Si ensucias todo el rato te acabas manchando. Eso es lo que le está sucediendo a Telecinco estos días con el potente escándalo de la presunta violación ante las cámaras de Gran Hermano, ese espacio agotador y agotado que más que un experimento sociológico –como se llegó a decir– es un pestilente vertedero en sí mismo. Telecinco nos la hinca a todas horas con mucha suciedad televisiva, enriqueciendo hasta el insulto a grupetes que gritan y se ponen a parir ante las cámaras en un programado potaje televisivo que, increíblemente, le sigue gustando a parte de la audiencia. Esos agitadores maquillados viven ahora en auténticas mansiones.
La podredumbre catódica es muy rentable como también lo es el porno en Internet. Eso ya lo sabemos y poco mérito tiene usar el «todo vale» para inflar cualquier cuenta de resultados. Lo que no queremos saber es que ese poso de mierda permanente en la pequeña pantalla empobrece socialmente y culturalmente a parte de la población, ya que vomita a todas horas (también en horario infantil) un pésimo ejempo de lo que debería ser una televisión privada concedida por el Gobierno de España.