Relato de Urbana Luna
Superman planea sobre los cielos de Madrid en una noche de verano. Tras unos vuelos de reconocimiento divisa un grupo de gente guapa que se abanica en la azotea del Círculo de Bellas Artes. Todo parece estar en orden. El orden le provoca cierta melancolía.
Con un movimiento preciso aterriza junto a la estatua de Minerva y comienza a pasear entre los invitados como uno más. Su particular atuendo parece no sorprender a nadie. Una muchacha que le vio caer del cielo le pide cigarrillos y un hombre al que no conoce de nada le pregunta si se sabe el papel. Superman no entiende nada. Hace mucho calor en Metrópolis, necesita unas vacaciones en la playa. De repente, un rayo luminoso le alcanza de lleno. La S de Superman se ilumina con reflejos verdes y el héroe se lleva la mano al corazón.
- ¡Oh, my God! ¡La kriptonita va a matarme! – exclama antes de caer al suelo. Allí permanece inconsciente mientras la gente hace corro a su alrededor. Le miran con cara de extrema simpatía, aplauden y gritan su nombre: ¡Bravo, Superman!, ¡Magnífica actuación! La megafonía anuncia el comienzo del espectáculo de luz y sonido, y los demás dejan automáticamente de prestarle atención. Hay rayos de colores que surcan el cielo, la música sube de volumen. Todos beben gin tonic en copas de balón.Superman, que para entonces ya se ha dado cuenta de que esa luz verde no era la temida kriptonita sino un inofensivo rayo láser, se retira cojeando hacia una esquina y pide agua con hielo. En su caída, se ha dañado el músculo abductor de la pierna derecha; deberá esperar un rato antes de reemprender vuelo.
Cada día le satisface menos trabajar en grandes urbes. Se siente vacío, nota que su vida no tiene sentido. Quizá en la costa encuentre alguna chica a punto de ser comida por un tiburón. Maremotos, tifones, naufragios, el mar es fuente inagotable de peligros.
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