Dentro de muy pocos días, una de las cadenas privadas con más tirón de nuestro país emitirá un reportaje sobre BDSM. Siglas bajo las que, desde hace años, cualquier persona con un mínimo de cultura extraoficial reconoce los términos Bondage, Disciplina y Dominación, Sumisión y Sadismo y, finalmente, Masoquismo. Prácticas todas ellas encuadradas dentro del ámbito sexual que, por poco vistas y menos comprendidas, han sido legendariamente relegadas al baúl de las parafilias aberrantes de las que casi nadie quiere oír hablar _ni decir_, no vaya a ser que si uno se pronuncia mínimanente al respecto lo cataloguen de pervertido y enfermo.
El reportaje, como digo, aún no se ha emitido pero, como es costumbre en este país, en diarios de tirada nacional ya se han filtrado algunas imágenes del mismo. Incluso han transcendido las opiniones de la reportera que, durante 21 días, ha 'convivido' con quienes cada día eligen la dominación, la sumisión y la experiencia límite del dolor _infligido o recibido_ como una filosofía de vida y un modo como otro cualquiera de disfrutar y experimentarse a nivel personal.
La reportera, que atiende por Adela Úcar, afirma en El Mundo en relación a esta vivencia, que ha sido muy dura; mucho más, al parecer, que transitar durante casi cuatro semanas por los basurales más grandes de Centroamérica o acompañar a lo largo de un mes a quienes viven atrapados en el infierno del alcohol. Una comparación ciertamente desproporcionada por cuanto todo aquel que practica y disfruta del BDSM lo hace desde el ejercicio del libre albedrío, por y para su placer, en un entorno adulto donde todo es sano, seguro y consensuado y donde no hay absolutamente nada que se asuma o ejecute sin tener en cuenta la soberana voluntad del 'otro'.
Mucho me temo que las fétidas e insalubres realidades centroamericanas aludidas distan mucho de cumplir con ni una sola de estas premisas. Sin olvidar, claro está, que quien bebe desde que amanece hasta que se acuesta, ni discierne, ni elige ni disfruta. Y, desde luego, no da ningún tipo de alegría ni placer _bien al contrario_ a todos aquellos que le rodean. De ahí, como digo, que la comparación me parezca peligrosamente desafortunada. Y poco o nada educativa.
En un país donde cada año recreamos de manera machacona y sin que se nos mueva un pelo la Pasión de Cristo _el más azotado de la Historia 'contra' su voluntad_, donde hasta el más cagamandurrias se atreve a hablar ex cátedra sobre toros justificando el dolor animal desde el discurso genético y donde nos sigue poniendo burros hurgar en la Incivil mientras desenterramos muertos y nos damos puñaladas _de todo tipo_ los unos a los otros, que un sumiso pida a su ama '...veinticinco fustazos en la polla en tandas de cinco, alternando con golpes en los huevos...' me parece, a todas luces, un paseíto por las nubes.
Preveo, por tanto, y aún si haberlo visto, que el reportaje de la Úcar, más que profundizar en el BDSM y aportar nuevos argumentos a unas prácticas que, a mis ojos, constituyen el mayor acto de generosidad y entrega que un ser puede tener respecto a otro ser, va a redundar en lo mismo de siempre: poner asco, extrañamiento y otros epítetos de igual envergadura sobre el ya pesadísimo tejado de un colectivo que, lejos de arredrarse, sigue disfrutando _como puede y donde puede_ del latigazo, la privación sensorial o el pinzamiento.
Mientras esto siga ocurriendo, mientras las experiencias que nos rodean nos sigan siendo retransmitidas por el ojo y la voz oficial, éste seguirá siendo un mundo a medio contar, a medio vivir, un mundo dicotómico cuya mitad decente y bienpensante se extraña y horroriza de lo que a la otra mitad le place y le pone _ de puro éxtasis_ los ojos en blanco. Un mundo incapacitado para la diversidad y la tolerancia que, no obstante, sabe sufrir como ningún otro habida cuenta de que _según dicen los que abanderan los santos cilicios y la tortura oficial_ la vida es un merecido valle de lágrimas que hay que meterse entre pecho y espalda mientras esperamos que, tras tanto puteo generalizado, Dios nos ponga un chalet de tres plantas frente al mar de la eternidad.
Así que usted, sufra. Pero sufra de verdad. Sufra con rigor y con fundamento. Nada de alcanzar otro nivel de conciencia ni disfrutar como un gorrino mientras le electrocutan las gónadas. Sufra de tal modo que pueda salir en los medios como un Ecce Homo y no como un pervertido disfrazado de látex que goza voluntariamente como un perro mientras es taladrado en sus partes blandas por un tacón de metal.
Y, a ser posible, sangre. Pero de verdad, a borbotones y mirando a cámara.
La reportera, su público y la cadena para la que trabaja se lo agradecerán.