Revista Cultura y Ocio

Te pido perdón – @Moab__

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Querida Ave Nocturna.

He decidido escribirte esta carta para decirte todo aquello que se me ha enquistado dentro de tanto encadenarlo. He decidido escribirte esta carta (la cual, seguramente, no tenga la estructura correcta porque ya sabes que lo mío no son los formatos) para pedirte perdón.

¿Por qué ahora?, pensarás. ¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha hecho esta vez?, desconfiarás. Nada. Absolutamente nada. Nada ha cambiado, nada se ha movido de su puto sitio.
Simplemente es que el silencio se lleva por fuera aunque los gritos sean atronadores por dentro. Ya no puedo, ni quiero, seguir oyendo chillar a los corderos. Y también porque llevo pidiendo disculpas diez putos años sin haber hecho nada malo y no me parece justo no pedirte perdón a ti.

Te diría que las lágrimas emborronan estas letras, las cuales escribo en tinta negra con cuerpo violeta mientras las plasmo en el papel, pero sabrías que no es verdad, que están encerradas en una celda turquesa, que las tecleo en malísima postura y que en Groenlandia no me está permitido llorar.

Quizás debería escribirte todo lo que quiero al principio porque no sé si serás capaz de llegar hasta el final, pero como no tengo fe en que leas ni el encabezado, creo que voy a permitirme el lujo de divagar. Ya sabes que soy mucho de no saber cómo empezar a decir lo que siento y luego venirme arriba, acelerar y no saber parar hasta estrellarme. Por eso estoy siempre llena de moretones que no sé curar. Como ves, siguen creciéndome versos involuntarios entre la prosa. En fin.

Es gracioso, siempre te dije que no quería actos heroico-dramáticos y aquí estoy yo, sometiéndome al escarnio en un juicio público para pedir perdón.

Acabo de decidir que voy a empezar con otra cosa, pero sin borrar el principio, que ya sabes que no puedo con eso de prenderle fuego a lo ya escrito.

En vez de pedirte perdón, voy a empezar por darte las gracias.

Gracias por haber estado ahí cuando no había nadie. Gracias por recoger mis pedazos y volver a darles forma humana. Como un Pigmalión adorable. Gracias por devolverme la ilusión, las ganas y la capacidad de escribir. Gracias porque, sin ti, no estaría hoy aquí. Gracias por ayudarme a cumplir el sueño de mi vida. Gracias por las risas nocturnas, por las diurnas, por las del atardecer, por las de los vinos, y por todas en general. Gracias por dejarte el culo haciéndome feliz. Gracias por amarme como nadie me ha amado y nunca lo hará. Gracias por eso y también por tu amistad.

Ahora ya sí, al lío.

Lo primero por lo que te quiero pedir perdón es por las comas. Y (¿por qué no?) por los “cómos”. Seguro que no hay ni una sola en su sitio, pero es que solo tú has sabido organizarme las ideas, las pausas y las tildes (ya sabes que el caos del corazón se me nota en las comas). Estoy escribiendo esto del tirón, así que verás también un montón de “solos” que eres libre de cambiar mentalmente por “únicamente” o cualquier otro sinónimo que se te ocurra.

Te pido perdón por permitir que te metieras de cabeza en algo que sabía que, de no salir bien, te dejaría peor de lo que estabas y dejarme llevar por ese corazón que era un recién nacido y que no tenía ni puta idea de la vida. Nunca debí permitir que ocurriera sin estar segura de que el final estaría a la altura de lo que merecías, pero te juro que lo creí posible. Perdóname porque me esforcé tanto en que nuestro amor fuera un cuento de hadas que no vi venir a la bruja mala que me perseguía y a la que trataba de ignorar deliberadamente (el miedo, la realidad, la sumisión, llámalo X) y ésta acabó ahorcándonos con el hilo de la historia apretando bien fuerte el nudo para dejarnos sin desenlace.

Quiero hacer que conste en acta que no te acabo de pedir perdón por amarte ni por estar contigo, sino por no haber sabido llegar hasta el final. Por acojonarme, vamos. Jamás me arrepentiré de lo primero y toda la vida de lo segundo. En realidad te pido perdón por no haber sido capaz de mandarle a tomar por culo.

