Resulta curioso que convencer a Robert Redford para que hiciera el papel de Hubbell Gardiner no fuera una tarea fácil, quizá porque todavía en aquella época (principios de los años setenta), resultaba un tanto insólito que el protagonista masculino fuera un poco a remolque de un papel femenino (el de Barbra Streinsand) mucho más enérgico y rotundo. Katie Morosky ha luchado mucho por pagarse sus estudios universitarios y se toma la vida muy en serio, dedicando gran parte de su tiempo libre a la militancia política en el Partido Comunista, hasta el punto de que un gran retrato de Stalin decora una de las paredes de su apartamento.
Nos encontramos en los años treinta y Katie hace campaña a favor de la República Española, agredida por el golpe de Estado del general Franco. Katie es una de esas personas apasionadas por la defensa de una causa, capaces de realizar cualquier sacrificio personal por ella. Sin poder calificarla como fanática, sí que está un poco ciega respecto a lo que significa vivir bajo la égida de Stalin, por muy modélico que aparezca el sistema comunista sobre el papel. Ella se dedica fundamentalmente a repartir panfletos, pronunciar discursos y regañar a todo aquel que se toma la vida de una manera relajada y es capaz de bromear sobre la actualidad política. A pesar de todo, Katie provoca cierta admiración en Hubbell, un personaje antagónico, al que parece que la mera existencia le ha regalado una serie de dones que el administra de una manera relajada y efectiva: belleza física, inteligencia, facilidad para practicar deportes y una aptitud para la escritura que pronto se traducirá en el interés de Hollywood en adaptar una de sus primeras novelas.
Así pues, estos dos personajes tan antagónicos terminarán enamorándose. Tal como éramos recorre tres décadas de una relación sincera, pero también difícil, repleta de altibajos, marcada por las visiones del mundo, incompatibles, de uno y otro. Si a Hubbell le gustaría disfrutar de la vida sin plantearse remordimiento alguno sobre su bienestar material, Katie sigue siendo la militante apasionada a la que le cuesta empatizar con los puntos de vista de los demás, considerando frívolo todo lo que no tenga que ver con sus ideales políticos (lo cual le va a acarrear más de una situación incómoda en el círculo de amistades de ambos). Podría decirse que, a través de los años, lo máximo a que pueden aspirar ambos es a transitar caminos paralelos, pero jamás el mismo sendero.
En cierto modo, la de Pollack es una película fallida, en el sentido de que quiere abarcar muchas temáticas (la militancia comunista, la Segunda Guerra Mundial, la Caza de Brujas de McCarthy, los amores imposibles), pero no es capaz de profundizar en ninguno. Existe buena química interpretativa entre la pareja protagonista y una buena dirección, pero el guión de Tal como éramos acaba siendo víctima de su ambición.