La gente de bien no entiende que los barrios obreros de Catalunya hayan propiciado que Ciudadanos haya sido el partido más votado en las elecciones autonómicas de este 21 de diciembre. Me prometí no volver a escribir sobre política catalana porque no tenía nada más que decir y, lamentablemente, durante los próximos años no va a ocurrir nada políticamente significativo que me vaya a hacer cambiar de parecer. De todas formas, sí me apetece hacer un análisis rápido sobre lo sucedido esta noche y, concretamente, sobre la escalada espectacular de Ciudadanos durante los últimos años.
Leo comentarios sorprendidos, indignados y cargados de desprecio, escritos desde esa superioridad moral que emana de parte del independentismo y de la izquierda «pura», respecto a la victoria de Inés Arrimadas y su equipo. No lo entienden. Tratan a sus votantes de ignorantes y fachas, y no dudo que algunos lo sean. Aunque (atención, noticia) la ignorancia no es patrimonio de una opción política concreta; tampoco el fascismo ni el supremacismo.
Debo aclarar que yo no votaría a Ciudadanos ni aunque me hicieran president. Tampoco al PP ni a ningún otro partido de derechas, como por ejemplo Convergència o Junts por lo que sea. La verdad es que en estas elecciones he votado con menos ilusión que nunca porque daba por hecho que cambiaría poca cosa. Lo más triste, aparte de la prolongación perpetua del procés, es la clara y cruda derrota de la izquierda. Concreto: Catalunya En Comú – Podem y la CUP.
He votado a los primeros, aunque muy decepcionado por la manera como han sido incapaces de articular un discurso propio, siempre a remolque del procés. Esa es una de las causas principales de que Ciudadanos haya arrasado en la Catalunya obrera. En una época en la que el capitalismo se ha convertido en una religión, en la monarquía absolutista que nos tiraniza sin compasión, la izquierda debería estar más obligada que nunca a enarbolar la bandera de la conciencia de clase. Pero no, esa bandera hace tiempo que quedó olvidada en algún baúl polvoriento.
Las clases populares han quedado huérfanas de representación política, abandonadas a su suerte, víctimas fáciles del individualismo, del espejismo del consumo desatado y de los discursos simplistas, los que atacan a los símbolos aglutinadores. Las banderas, por ejemplo, el sentimiento nacionalista. Y ese nicho, igual que Le Pen en Francia o Trump en Estados Unidos, ante el abandono de la izquierda, más preocupada por los juegos soberanistas (la otra cara del discurso identitario), Ciudadanos lo ha explotado a la perfección.
No, catalanes de bien, adalides de la libertad y la dignidad, los votantes de Ciudadanos no son fachas ignorantes ni desagradecidos colonos españoles. La mayoría de ellos son gente trabajadora, orgullosa de vivir en Catalunya y sentirse española. Y, aunque no lo creáis, tenéis más cosas en común de las que imagináis.
En mi opinión, basada en el contacto cercano con algunos votantes de Ciudadanos, gente inteligente a la que aprecio de veras aunque no comparta su opción política, buena parte de ese voto es, sobre todo (agárrense), un voto de protesta. Porque, catalanes de bien, aunque no podáis concebir semejante barbaridad, existe una Catalunya, que harían bien todos en tener en cuenta, que está hasta las narices del procés, de que las instituciones de todos los catalanes lleven cinco años secuestradas por un proyecto que ni sus mismos impulsores han tenido nunca la intención real de ejecutar.
Y sí, está claro que el proyecto político de Ciudadanos empieza y acaba también en la bandera. Es un proyecto reaccionario que jamás habría logrado semejante éxito sin el clima de polarización existente. Tienen su mérito, es obvio. De todas formas, yo ni siquiera culpo a los partidos independentistas de ello. La polarización también es la clave de su éxito. Los presos políticos y los políticos en el exilio les han ido de perlas para volver a demostrar esa solidez a prueba de cataclismos. Que la organización criminal ya casi residual en Catalunya gobierne en España y mueva los hilos del sistema judicial es el principal soporte para un proyecto basado en la propaganda, el victimismo y las mismas eternas promesas que nunca podrán hacer realidad. El procesismo, el PP en España y Ciudadanos en Catalunya se necesitan. Y todo lo que se salga del simplismo y la política infantil, como se ha demostrado, lo tiene crudo.
Decía que no culpo a los independentistas del auge de Ciudadanos. Para mí el principal responsable es la izquierda no nacionalista. El 80% de quienes votan naranja deberían ser votantes de Catalunya en Comú – Podem o del PSC. Me cuesta situar al PSC en la izquierda, pero el caso es que conozco a muchos militantes de base que lo son, no de boquilla como sus dirigentes, sino por convencimiento. En cualquier caso, la «nueva» izquierda debería hacer autocrítica en profundidad y preguntarse por qué su mensaje no cala. Porque yo hoy he depositado mi papeleta sin la más mínima esperanza.
Yo soy una persona concienciada, orgullosa de ser clase obrera, orgullosa de haber bebido de las aguas del activismo comprometido de mi familia cuando el franquismo no era un recurso estilístico sino una amenaza muy real. Conforme pasan los años doy más valor, por ejemplo, a que mi padre fuera militante de la CNT en la clandestinidad, y a aquellas movilizaciones vecinales en los años 70 y 80 del siglo pasado en esos barrios obreros ahora abandonados por la izquierda, movilizaciones con las que conseguimos que los gobiernos construyeran escuelas, centros de salud, polideportivos y que instalaran alumbrado público, movilizaciones con las que impedimos que se ejecutaran proyectos especulativos en zonas verdes.
Yo, que he bebido de esas aguas, que me he criado en una familia de profundas raíces ideológicas, estoy perdiendo la fe en la política a marchas forzadas. Cada vez tengo más claro que en lo único que uno puede confiar es en su capacidad de movilización.
Lo que quiero decir es que si una persona fuertemente ideologizada pierde la fe en la política, ¿qué podemos esperar que hagan quienes piensan que las ideologías son cosas muy antiguas, que no dan de comer?
La izquierda lleva muchos años suicidándose, y la peor noticia es que esa gran esperanza que parecía iba a ser Podemos, está envejeciendo a un ritmo vertiginoso, con lo cual, el panorama es desolador.
Catalunya, inmersa en un «proceso revolucionario», vira a la derecha. Una revolución de derechas. Es acojonante. Aparte de Ciudadanos, el gran vencedor de estas elecciones es Convergència con su legión de mártires. El procés, decían, iba a ser la tumba de la derecha catalana. En fin, sobran los comentarios.
El nacionalismo catalán restituirá a Puigdemont al frente de la Generalitat para que siga aprobando presupuestos neoliberales en la región de Europa que menos invierte en educación pública. Los presos políticos y los procesos judiciales abiertos contra el independentismo nos aseguran varios años del mismo cuento sin fin, de grandilocuentes palabras vacías sobre república, democracia y libertad. Represión por un lado y victimismo por el otro.
Banderas y más banderas, y muy poca política, cada vez menos. Nada cambia. No hay nada por lo que ilusionarse.
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