Te pido perdón por dejar que machaquen, sin rechistar, lo que tú recuperaste de entre los escombros de mi dignidad. Por volver a lamer una y otra vez la mano de quien me asfixia y me manipula, como un perro apaleado falto de cariño. Gruñendo, tal vez, en alguna ocasión, pero sin atreverme nunca a morder. Al final no es tan guerrera la princesa como ella pensaba y tú, no sé, quizás seas el frágil, pero no el cobarde. Ni el débil. No, esa soy yo.

Te pido perdón por decirte que no habías evolucionado, que me usabas de amor propio y que yo no podía sustituir eso. Que yo me había hecho más fuerte y que había aprendido lecciones que en ti habían pasado de largo. Y una puta mierda. La que no evolucionó ni aprendió nada fui yo y mi amor propio y mi dignidad brillan por su ausencia.

Te pido perdón por haber matado al san Bernardo, por derretir la nieve con mi frustración y mi ira, por derribar a cañonazos los helicópteros de los geos y la chimenea y por estrellar la botella de whisky contra las rocas del lecho marino. Te pido perdón por hacer mierda todas las fantasías que un día tuvimos.

Te pido perdón también porque aún no he visto “Ruido blanco” y no lo he hecho, sinceramente, porque me daría igual el puto argumento y solo podría pensar durante toda la peli que debería estar viéndola contigo y que es injusto que no estés. No la he visto porque no puedo permitirme el estar pensando en ti porque se me rompe la cara de póker.

Dicho esto, al mismo tiempo, te pido perdón porque tengo una almohada que lleva tu nombre tatuado con tinta invisible a la que abrazo cada día en silencio. Silencio, como ese que te dediqué después de que te enfadaras. ¿Por qué?, ¿por celos?, ¿por amor?, ¿por coherencia?, ¿por orgullo?, ¿por estupidez?

Por miedo. Miedo al rechazo. Miedo al odio. Miedo a todo.

Te pido perdón porque nunca te he mentido, pero tampoco te he dicho toda la verdad. No debí guardarme los miedos y no habría estado de más contarte que los sobrealimentaba hasta que ganaron un peso que superaba con mucho la obesidad mórbida. Al final, de tanto alimentarles, quisieron más y acabaron comiéndome a mí. Como no podía ser de otra forma. Tuve miedo a hacerte tragar con llantos y dramas que no eran tuyos. ¿Que quizás no habría sucedido nada parecido? Quizás, pero no podía estar segura y arriesgarme se me hacía intolerable. ¿Y si te hacía más daño? ¿Y si no era lo que tú necesitabas? ¿Y si, en definitiva, no era capaz de hacerte feliz siempre? Ya ves, bichito, tú pensabas que nada de lo que hacías era suficiente, cuando en realidad sentía que la insuficiente era yo. Tú siempre le pusiste a todo la chispa adecuada. La de los incendios sin control, la que no no sabía darle forma al fuego, se encuentra hoy aquí pidiéndote perdón.

Te pido perdón por no haber sabido entender lo que me gritaba mi subconsciente en todos los versos que te escribía.

Te pido perdón por no tener paciencia en los últimos tiempos y hablarte en ocasiones como una auténtica gilipollas. Quiero que sepas que la frustración me poseía cual ritmo rakatanga y no me dejaba pensar con claridad. También era ella quien no me permitía disfrutar de lo nuestro sin pensar hasta hacerte creer que eras un secreto vergonzoso que esconder. El secreto vergonzoso es que no soy ni tan maravillosa, ni tan comprensiva, ni tan valiente como quiero aparentar, no tú. También lo es (y esto lo digo en una octava más alta, mirando hacia un lado y sonriendo de forma incómoda) el hecho de que, después de pedirte mil veces que no decidieras por mi bien, fui yo quien lo hizo al apartarse. Sí, te pido perdón por decidir, sin contar contigo, qué era lo mejor para ti estando completamente equivocada. Así que aprovecho para pedirte perdón por ser una jodida decepción.

Ya para terminar, quiero decirte que hay una sola de las promesas que nunca quise hacerte que no podré romper. La de amarte desde aquel 28 de noviembre hasta el último de mis días. Porque no he hecho demasiadas cosas bien en la vida, pero quererte fue, es y será la mejor de todas. Y por esto también te pido perdón de la única forma que puedo.

Te pido perdón, alma mía, de la única forma que sé.

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