Ya podréis, cabrones. Ya podréis con una niña de 16 años. Se os ve muy gallitos amedrentando a una chavala de instituto. No queréis verla cubierta con un pañuelo, pero no parece importaros verla cubierta por vuestra bilis.
El argumento carcamal de que hasta-ahí-podríamos-llegar y que sólo faltaría que los chavales se saltasen las normas de vestimenta impuestas por el centro es falaz. Incluso cuando lo aduce Fernando Savater en estos términos:
Es sumamente formativo hacer comprender a los interesados que el adolescente no puede entrar a clase con gorra de béisbol ni la chica con velo, si las normas marcan otra cosa, puesto que en ese respeto a los códigos de conducta en los lugares públicos -aunque no nos gusten- estriba una parte básica de nuestra convivencia.
Lo impositivo no siempre es formativo. Muchas veces, simplemente, es punitivo y responde a empecinamientos y a la voluntad de quien manda de dejar bien claro su poder y su presencia bajo la coartada de que es por el bien del sufridor al que se impone la sanción. Claro que es por su bien, los docentes todo lo hacen por el bien del alumno: su orgullo, su vanidad, su pequeñez moral, sus miserias mentales y sus prejuicios nunca entran en juego. Ellos son puros: esto me duele a mí más que a ti, les dicen a los pequeños cabroncetes que tienen a su cargo.
¿Es formativo imponer las normas caiga quien caiga y no permitir cuestionamiento alguno? ¿Qué mensaje formativo se transmite así? ¿La cabezonería, la rigidez que no rebla, el rechazo por principio al diálogo y a la negociación, la negación del otro, el ninguneo del ‘subalterno’? Eso es formativo para un soldado o para un residente de Pyongyang afiliado al glorioso Partido Comunista de la República Socialista de Corea. Si un adolescente plantea un rechazo a una norma que considera injusta, ¿es formativo no escucharle, plantarle la puerta en las narices y decirle que tiene dos opciones: tragar o pirarse? Hermosa pedagogía, instructiva enseñanza, emotiva oda a la convivencia. Estarán orgullosos los responsables del centro. Qué tíos, qué linces, qué grandes profesionales.
Coincido con Savater cuando, más adelante, en ese mismo artículo, dice:
El laicismo es democráticamente exigible en las instituciones públicas, como las educativas, pero no en las personas individuales.
Efectivamente. Lástima que lo plantee en el tercer párrafo, hacia la mitad del texto, después de una farragosa diatriba contra no se sabe muy bien qué, lo que le quita bastante fuerza al argumento.
También coincido con esta otra apreciación de Savater:
En cuanto a la discriminación femenina, lo importante es que las leyes amparen cualquier reclamación que hagan las interesadas contra imposiciones familiares o vejaciones sociales, pero sin querer doblegar por exceso de paternalismo sus propias elecciones.
Amén, por usar una expresión laica.
Me da mucha pena que una chavala de 16 años esté pasándolas putas -es la expresión más elegante que me viene a la cabeza- por la histeria desmadrada de unos cuantos energúmenos bien azuzados desde ciertos púlpitos. ¿No tienen límites? ¿No tienen otra cabeza de turco menos vulnerable con la que ensañarse? ¿Qué dice el Defensor del Menor de Madrid en este caso? ¿Va a pronunciarse sobre un caso que implica a la administración autonómica que le paga el sueldo o sólo raja para proteger a la hija de Belén Esteban?
En fin, qué asco.