He estado nueve meses en el útero de mi madre. Nueve meses no es un tiempo demasiado largo en una vida humana, normalmente no llega ni al 1 % de toda nuestra singladura por este valle de lágrimas y risas que es la vida. Sin embargo, yo sigo pagando esa deuda treinta y tres años después.
De pequeño mi madre ha tomado todas las decisiones de mi vida: mi nombre, mi inscripción en una religión, mi colegio, mi vestuario, mi dieta… hasta los más mínimos detalles. En aquella época yo creí que no había pregunta ante la que mi madre no tuviese respuesta. Lo sigo creyendo. Ella es omnipotente, omnipresente y omnisciente.
No es que estuviese equivocado por aquel entonces, mi error consistía en creer que ella era la única con ese don cuando, en realidad, lo son todas las madres. El solo el hecho de alumbrar una vida las dota de una sabiduría desmedida que lo impregna todo. Os desgloso los superpoderes de mi madre, y por extensión, de todas las madres del mundo:
• Mi madre es capaz de encontrar cosas antes de que yo sepa que existan. No es la única. Un buen día la madre de Higgs le dijo al físico: “-¿A qué tengo que yo ir yo a buscar el bosón de Higgs?” Y fue. Y, por supuesto, lo encontró. Luego ya vino lo del Nobel.
• Hay más avances científicos que se les deben a las madres. La madre de Sir Isaac Newton advirtió mil veces al bueno de Issac de que no se tumbase bajo el manzano. Ella ya conocía las jugarretas que la gravedad te puede gastar mucho antes de que su hijo lo llegase a sospechar.
• Otro superpoder es el dominio de las condiciones meteorológicas. A las cinco de la tarde de un día cualquiera de Agosto ella te recomienda (obliga, no nos mintamos) que bajes a la calle con chaqueta. Con todas las previsiones de las agencias meteorológicas en contra. Si no llevas chaqueta llueve o, incluso, nieva. Windguru, no puedes competir contra una madre.
• También ejercen influencia sobre el horario. Si tu madre entra en tu habitación, abre las cortinas, sube la persiana y abre la ventana al grito de “son las 12 de la mañana, esto no es una pensión”, aunque tu reloj diga que son las 10, tu despertador también, los relojes atómicos que dictan la hora con la precisión de un neurocirujano también digan que son las 10, has de saber que ninguno tiene puta idea, si tu madre dice que son las 12, son la 12. Punto en boca.
• Uno de los superpoderes que más me llama la atención de las madres es la capacidad de ganar una discusión en dos segundos y con un argumento infalible: cambiarle el género a la última palabra, tal que así:
- Mamá, quiero comprar tal cosa.
- Ni cosa, ni coso.
Discusión finalizada. No hay más. Ojalá los que no somos madres tuviésemos esa capacidad para finiquitar conversaciones que no nos hacen sentir cómodos.
• La supervisión es otro de los poderes de tu madre. Con supervisión no me refiero a la acción de supervisar –que también la tienen muy desarrollada- sino a una espléndida capacidad visual que le permite ver a través de los materiales más sólidos de la tierra. Escondes una revista porno en el lugar más recóndito de tu habitación, dentro de una caja fuerte, con una combinación de ocho caracteres en la que combinas números y cifras, mayúsculas y minúsculas, en un cajón con candado y has tirado la llave al mar. La encontrará, no lo dudes ni un minuto.
• También son capaces de curar cualquier herida que se hagan sus hijos con un poco de saliva. Da igual la gravedad del porrazo que se hayan metido: un poquito de saliva y a tirar millas.
Esto me hace pensar que derrochamos millones de euros en el montaje de hospitales de campaña en zonas de guerra o lugares donde ha ocurrido una catástrofe natural. Con veinte madres con un chaleco de Cruz Roja y con unas buenas glándulas salivares solucionábamos.
Las madres, al igual que los superhéroes, tienen su punto débil: su kriptonita particular. En contraposición con los avances científicos de los que ellas han sido culpables -véase la madre de Newton o la de Higgs-, tienen serios problemas en el campo de la tecnología. Generalmente son alérgicas al buen uso de cualquier avance científico. Una madre mandando un whatsapp es más lenta que la ministra Ana Mato reaccionando ante una pandemia. Si queréis ver un espectáculo digno del contorsionista estrella del Circo del Sol, dadle un mando de televisión a una madre y veréis unos movimientos de muñeca que ya quisiese “La Bomba” Navarro para sí.
También tienen un miedo atroz de que sus hijos se mueran. Pero de todos los peligros de finar a los que estamos sometidos en pleno siglo XXI, a ellas les preocupa especialmente la inanición. Cada visita a su casa supone volver con dieciocho “tupperwares” a rebosar de comida. Normalmente potajes.
Lo que sí les puedo reprochar es su mal gusto. Todos sus hijos son los más guapos del mundo. Cuando digo todos, me refiero a todos. La madre del feo de “Los Calatrava” presume de la belleza de su hijo. Se ha dado el caso de que madres que han parido a un ser con más pelo que Chewaka creen que es bonito su engendro. Madres del mundo, os envío un mensaje: ningún recién nacido es bonito. Los hay feos, muy feos, feísimos y los que dan ganas de volverlos a meter en el útero. Hasta el momento, el apelativo de bonito es inaplicable a todo recién nacido. Y nuevas mamás, cuando conozco a vuestros recién nacidos no me preguntéis cuan bonito es vuestro hijo si queréis que conservemos nuestra amistad. No tampoco me preguntéis a quien se parece, ¿a quién se va a parecer?, pues a otros recién nacidos feos de cojones. Ni a ti, ni a tu pareja, ni al butanero.
Debiéramos recordar una cosa, una madre es la persona que nos engendró, hay que disfrutarla con sus cosas, y el día que no esté aquí, recordarla con amor.