Es un hecho que existe un antes y un después de internet. Los que hemos vivido más o menos la mitad de nuestra existencia adulta en una sociedad analógica y la otra mitad en una digital, conocemos bien la diferencia. Todavía recuerdo cuando había que hacer un trabajo escolar consultando el diccionario enciclopédico de casa o de la biblioteca o cuando uno solo estaba localizable a través del teléfono fijo. Está claro que internet ha facilitado en muchísimos aspectos nuestra vida, nos ha hecho sencillos muchos trámites antaño engorrosos, nos ha dado vías de comunicación gratuitas e insospechadas, además del acceso casi infinito a toda clase de formas de conocimiento. Está claro que, a día de hoy, es inimaginable una sociedad sin acceso a la red. Pero no es a celebrar todas estas evidentes ventajas a lo que está destinado el ensayo de Nicholas Carr. Superficiales, cuyos argumentos se hiceron muy populares en Estados Unidos, hasta el punto de hacer candidato al autor al Premio Pulitzer, quiere ser un serio toque de atención acerca de la presencia constante de internet en nuestras vidas.
Carr parte de las investigaciones neurológicas que confirmaron la plasticidad de nuestro cerebro para describir los cambios neuronales que provocan la exposición continua a los variados estímulos con los que la red nos bombardea tratando de captar nuestra atención de mil formas: redes sociales, publicidad, e-mails, ofertas personalizadas, blogs, noticias, pornografía... consiguiendo que nuestra atención esté tan dividida que en realidad no le saquemos auténtico provecho a nada de lo que estamos haciendo. Logramos efectuar muchas tareas a la vez, pero al precio de no concentrarnos realmente en ninguna ellas. Yo mismo, mientras escribo este artículo, consulto facebook, el whatsapp y el correo electrónico de manera regular y casi inconsciente, como si de un acto reflejo se tratara, en una búsqueda ávida de novedades intrascendentes, que quedarán olvidadas al instante:
"Así que le pedimos a Internet que siga interrumpiéndonos, de formas cada vez más numerosas y variadas. Aceptamos de buen grado esta pérdida de concentración y enfoque, la división de nuestra atención y la fragmentación de nuestro pensamiento, a cambio de la información atractiva o al menos divertida que recibimos. Desconectar no es una opción que muchos consideremos."
Lo más grave es que en los dos últimos años se han generalizado los iphone, por lo que la mayoría llevamos toda esa carga atractiva con nosotros a todas partes. La cosa ha llegado a tal punto que una desconexión temporal provoca ansiedad en los usuarios, derivada de una relación de dependencia que actúa como un arma de doble filo: por un lado nos sentimos partícipes de una red global, pero a su vez esa red nos absorbe y condiciona profundamente nuestras vidas. Uno de los ejemplos más sangrantes es el de la lectura. Es prácticamente imposible leer con atención un texto en una pantalla de ordenador. Pronto comprobamos que nos vamos saltando palabras, líneas enteras y acabamos repasando lo escrito en diágonal y pinchando en los enlaces, hasta perdernos en los laberintos de la red, hasta el punto de terminar mirando páginas que nada tienen que ver con nuestro propósito original cuando nos conectamos. Y a veces transcurren las horas en este plan sin que apenas tengamos sentido del tiempo. "La investigación ha demostrado que el acto cognitivo de la lectura no se basa sólo en el sentido de la vista, sino también en el del tacto", asegura el autor. Así pues, está claro que no es lo mismo leer un libro de papel, sentado cómodamente en el sillón y sin más estímulo que la hoja que tenemos delante que hacerlo en una tablet, conectada a un sistema que incita a todo lo contrario, a navegar y a visitar cuantas más páginas mejor:
"Cuando nos conectamos a la Red, entramos en un entorno que fomenta la lectura somera, un pensamiento apresurado y distraído, un pensamiento superficial. Es posible pensar profundamente mientras se navega por la Red, como es posible pensar someramente mientras se lee un libro, pero no es éste el tipo de pensamiento que la tecnología promueve y recompensa."
El asunto ha llegado a tal extremo que hay profesores universitarios que aseguran no necesitar leer libros para seguir desarrollando su trabajo. Les basta con seguir algunos blogs y acceder a resúmenes de las obras más importantes. Un ejemplo de lo que Carr denuncia como "una evolución inversa, desde el cultivo de conocimiento personal a cazadores recolectores en el bosque de datos electrónicos". Y es que para muchos internet no es otra cosa que una extensión infinita de nuestros cerebros, una idea peligrosa que adormece nuestra capacidad de almacenar datos, de recordar y de establecer relaciones entre los mismos en beneficio de Google, un instrumento que difícilmente podrá sustituir alguna vez a la sabiduría que otorga la lectura atenta de un buen libro, ya sea en papel, ya sea en la pantalla con tinta electrónica de un ebook sin acceso a internet:
"A medida que el uso de la Web dificulta el almacenamiento de información en nuestra memoria biológica, nos vemos obligados a depender cada vez más de la memoria artificial de la Red, con gran capacidad y fácil de buscar, pero que nos vuelve más superficiales como pensadores."
Quizá sea cierto lo que aseguran muchos analistas, cuando dicen que gracias a la red, ahora se lee más que nunca. Pero ¿cómo se lee? ¿se saca algún provecho de estas lecturas superficiales? Y, sobre todo ¿a quien le interesa que pasemos el tiempo libando de flor en flor sin pararnos demasiado tiempo en ninguna de ellas? Sin ceñirnos del todo al mensaje apocalíptico de Carr, disfrutemos de las indudables ventajas de internet con moderación, utilizándolo sabiamente, sin dejar que la red nos manipule de esa forma tan sutil que todos conocemos y acabemos perdiendo el tiempo banalmente, dedicándolo a engordar las cuentas de Google:
"Cada clic que hacemos en la Web marca un descanso en nuestra concentración, una interrupción de abajo hacia arriba de nuestra atención; y redunda en el interés económico de Google el asegurarse de que hagamos clic, cuantas más veces, mejor. Lo último que la empresa quiere es fomentar la lectura pausada o lenta, el pensamiento concentrado. Google se dedica, literalmente, a convertir nuestra distracción en dinero."
En el club de lectura todos éramos nativos de la era analógica. Nos hubiera gustado contar con el testimonio de algún joven que se haya criado entre pantallas de ordenador, tablets y móviles. Pero es que ellos no son aficionados a este tipo de eventos. Hubiera sido curioso verlo a cada instante interrumpir su atención para mirar el iphone. Aunque, ahora que lo pienso, también nosotros lo hicimos más de una vez. Les dejo esta frase, la que más me ha gustado del libro, para que reflexionen:
"Intenten leer un libro mientras resuelven un crucigrama: tal es el entorno intelectual de Internet."
Revista Cine
Superficiales (2010), de nicholas carr. ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes?
Publicado el 15 julio 2014 por MiguelmalagaSus últimos artículos
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