de barro que recuerda a la verdadera. Mientras, ésta se deforma a través de un gran angular que diluye las fronteras entre la verdad y la mentira mediante promesas. Llega un momento en que la realidad original cae en el olvido y su patente, tras años de investigación, se sustituye en el mercado por un plagio más barato, recortado, más ajustado.