“La arquitectura es un ser. Y es importante dónde va a vivir esa arquitectura”. Con esta reflexión de marcado carácter filosófico nos adentramos en el universo de Tadao Ando (Osaka, 1941), uno de los más renombrados arquitectos de nuestro presente, premio Pritzker en 1995, cuyos edificios han dejado una indiscutible huella en la historia de la arquitectura contemporánea con obras que establecen un diálogo entre sus propias ideas y los requerimientos del entorno natural, las costumbres y los programas de necesidades de nuestras sociedades modernas. Su divisa parece clara: la armonía entre naturaleza y arquitectura es innegociable, una suerte de imperativo espiritual.
Tadao Ando. The Oval, by Niko Poljanšek
En líneas generales, la propuesta de Ando guarda una estrecha relación con la arquitectura tradicional, la cultura y la historia japonesas, de donde extrae la simplicidad y la pureza de lo nativo, de lo artesanal, al mismo tiempo que dialoga críticamente con el canon arquitectónico del movimiento moderno de Corbusier, Lloyd Wright, van der Rohe o Kahn, horizonte ciertamente irrenunciable para seguir experimentando con los límites de la materialidad y espacialidad de la cartografía geométrica del futuro. El estilo de Ando es, en otras palabras, una inflexión intercultural, donde se combina la geometría austera y las texturas materiales del funcionalismo europeo y norteamericano con los elementos arquitectónicos japoneses tradicionales, convirtiéndose por ello en uno de las caras visibles del regionalismo crítico y la búsqueda de un equilibro dialogante entre las formas pasadas y presentes de nuestra cultura posmoderna.
A diferencia de la mayoría de los arquitectos de hoy en día, Ando no recibió una formación académica en una escuela de arquitectura. En lugar de ello, su aprendizaje fue autodidacta y proviene de la lectura y de sus numerosos viajes formativos por Europa y Estados Unidos, así como de un minucioso estudio de la arquitectura tradicional japonesa tanto en Kioto como en Nara. Sus viajes por estos continentes lo llevaron a ver las obras de los grandes maestros, del mismo modo que el aprender a dibujar por cuenta propia le permitió visibilizar las sensaciones que percibía en los espacios para convertirlas en diseños concretos y tangibles. La ganancia personal de esta etapa formativa será crucial para su carrera: el concepto de arquitectura de Tadao Ando se forja a través de los viajes que realiza, a lo largo de las diferentes culturas y lenguajes arquitectónicos, analizando desde su particular visión insular la ineludible relación entre el hombre, la arquitectura y la naturaleza.
Row House. Casa Azuma. Tadao Ando
Tras establecerse en Osaka en 1969 con “Tadao Ando Architect & Associates”, el joven arquitecto empezó a diseñar pequeñas casas y construcciones en su país, como la sencilla Casa Azuma, galardonada en 1979 con el prestigioso premio de la Asociación Japonesa de Arquitectura. En aquella casa, de fuerte geometría minimalista, Ando creó un tranquilo mundo interior al que se accedía por una puerta que era una franja en la fachada. El concepto, sin embargo, era profundamente rompedor con respecto a la idea residencial nipona, de fuerte arraigo en la madera y el papel. Contrariamente al estilo arquitectónico tradicional japonés, la temprana propuesta de Ando creaba un espacio interior cerrado, no abierto. Utilizaba paredes austeras de hormigón sin ventanas para definir los límites de estos espacios, y lo hacía basándose en criterios humanos, de forma que las personas percibiesen esos espacios como apropiados y cómodos. Las paredes separaban el exterior, frecuentemente ruidoso y caótico, del interior, que estaba diseñado como remanso de tranquilidad, aislado de lo demás. Por otro lado, en el decisivo uso de un hormigón al desnudo, un hormigón liso al natural, se podía observar ya la profunda relación que existía entre la volumetría generadora y la entrada de la luz natural, una luz que transportaba en un profundo misticismo, transportándonos casi a otra época diferente. Ando salvaba con ello el momento de la tradición, tan decisivo para la propia cultura nipona.
Casa Koshino (1980). Tadao Ando
La luz ha sido, sin duda, uno de los sellos distintivos más representativos a lo largo de toda su carrera. De forma paradigmática, el diseño de la Casa Koshino (1980), organizada en dos cuerpos paralelos unidos por un pasillo subterráneo, Ando radicalizaba esta variable de la luz en un contexto menos urbano, más paisajístico, creando un verdadero laberinto de luces y sombras sumamente originales. A falta de elementos decorativos, era justamente la luz la que ponía de relieve la textura del hormigón, y ambos elementos, aunados, funcionaban como única ornamentación. La luz dota de vida a esta vivienda, transformando cada uno de los diferentes espacios y otorgando emoción y belleza a los mismos.
Rokko Housing. Tadao Ando
La singular maestría de Ando con la luz, la naturaleza y el espacio lo catapultó a la escena mundial a mediados de la década de 1980. La visibilidad de su primer complejo de viviendas en la ciudad de Kobe, el llamado Rokko Housing, estaba más que justificada, pues en ellas materializó su sueño de realizar unos edificios escalonados siguiendo la pendiente escarpada del propio monte, en donde cada vivienda tuviese contacto directo con la naturaleza, diferenciándolas de un rascacielos o cualquier otro edificio en altura. Nuevamente el espacio se convertía en la fuente de inspiración más simple para pensar radicalmente la integración armónica y respetuosa de nuestro habitar moderno, al tiempo que lo hacía con una fuerte potenciación de la experiencia física y sensorial del momento integrador. Con todo, esa liviandad del encaje, ese “dejarse suelto”, refuerza el vínculo de Ando con la mentalidad zen.
