Uno de mis instrumentales favoritos de todos los tiempos, este “Surfboard” aparecía recogido en “The Wonderful World Of Antonio Carlos Jobim“, el disco de 1965 con el que el suave sonido de la bossa se hacía -aún más- digerible para los oídos norteamericanos. Puro “easy listening“, podríamos decir, si conseguimos desactivar la connotación negativa que con el paso del tiempo el término ha adquirido y que relega magistrales composiciones a la triste condición de fondo sonoro para centros comerciales, por el único y terrible pecado de ser deleitables en grado máximo.
Acerca del título, la historia cuenta el genial músico andaba grabando el disco en Los Ángeles con el conocido director de orquesta Nelson Riddle (responsable en gran medida del sonido tan chic del álbum) cuando alguien se lo llevó a la Surfrider Beach, la afamada playa de Malibú que los mejores surfistas del momento solían frecuentar. Jobim quedó tan fascinado con el estético espectáculo de los deportistas cabalgando sobre aquellas olas perfectas que acabó comprando una tabla y se la llevó a Brasil como regalo para su hijo Paulo, pero no sólo eso: también compuso esta pequeña maravilla que también parece bendecida por los mismos rayos del sol y el brillo diamantino del salitre sobre la piel; algo así como un pequeño clásico escondido, versionada posteriormente por múltiples artistas e incluso regrabada con diferentes arreglos por el propio compositor, antes de su fallecimiento en 1994. Mira qué cosa más linda (y no tan conocida como debiera) del genial chico de Ipanema.
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