Revista Salud y Bienestar
Esta historia es verdadera. Se han inventado y cambiado algunos nombres de personas y lugares por motivos obvios (tiene que ver con las leyes de los países musulmanes).
Eran los últimos días de julio del 2011. Había llegado a Kabul, Afganistán, de paso hacia la ciudad norteña de Kunduz (limítrofe con la ex república soviética de Tajikistan) donde habría de desempeñar el cargo de anestesiólogo del recientemente inaugurado Kunduz Trauma Center. Este hospital para la atención de pacientes críticos aún no estaba operativo, así que mi ONG empleadora me destacó por unos días en el hospital Darulaman, en las afueras de la ciudad.
En países musulmanes un varón extranjero está prohibido (por la ley y la religión) conversar con una mujer nativa asuntos que no tengan que ver con los servicios que nos presta (cocina, limpieza de oficinas) o con el trabajo que desempeñamos (labor hospitalaria). O sea que con las amables y simpáticas señoras y señoritas afganas, que trabajaban en nuestra casa de huéspedes o en el hospital, solamente nos saludábamos.
Conocí a Hasna en las oficinas de la ONG en el hospital. Era matrona (obstetriz en el Perú) y junto con Nahid, la traductora médica, se constituían en las únicas damas profesionales. De rostro bello y facciones hindúes -posteriormente me enteré que venía de Pakistán, país que alguna vez formó parte de la India- efectuaba seria y en silencio su trabajo pero, al momento de saludar o despedirse, esa seriedad se tornaba en una hermosa sonrisa.
Abdul, un amigo afgano que trabajaba en la sección de abastecimiento de la ONG y con el que contábamos chistes picantes en inglés, me enseñó a decir "buenos días" en árabe. Así que en nuestro siguiente encuentro saludé a Hasna en árabe: "zo-ba-jerr", le dije. Qué simpático fue notar, inicialmente, su cara de sorpresa y, mucho más simpático aún, verla luego dueña de la situación nuevamente para decir de modo amable en inglés "gracias por tu detalle, deseo que tengas una buena estadía en este país". No dijo más y prosiguió con sus labores.
Días después, en vísperas de partir a Kunduz, nos encontramos en la sede de la ONG de la casa de huéspedes. Era día no laborable -jueves o viernes- y pasillos y oficinas estaban casi desiertos. Ella esperaba a la coordinadora médica, para hacer de traductora en una entrevista con alguna persona importante local, y yo al jefe de misión, quien me habría de llamar la atención por una agria discusión que sostuve con un cirujano alemán.
Al ingresar al recinto la saludé y al momento en que miraba al techo, para disimular mi incomodidad por el silencio que se nos venía, me habló:
-Me enteré que vienes de un país sudamericano, por eso es que lucías diferente a los expatriados que comúnmente vienen por aquí. Además tu acento es "raro".
Me quedé paralizado de la sorpresa y del temor de que alguien nos halle conversando cosas "que no son del trabajo". Ella continuó:
-Espero poder salir pronto de Afganistán, posiblemente vaya a Europa a trabajar para la ONG. Es muy difícil la gestión para lograr el permiso de salida. ¿Será factible comunicarme contigo?
Contesté que apunte mi e-mail del directorio de los expatriados y tuve que callar pues se escuchaban pasos de personas que se acercaban.
No volví a saber de ella hasta hace algunas semanas. Me llegó un mail suyo contándome que ya estaba en Europa y que se sentía muy bien. Pese a las dificultades pudo lograr su objetivo. Además, envió unas bonitas fotografías con una dedicatoria en árabe que posteriormente logré, con mucha dificultad, traducir en parte.
Le contesté manifestando que publicaría las fotos y la dedicatoria en mi cuanta de facebook, y le sugerí que abra una cuenta propia para que las viera, pero con un seudónimo (por motivos de seguridad).
Estuvo realmente encantada con el asunto, sólo que algo ruborizada por las dedicatorias hechas públicas.
