Revista Viajes
Otro de los iconos de esta maravillosa ciudad de Sydney es sin lugar a dudas el Harbour Bridge. Una impresionante obra de ingeniería que estábamos deseando conocer más en profundidad. Y para ello que mejor que acceder a su tablero y caminar atravesándolo de lado a lado para ver más de cerca sus seis carriles para vehículos, dos carriles para trenes, un carril bici en la parte oeste y otro carril peatonal en la parte este que ofrece fabulosas vistas de la ciudad.
Existe la posibilidad de hacer una escalada por el arco del Harbour Bridge con una empresa especializada. En principio, y a pesar del vértigo, pensamos en hacerlo ya que sería una buena experiencia para recordar, pero nuestra opinión cambió radicalmente cuando conocimos las tarifas por hacer dicha escalada-aventura, porque 268 dólares australianos por persona nos parecieron una barbaridad.
Resulta verdaderamente impresionante observar de cerca la estructura metálica del Harbour Bridge, los incontables remaches que unen cada una de sus piezas de su bella estructura, e imaginar el enorme derroche de esfuerzo de aquellos aguerridos trabajadores que a lo largo de ocho largos años dieron forma a esta maravilla de la ingeniería de principios del siglo XX. Y para hacerse una idea del tamaño del maravilloso Harbour Bridge basta con conocer el dato de la pintura que es necesaria para mantenerlo lustroso y en buen estado de forma. Nada más y nada menos que 272.000 litros de pintura son necesarios para el repintado.
El Fuerte Denison ocupa una pequeña isla en mitad de la Bahía de Sydney. Antiguamente fue una fortaleza defensiva, donde un pequeño destacamento de soldados y unas baterías de cañones defendían desde esta privilegiada posición el puerto de Sydney. Más tarde, a principios del siglo XX se sustituyó el cañón del techo de la torre por una luz de faro para ayuda a la navegación en la Bahía. Hoy en día es un pequeño museo que cuenta sus historia y una atracción turística más.
En el paseo a lo largo de Circular Quay es habitual que haya gente buscándose la vida con diversos espectáculos o mostrando habilidades particulares. Desde malabaristas, a aprendices de mago, pasando por los que amenizan con música las animadas tardes de esta zona de Sydney. Estos aborígenes ofrecían su música tradicional con el instrumento más antiguo, el didgeridoo.
Uno de los temas que siempre nos ha despertado mucho interés es conocer más acerca de los verdaderos nativos de Australia, el pueblo Aborigen. Porque la cultura Aborigen australiana es la más antigua de las civilizaciones que hoy en día sobreviven, y fueron capaces de crear música y sus correspondientes instrumentos musicales, crearon arte en diferentes vertientes como la pintura (con un resultado maravilloso a mi parecer), aprendieron astronomía. Es decir, cultivaron y desarrollaron una completa identidad cultural. Este antiguo pueblo se cree que llegó a Australia hace 50.000 años procedentes del sudeste de Asia.
Se notaba que Circular Quay era uno de nuestros rincones favoritos de Sydney, pues a poco que podíamos nos dejábamos caer en alguna de sus terrazas. En esta ocasión nos fuimos a comer a uno de sus restaurantes en el que decidimos probar uno de los omnipresentes platos en casi todas las cartas que mirábamos. Pedimos un plato de "fish and chips" o mejor dicho una tabla de madera, ya que en ellas venía presentado, junto a dos variedades distintas de cervezas locales como no podía ser de otra forma. De nuevo se volvía a notar la gran influencia británicas de Australia.
Ese sábado se iba a celebrar el multitudinario desfile del carnaval de Mardi Gras de Sydney, el mayor desfile de gays y lesbianas del mundo, y el "Queen Elizabeth" de la naviera Cunard que ese día se encontraba atracado en la terminal Overseas Passenger de Circular Quay, quiso también sumarse al evento exhibiendo una enorme pancarta de felicitación de Mardi Grass.
