Javier Rico
Se puede decir que nuestro hábitat natural es la biodiversidad urbana madrileña. Sin embargo, eso no quita para que en alguna ocasión acudamos a pinares y fresnedas en Casavieja (Ávila) o, más recientemente, a los campos de cultivos y los bosques de ribera de Carranque (Toledo). Esta última ruta precedió a otra, más cercana en el tiempo (vamos, del viernes pasado), por Humanes de Madrid. Si hubo una cosa que sorprendió en ambas es la diversidad de aves que deparan terrenos aparentemente yermos, planos y con vegetación escasa para la aparición de aves. Gran equivocación.
Los alumnos y alumnas de primaria del cole Santo Domingo de Guzmán de Humanes de Madrid tienen el privilegio de formar el primer grupo escolar con el que hemos visto avefrías desde que comenzamos con Aver Aves en diciembre de 2012. Preciosa limícola, de alargado y fino penacho, una de ellas levantó el vuelo a pocos metros de los treinta y cinco escolares que nos acompañaban, momento que nos permitió comprobar su blanco y negro y alas recortadas que la hacen inconfundible.
Esta ave de querencia invernal por nuestros campos fue una de las muchas sorpresas que nos llevamos en los dos últimos recorridos que hemos realizado: uno con un grupo de familias por el entorno de Carranque (Toledo) hasta el río Guadarrama; y el mencionado con escolares de Humanes hasta el parque Prado de la Casa (también conocido como “de los tres pinos”), una pequeña isla de vegetación arbórea entre la llanura cerealista de esta ciudad del sur de Madrid.
En Carranque, nada más empezar, la estrella fue la tarabilla común. Nadie recordaba haberla visto antes aquí, a doscientos metros de sus casas, “tan bonita”, con sus tonos negros, cremas y anaranjados algo apagados acorde con su plumaje invernal, pero aún muy distintivos; tampoco al triguero, encaramado en un cable ni a la cogujada común silbando y volando de barbecho en barbecho.
La tarabilla se posó en lo alto de una zarza, demostrando que en estos terrenos llanos, donde escasea la vegetación que levanta más de un palmo de la tierra, hay que estar atentos a estos matorrales aislados. Así fue también como vimos al gorrión moruno. En este caso se trató de un bando igualmente posado entre unas zarzas, que huyó al notar la presencia de otro bando, este de personas cargadas de prismáticos.
Con los escolares de Humanes también vimos y oímos cogujadas y repetimos con ambos grupos la observación de las simpáticas lavanderas blancas, aunque otra de las sorpresas vino del cielo. Cuando salíamos del parque Prado de la Casa, con gallinetas comunes, ánades azulones y pitos reales apuntados en el cuaderno de campo, una silueta gigante se dibujó sobre nuestras cabezas, era la de un buitre negro, seguramente en busca de conejos y perdices muertas.
El equivalente a la sensación de ver un buitre negro fue la de ver a varios milanos reales en Carranque. El viento de ese día nos permitió disfrutar aún más de las maniobras aéreas de estos expertos voladores, y constató que hasta el terreno menos propicio en apariencia alberga sorpresas ornitológicas de primer orden.
A todo lo comentado añadimos otras especies que observamos en sendos recorridos de prospección de los mismos lugares: garcillas bueyeras aprovechando la comida que les levante el laboreo de los tractores; más rapaces, como aguiluchos laguneros, águila real y cernícalo vulgar, sobrevolando los ondulados barbechos; y currucas rabilargas y collalbas grises aprovechando matas de retama donde esconderse.
Con Aver Aves volvimos a demostrar que no hay que despreciar ningún ecosistema porque no tenga árboles, montañas, cauces fluviales o lagos, aunque mejor si alguno de estos no está lejos, porque lo ideal es mantener paisajes en mosaico. Así se mantiene una biodiversidad que agradecen las aves, pero también nosotros.
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