Revista Cultura y Ocio
Por C.R. Worth
Estaba dormida, y esa gota de agua en el baño la despertó, era una simple migaja acuática que le estaba perforando los sentidos como si fuera un martillo pilón. Se levantó para cerrar el maldito grifo, pero no podía encontrar el baño. Esa no era su casa, y corredor tras corredor como si estuviera en un laberinto buscaba denodadamente ese eco profundo del goteo interminable. Abría una y otra puerta infructuosamente encontrando las cosas más insospechadas; el león y la jirafa cantando gregoriano le indicó que algo raro estaba pasando. Entonces, sin saber porqué, se vio en el balcón de su casa, pero de pronto comenzó a sentir mucho miedo, estaba lloviendo, y sabía que abajo, en el patio había algo maligno, aunque solo podía escuchar el llanto de un recién nacido. Con cautela se acercó a la barandilla, y vio una veintena (perfectamente alineados en un cuadrado) de cochecitos decimonónicos de color negro de bebés, con la capota ocultando la criatura. ¿Estaba en una película de miedo?
Ese patio se convirtió en una habitación sin ventanas ni puertas, blanca, muy luminosa y llena de niños (más de una centenar) de unos cuatro años, todos vestidos igual. Estaban de espalda, entonces se dio cuenta que era su hijo, ̶̶ ¿Tomás?, preguntó a la multitud; y en ese instante empezaron a darse la vuelta poco a poco los niños. Todos tenían el mismo rostro, eran iguales que Tomás, su hijo estaba allí pero no sabía cuál de ellos era el verdadero Tomás.
De repente se despertó sudorosa y agitada; su mente seguía buscando denodadamente a su hijo mientras volvía a la realidad para comprender que simplemente había sido una pesadilla.