La elegancia es propia del cauto y sutil. El abalanzado, el ansioso, no puede disfrutar de esa condición, porque al pronunciarse su necesidad se zambulle a la instancia de encararlo, cuando el elegante lo mira de reojo y sabe lo que hará en lo venidero mientras observa la presa a captar en el entretenimiento mismo de ver el detalle y la opción de realización.
El sutil capta los instantes ínfimos y no se expide hasta saber con precisión por dónde fluye la energía de consumación. Analiza sin sobreinformarse y acciona de acuerdo a la circunstancia que lo amerite.
La sutil diferencia entre hacerlo pareciendo apurado y disfrutando de la esencia de estar accionando según lo que deseamos.