Hoy me cuesta escribir porque estoy anclada en un momento del tiempo, tal día como hoy diez años atrás. Había aprovechado toda la mañana para limpiar a fondo la casa, era martes, y a las tres de la tarde, por fin, aún cansada, pero ya duchada y con la comida preparada, me dispuse a pasar una tarde anodina durmiendo, o leyendo, o escribiendo, o volviendo a dormir, las posibilidades eran infinitas… O quizá frente al televisor. Los 11 de septiembre son fiesta sólo en Catalunya, así que, aparte de TV3, el resto de cadenas ofrecen una programación que fomenta la siesta y el aturdimiento. Nos quieren abotargados.
Muchas veces me acuerdo de aquel día, tan mediático, porque desde entonces, al igual que me pasó entonces, me cuesta creer lo que veo, leo y oigo… Empezó una guerra, sí, pero fue la del terror. En estos diez años, el enemigo ha ido mutando y ahora se pasea por los pasillos del Banco Mundial, del FMI, de agencias de clasificación, de búnkers a prueba de escuchas y de oficinas secretas con puertas falsas… Están ganando batalla a batalla. Y me quito los zapatos y el cinturón, obediente, cada vez que cojo un avión porque ahora soy sospechosa de terrorismo.
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