Viajo al encuentro de Vasco de Gama con unos cuantos siglos de demora. Viajo al encuentro del eximio navegante que arribara a estas tierras en el año 1497, comenzando así su fructífera actividad comercial con los pobladores hotentotes.
Mossel Bay, otrora prominente puerto de parada obligatoria de mercaderes y navegantes, toma su nombre del término "Mossel" (mejillón); alimenton principal de los prístinos colonos holandeses.
No espero, sin embargo, hallar en mi deambular lonjas de pescado, venta opípara de productos de altamar, todo un ágape lujuriante ultramarino, ni alacenas o estantes, canastos y anaqueles rebosantes de ostras, nécoras, bogavantes o relucientes mejillones que satisfagan mis apetecencias gastronómicas.Más bien blando la pancarta de la esperanza, que reza un lema destinado a las ballenas australes que llegan hasta estas costas desde el mes de Junio hasta Diciembre.
Anhelo avistarlas, aunque deba conformarme con un surtidor de espuma lejano o una coleta dorsal emergente, que elude mi escrutinio con excesiva premura y destemplanza. En el mejor de los casos, veré, como fue el caso, una cabeza enorme "prehistórica" surgiendo como un colosal farallón entre las olas añiles y plateadas.En esta ruta que sigo, en dirección a Mossel Bay, me detengo unos minutos a saborear el delicioso café que sirven en "The Cliffhanger Pub", parada obligatoria para contemplar un e/spectáculo de lo más vertiginoso. Hasta aquí llegan los osados en busca de emociones mayúsculas que retan al abismo y se mofan del pánico y las alturas inclementes.
En este punto del camino, mientras me sirven mi café con exasperante demora, observo en una inmensa pantalla de televisión cómo se arroja al vacío un hombre de mediana edad, provisto de un equipamiento "paracaidista" y nervios acerados. En su rostro se concitan el terror y la ansiedad del momento crucial. Más de 200 metros de altura desde un puente, según me cuentan, el punto más alto del mundo desde el que se practica "puenting".
Me acerco al ventanal abierto, que espía a intrépidos "ícaros" del puenting. Llevan todos arneses, sujetos a la vida mediante larguísimas cuerdas que a mí, se me antojan tan livianas como la hojarasca.De camino a Mossel Bay observo cómo la ruta se enorgullece de sus milagros florales, con el regalo de las ericas (familia ericaceas) que tornan los paisajes de un violeta intenso.
La precariedad es ya un mal recuerdo. A medida que me aproximo a Ciudad del Cabo medra la opulencia. Ya veo los primeros vestigios de esa bonanza al posar mis pies en Mossel Bay. Nos alojamos en el hotel Point Village que, como la sirenita danesa, se asoma al mar.
Salimos en busca de focas y ballenas en una barquichuela que es como una patera. Se mueve, no tiene donde ocultar su inconsistencia. Nuestro grupo presenta algunas bajas por mareo y malestar general. La excursión, de todos modos, culmina de manera exitosas cuando avistamos sobre un islote cientos de focas, y en el mar, alguna ballena franca austral se asoma con recato.
Con la sensación de haber concluído la jornada con el sabor triunfal de la victoria, "agarramos nuestros bártulos" y nos marchamos a nuestro siguiente alojamiento en la "mortalmente" tranquila ubicación de nuestro hotel en Hermanus.
PAISAJES PRECIOSOS EN LAS INMEDIACIONES DEL HOTEL EN HERMANUS.