Revista Opinión

Tanto tonto

Publicado el 24 abril 2017 por Jcromero

En los libros de Historia se puede leer que entre las causas de la Revolución francesa estuvo la sublevación del Tercer Estado -formado por la burguesía y el campesinado-, que eran los únicos que pagaban impuestos. Aunque aquí no haya posibilidad de revolución alguna, se puede establecer cierto paralelismo entre la fiscalidad española actual y aquella. Si a finales del siglo XVIII, la nobleza y la iglesia francesa estaban exentas de tributar, aquí, en pleno siglo XXI, quienes soportan la mayor carga tributaria son los pobres y los asalariados, mediante impuestos como el IVA y el IRPF. Por el contrario, la Iglesia católica, que pese a recibir subvenciones del Estado no es fiscalizada por el Tribunal de Cuentas ni paga el IBI y los ricos muy ricos, tienen esa vergüenza de las SICAV, entre otros instrumentos para tributar poco o casi nada. Comprobando la normalidad con la que el PP maneja los dineros públicos, no resulta fácil hacer una defensa de los impuestos, pero ¿es posible un Estado democrático y social sin ellos? ¿Es posible la democracia? El de sucesiones, por ejemplo, es un impuesto directo y electivo que ha generado un sospechoso debate. Lo más significativo de la controversia, es escuchar a tanta gente empeñada en evitar que los contribuyentes con mayores rentas lo paguen. Aducen que se trata de un impuesto injusto. Aceptando que puedan darse casos y situaciones singulares, para hablar de impuesto injusto ya tenemos los impuestos indirectos que pagamos todos los consumidores con independencia de nuestro poder adquisitivo. El que tantos ciudadanos, incluso muchos situados en la izquierda, secunden las mentiras del PP sobre el impuesto de sucesiones en Andalucía, es para hacérselo mirar y explica algunas cosas de esta sociedad, de la demagogia del PP y de la incapacidad de la izquierda para ser didáctica en un asunto como este.

Si la democracia sirve para algo, es para resistirnos a ser cómplices de toda dialéctica que incite a balar y a dejar nuestros asuntos en manos de los que siempre han mangoneado; si la democracia sirve para algo, es para gestionar el espacio compartido con los diferentes. En este sentido, resulta complicado entender la democracia sin solidaridad y no hay mejor prueba de solidaridad colectiva, ni mejor tratamiento contra la desigualdad, que la implantación de unos impuestos justos, progresivos y redistributivos. En definitiva, si la democracia sirve para algo, es para conseguir un Estado fuerte capaz de atender las necesidades de toda la población y ofrecer a sus ciudadanos buenas infraestructuras y servicios públicos de calidad. Pues bien, esto sólo será posible con la fiscalidad adecuada y, en paralelo, con una gestión rigurosa, honesta, transparente y eficaz de lo recaudado.

Una sociedad que no tiene claro el significado de ser contribuyente y que se encoje de hombros cuando se habla de pensiones, sanidad y educación pública o de las infraestructura que utiliza a diario, es una sociedad que no quiere entender cómo funciona el sistema en el que vive. ¿Acaso piensa que éstos y otros servicios públicos existen por arte de birlibirloque?

Leo por algún sitio que se creará una comisión para estudiar la posible supresión del impuesto de sucesiones. Sería un error. La supresión de este impuesto, directo y progresivo, sólo beneficiaría a los contribuyentes con mayores rentas en perjuicio de las rentas del trabajo.

Mientras, continúa una campaña permanente contra el pago de impuestos dirigida por quienes equiparan fiscalidad a confiscación. Entre sus próximos objetivos: la plusvalía municipal -que debe modificarse para no pagar si no se produce revalorización del inmueble- y como resulta que los ricos pagan por patrimonio, ya están intentando suprimir el impuesto del patrimonio. Tenía razón quien un día se preguntó: "¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota a la derecha?".

Escucho a Christian Sands, Thomas Fonnesbæk y Alex Riel:

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