Templo del Agua Shingon Shu Honpukuji (1991)
Un aspecto decisivo que caracteriza la originalidad y consistencia de las propuestas más conocidas de Ando desde mediados de los ochenta es, indudablemente, su dimensión espiritual. La insistencia en la incorporación de la naturaleza dentro de las construcciones, para dejar fuera a su vez el caos y el desenfreno de las ciudades, no es gratuita ni meramente retórica, sino que tiene su arraigo en la firme convicción de que es posible crear espacios trascendentes de meditación, serenidad y espiritualidad en nuestro ruidoso mundo. La suya es también una especie fascinante de espiritualidad moderna, que se expresa no obstante de forma arquitectónica. Y sin embargo, la arquitectura no debe distraer a la hora de la meditación, sino que ha de contribuir y fomentar la introspección.
Iglesia de la luz (1989). Ibaraki - Osaka Japon. Tadao Ando
Prueba de ello es una serie de conocidos proyectos religiosos en Japón, entre los que deben destacarse la Iglesia en el Agua (1988), La Iglesia de la Luz (1989) y el Templo del Agua Shingon Shu Honpukuji (1991). Así, mientras que en la primera iglesia acuática se manifiesta la importancia del cielo como elemento integrador del espacio interior, precisamente en la medida en que los bancos de meditación y reposo se orientan hacia un lago artificial exterior del que surge una silenciosa cruz de hormigón, la sobrecogedora pero bella austeridad del hormigón en la segunda capilla religiosa interactúa con las cualidades elementales de la luz a través de una simple abertura con forma de cruz. Por otro lado, en las interpretaciones acuáticas, Ando ha recuperado el sentido profundo de los templos sintoístas, enfrentando al orador con la pura naturaleza. Esta mutación cambia absolutamente el sentido de la iglesia o el templo, que pasan de ser un lugar ritual y colectivo, con un sacerdote oficiante, a ser un lugar de conexión del individuo con su alma profunda a través del dialogo con la creación y la propia la naturaleza circundante.
Museo de Arte Moderno de Fort Worth, Tejas
Fuera de Japón, la huella de lo que muchos han calificado como “efecto haiku” en el estilo de Ando ha empezado a visibilizarse desde la segunda mitad de los noventa. Así, por ejemplo, el Museo de Arte Moderno de Fort Worth en Tejas, inaugurado en 2002, intensifica a gran escala la relación entre espacio interior y exterior antes mencionada, relación que debe ser entendida siempre desde su materialidad, su estructura y morfología. Podríamos incluso decir que la estructura del edificio se vuelve el camino para lograr esa visualización, ya que implementa en su construcción varios elementos tales como el hormigón, el vidrio, agua y elementos estructurales, como lo son las columnas, creando un paisaje impactante que se impregna fácilmente en la memoria de los visitantes.
Centro Roberto Garza. Monterrey, Mexico
Otro ejemplo muy reciente es la presencia de Ando en la ciudad mejicana de Monterrey. Por un lado, con el espectacular edificio de la escuela de diseño, inaugurado en 2013, el llamado Centro Roberto Garza. La estética de este edificio –bautizado por Ando como “The Gate of Creation” en referencia a su espacio hueco central–, su expresividad tectónica, está inspirada en la poderosa cordillera montañosa que se encuentra al fondo del paisaje, una agresividad que sin embargo se ve suavizada por la transparencia y el carácter colaborativo de sus funcionales instalaciones estudiantiles, no menos que por sus espacio comunes, entre los cuales destaca la magnífica escalera de corte piranesiano. Por otro lado, en un casa particular situada en una reserva ambiental al suroeste de Monterrey, en los cerros que bordean la ciudad, Ando ha plasmado nuevamente su idea de armonización entre paisaje y arquitectura en un casa de tres niveles, de geometría sencilla, en la que se crea una combinación de espacios abiertos y cerrados, así como intensos juego de luz y sombra. Además de los diseños del interior, serenos y dinámicos, el colofón lo brinda una larguísima piscina de borde infinito con espejo de agua, que se proyecta en voladizo sobre la ladera. En su nítido reflejo se transparenta, también aquí, la quintaesencia del momento interior de la obra de Ando.
“La arquitectura sólo se considera completa con la intervención del ser humano que la experimenta”, resume Ando. Esta experiencia humana es, así me lo parece, el eje central de cada obra propuesta por este genial arquitecto japonés, una experiencia verdaderamente sensorial que ha sabido defender, desde la sencillez material de sus edificios y la liviandad de sus estructuras, la posibilidad de reefectuar, en nuestro ruidoso pero vacío mundo moderno, los sentidos placenteros de la calma y de la paz. Hay lugar para cierta espiritualidad. Maestro indiscutible de la geometría más simple y pura, Ando ha sabido transmitir por ello, con ayuda de su profundo conocimiento de la luz natural y el dominio de las texturas más desnudas del hormigón, la ejemplar sensibilidad de un artesano del siglo XXI.
Tadao Ando: Obras
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