Revista Deportes

Tala

Por Antoniodiaz

Tala

Javier Arroyo. Aplausos


La faena de Alejandro Talavante me sigue resultando indescriptible a estas horas. Suele pasar cuando la inspiración es la fuente principal de la obra. Cuando no hay corsés, estereotipos ni modelos con los que medirla y compararla. En teoría lo dicho debería de estar reñido con la ortodoxia y las normas clásicas, pero en la práctica no tiene porque ser así. Afortunadamente siempre han existido toreros heterodoxos, anarquistas con las telas, que han sabido interpretar el toreo en pureza. Miguelín, Chamaco o Paco Ojeda estarían en esa cuerda, cada uno con su estilo y sus formas, pero (casi) siempre con verdad y sentimiento. El Talavante de ahora, también, como aquel que de novillero hizo de las Ventas el manicomio con más locos encamisados del mundo. Y es una pena, porque da la sensación de que se ha llevado tres años intentando ser otro, deshacerse de su "yo", el que lo puso en figura cuando aún tenía acné, para transformarse en un torero serio y profesional, como cualquiera de los que poblan el escalafón. La auto-traición le ha costado una dura bajada a los infiernos y la pérdida total del crédito que ganó a ley. Esperemos por el bien de todos, que esta Puerta Grande le convenza: Alejandro Talavante es un buen torero cuando es fiel a sí mismo.
Y esto sucedió en el tercero de la tarde de los Ventorrillos, que a pesar de echar un toro bueno y otro casi bueno, no han valido para mucho, por descastados y muy metidos en el papel del medio toro que tantos triunfos dan en otras plazas. Cervato el desorejado fue un buen toro moderno, de los que pasa sin pena ni gloria por capa, caballo y arpones, pero que se viene arriba con la muleta. Toro de triunfo, que no es sinónimo forzosamente de excepcional toro. Al que Talavante cuajó de principio a fin, con esa mezcolanza de suertes que si sale bien como ayer, llamaremos inspiración, y que si sale mal, como casi siempre, pondremos como pegapasismo. Cambios de mano, trincherillas, circulares enganchados con el de pecho, manoletinas o pases cambiados, fueron intercalándose entre los momentos cumbre de la faena. El toreo al natural. Cuatro tandas de naturales ligados, largos y muy templados, sin quitarle al bicho entre pase y pase la pañosa del hocico, todos muy exquisitos, pero también hay que decirlo: un poco fingidos, por la colocación de la pierna de carga, casi siempre escondida, y por el amaneramiento un poco antinatural que adquiere su figura cuando quiere alargar en exceso el viaje del toro. Bien es cierto que a pesar de la tara en la colocación, se lo pasó más cerca que de costumbre, rematando detrás de la cintura y quedando en buena disposición para ligar con un simple giro de talones. Con todo esto, serán de los mejores naturales de la feria, una vez el Cid ha dimitido. Un espadazo le ha valido para cortar dos orejas, excesivas a todas luces -nada en los dos primeros tercios, faena muleteril con mucho altibajo, enganchones y una pérdida de muleta, hacen que ni se aproxime a la cuasi perfección que debe valer una Puerta Grande- y que demuestran que Madrid ha perdido la brújula. Demostrado queda tras aplaudir y pedir la vuelta a un toro que sólo recibió un puyazo y que fue cambiado antirreglamentariamente, pues en la primera entrada al caballo no llegaron a romperle la piel. Tala-vante rinde la tala-nquera.

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