-No te preocupes- le escribí. A nadie se le va a ocurrir traducirlas del árabe...
Eran los últimos días de julio del 2011. Había llegado a Kabul, Afganistán, de paso hacia la ciudad norteña de Kunduz (limítrofe con la ex república soviética de Tajikistan) donde habría de desempeñar el cargo de anestesiólogo del recientemente inaugurado Kunduz Trauma Center. Este hospital para la atención de pacientes críticos aún no estaba operativo, así que mi ONG empleadora me destacó por unos días en el hospital Darulaman, en las afueras de la ciudad.
En países musulmanes un varón extranjero está prohibido (por la ley y la religión) conversar con una mujer nativa asuntos que no tengan que ver con los servicios que nos presta (cocina, limpieza de oficinas) o con el trabajo que desempeñamos (labor hospitalaria). O sea que con las amables y simpáticas señoras y señoritas afganas, que trabajaban en nuestra casa de huéspedes o en el hospital, solamente nos saludábamos.
Conocí a Hasna en las oficinas de la ONG en el hospital. Era matrona (obstetriz en el Perú) y junto con Nahid, la traductora médica, se constituían en las únicas damas profesionales. De rostro bello y facciones hindúes -posteriormente me enteré que venía de Pakistán, país que alguna vez formó parte de la India- efectuaba seria y en silencio su trabajo pero, al momento de saludar o despedirse, esa seriedad se tornaba en una hermosa sonrisa.
Abdul, un amigo afgano que trabajaba en la sección de abastecimiento de la ONG y con el que contábamos chistes picantes en inglés, me enseñó a decir "buenos días" en árabe. Así que en nuestro siguiente encuentro saludé a Hasna en árabe: "zo-ba-jerr", le dije. Qué simpático fue notar, inicialmente, su cara de sorpresa y, mucho más simpático aún, verla luego dueña de la situación nuevamente para decir de modo amable en inglés "gracias por tu detalle, deseo que tengas una buena estadía en este país". No dijo más y prosiguió con sus labores.
Días después, en vísperas de partir a Kunduz, nos encontramos en la sede de la ONG de la casa de huéspedes. Era día no laborable -jueves o viernes- y pasillos y oficinas estaban casi desiertos. Ella esperaba a la coordinadora médica, para hacer de traductora en una entrevista con alguna persona importante local, y yo al jefe de misión, quien me habría de llamar la atención por una agria discusión que sostuve con un cirujano alemán.
Al ingresar al recinto la saludé y al momento en que miraba al techo, para disimular mi incomodidad por el silencio que se nos venía, me habló:
-Me enteré que vienes de un país sudamericano, por eso es que lucías diferente a los expatriados que comúnmente vienen por aquí. Además tu acento es "raro".
Me quedé paralizado de la sorpresa y del temor de que alguien nos halle conversando cosas "que no son del trabajo". Ella continuó:
-Espero poder salir pronto de Afganistán, posiblemente vaya a Europa a trabajar para la ONG. Es muy difícil la gestión para lograr el permiso de salida. ¿Será factible comunicarme contigo?
Contesté que apunte mi e-mail del directorio de los expatriados y tuve que callar pues se escuchaban pasos de personas que se acercaban.
No volví a saber de ella hasta hace algunas semanas. Me llegó un mail suyo contándome que ya estaba en Europa y que se sentía muy bien. Pese a las dificultades pudo lograr su objetivo. Además, envió unas bonitas fotografías con una dedicatoria en árabe que posteriormente logré, con mucha dificultad, traducir en parte.
Le contesté manifestando que publicaría las fotos y la dedicatoria en mi cuanta de facebook, y le sugerí que abra una cuenta propia para que las viera, pero con un seudónimo (por motivos de seguridad).
Estuvo realmente encantada con el asunto, sólo que algo ruborizada por las dedicatorias hechas públicas.
-No te preocupes- le escribí. A nadie se le va a ocurrir traducirlas del árabe...
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