Una vez acabamos de comer, y tras un corto paseo, regresamos al barrio más popular de Sydney; The Rocks. El primer día de nuestra estancia en la ciudad pudimos dar un breve paseo y tomar contacto con este barrio, pero de una forma bastante superficial. Pero el barrio más antiguo de Sydney, y por extensión de toda Australia, merecía dedicarle unas pocas horas y explorar sus estrechos callejones y sus pintorescos edificios. El barrio ofrece la posibilidad de visitar alguno de sus museos entre los que se cuenta el "The Rocks Discovery Museum", lugar donde descubrir la forma de vida de los primitivos habitantes de The Rocks.
Las estrechas calles, empinadas cuestas y callejones sin salida abundan en este animado barrio. Esas calles están llenas de cafés, pequeños hoteles familiares, galerías de arte, tiendas de souvenirs y restaurantes, lo que hacía que sus terrazas y aceras estuvieran bastante llenas de gente disfrutando de las agradables temperaturas veraniegas a finales de febrero.
Siendo el barrio más antiguo de Sydney, lógicamente en The rocks también están los pubs más antiguos de la ciudad, seguramente exportados por los primeros colonos procedentes de Plymouth. Al coincidir la visita en sábado pudimos disfrutar de los mercados callejeros que se organizan en sus calles los fines de semana. Los había de todo tipo, pero el más interesante fue uno que organizaban de comida preparada con una gran variedad de platos de la cocina del sudeste de Asia.
Algunos muros del barrio estaban decorados con magníficos murales del primitivo The Rocks
The Rocks comienza en el punto donde muere el arco del Harbour Bridge y acaba en los aledaños de Circular Quay. Una de las zonas más agradable de Sydney para pasear y sumergirse en su oscuro pasado siguiendo el empedrado de sus calles.
Tras la visita a The rocks buscamos un taxi (ardua tarea encontrar uno libre) para que nos acercara a nuestro hotel, y tras un breve paso por nuestra habitación, nos fuimos raudos hacia las calles donde se iba a celebrar el desfile de Mardi Gras. Los ríos de gente que bajaban en todas direcciones por las calles desde Hyde Park no hacían presagiar una tarde noche demasiado tranquila, que por otra parte tampoco esperábamos en un evento de estas características, sino más bien de escasez de buenos lugares para poder ver algo. Y así fue, y es que por muchos kilómetros que tenga el recorrido resulta difícil meter a decenas de miles de personas en sus aceras. Y aunque cada uno hacía lo que podía y se las ingeniaba subiéndose a taburetes, papeleras y farolas, aquello resultaba una locura. Conseguimos seguir algo del desfile, y eso que estábamos en cuarta fila, pero lo alucinante es que detrás nuestro había otras seis filas más.
Lo que si que es verdad es que existía muy buen rollo entre la gente, sin líos ni broncas, y todos los que estábamos siguiendo el desfile nos contagiábamos de ese buen rollo y diversión que emanaban los que desfilaban por las calles. Aunque con tanto buen rollo era muy fácil interaccionar con la multitud y hacer nuevas amigas....o amigos, vete tú a saber.
Pero nuestros pies dijeron basta, ya no aguantaban ni un minuto más en pie, así que abandonamos lo que restaba de desfile. Como la gran mayoría de la ciudad se encontraba en el desfile, la zona más comercial del centro de Sydney se encontraba vacía para ir a cenar, así que taxi y de nuevo a Circular Quay a cenar, que allí siempre hay ambiente. Esta vez cenamos en la terraza de un restaurante italiano, en el que Ceci se inclinó por algo tan tradicional como una pizza de vegetales y yo una re-interpretación de un lomo de canguro sobre un risotto de remolacha roja. una atrevida combinación con un sorprendente resultado final.
Fue un placer disfrutar nuestra última cena en Sydney con estas maravillosas vistas.