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Te quiero

Publicado el 29 julio 2020 por Claudia_paperblog

Sacó varios libros de la biblioteca y me mandaba deberes cada semana para que aprendiese catalán. Se enojaba si no hacía la tarea y me gustaba ver su ceño fruncido. Me inculcó el gusto por la lectura gracias a la pasión con la que hablaba de autores que le habían cambiado la vida o le habían hecho ver el mundo de un modo distinto. Me enseñó a Almudena Grandes y Fernando Aramburu, me compraba libros en paradas ambulantes solidarias, me leía en voz alta en la playa o en el metro, me quedaba adormecido en su regazo, mientras observaba sus labios, las palabras saliendo de su boca con dulzura, con una dicción perfecta, con la entonación adecuada en todo momento, en los diálogos y en los pasajes descriptivos, en las escenas tiernas y en las tristes.

Su familia fue mi familia, su abuela me daba la merienda como al resto de sus nietos, sin hacer distinciones, su tía siempre preguntaba por mí, siempre aparecía en los álbumes de fotos que se regalaban por los cumpleaños. Y ella siempre diciéndome: Y tienes que probar esto, y te tengo que llevar a este sitio, ¿no sabes lo que es esto?, pues ya te lo enseñaré.

Me dieron a probar comida tan deliciosa… Los torreznos del pueblo, el fuet, el chorizo, las alcachofas rebozadas, los huevos rellenos de la yaya. Y su padre desde el primer momento se puso serio y, mientras me daba jamón recién cortado, dijo: No te avergüences de estar aquí ni de aceptar todo lo que te ofrecemos. Yo estuve viviendo mucho tiempo en casa de mi suegra. Si no tuviéramos dinero o estuviéramos en el paro sería otra cosa, pero podemos permitírnoslo. Y yo me ponía rojo y me sorprendía de lo buenos que eran todos conmigo. Y su madre me enseñó muchísimo, me explicaba cosas muy interesantes sobre la Guerra Civil, el origen etimológico de las palabras o el conflicto entre Palestina e Israel.

Y ella me llevó a Australia, me empujó, me hizo mejorar, no se conformaba nunca con menos. Se exigía y a la vez hacía que yo me exigiese más, cuestionaba lo que le presentaba el mundo ante los ojos y hacía que yo me lo cuestionase. Y cuando estuve a punto de tirar la toalla y de volver a casa, estuvo a mi lado en todo momento y por ella me quedé.

Te quiero

Me enseñó una manera de viajar diferente, mucho más bonita, apreciando cada detalle, disfrutando de cada momento, aprovechando el tiempo al máximo, pero a la vez, con una calma que parecía contradictoria.

Sin ella, no habría sabido que en Grecia nos estábamos bañando en el Mar Egeo, yo siempre habría dicho que en el Mediterráneo, aunque casi nunca le admitiría que tiene razón, porque no le hace falta que yo le dé la razón, ya sabe que la tiene. Y no puedo olvidar todos sus apuntes de historia o de cultura, me ha enseñado sobre los romanos y los griegos, sobre geografía y ecología. Cada vez que visitamos un lugar juntos, me sorprende con una nueva anécdota o dato curioso. Es la persona más inteligente que conozco.

Pero también me encantaba enseñarle yo cosas y que no perdiese nunca esas ganas de aprender y de mejorar. Mostrarle mi país y que conociese a mi familia es uno de los recuerdos más bonitos que conservo. Ver sus ojos abiertos de par en par, queriendo asimilarlo todo, el sabor de cada fruta, el color de cada calle, el sonido de cada río. Y me divertí mucho enseñándole a comer granadillas, cantando canciones de reggaetón con ella, viéndola con su vestido de colores por Cartagena, escuchando las conversaciones que mantenía con mis tíos o con mi mamá, todos adorándola más que a mí.

Sin ella, no habría visto ni la mitad de sitios que he visitado. De muchos no había oído ni hablar antes, siempre explorando, llevándome un poco al extremo, por caminos intransitados e intransitables. Nunca olvidaré la vez que, en una isla tropical, me llevó en chanclas a hacer una caminata por un camino inexistente, no estaba ni trazado. Simplemente caminamos por la orilla, escalando rocas, saltando por acantilados, cruzando trozos de selva hasta que llegamos a una de las calas más bonitas que he visto nunca. Y aunque en ese momento me enfadé porque estaba cansado y necesitaba echarme una siesta, luego se lo agradecí. Agradecí que tirase de mí, que fuese tan cabezota y me convenciese para hacer locuras como esa, que no habría hecho de ningún modo.

Incluso visité lugares de España donde nunca me habría imaginado. Me llevó a su pueblo, a conocer a su abuela, vi los atardeceres en los campos llanos de Castilla, me maravillé con la Catedral de Burgos. Y cada vez que me enseñaba algo más de sí misma, me enamoraba un poco más de ella. La veía fuerte y a veces insegura, decidida, pero a veces con miedo. Y eso me gustaba, que se mostrase conmigo tal y como era, que se abriese sabiendo que yo no la juzgaría, sino que la querría todavía más, si eso era posible.

Ella es puro nervio. En una tarde, ya ha dado una clase de alemán, ha limpiado la casa, llamado a su abuela y preparado el tupper del día siguiente. Siempre me ha impresionado lo bien que gestiona el tiempo y las ganas que tiene de hacerlo todo. No se puede estar quieta, nunca se echa siesta.

En el sexo, me abrió una puerta a un mundo de placer increíble, sin prejuicios sobre todo, de charlas desnudos hasta la madrugada, de comer helado después de hacer el amor, de poder decir obscenidades sin avergonzarme o sentirme mal por mis deseos.

Y también me hizo descubrir música que, de otra forma, no habría escuchado nunca. No puedo evitar que Jake Bugg me transporte a aquellos road trips por Nueva Zelanda y Australia, no me esperaba que ella escuchase ese tipo de música. Y la energía con la que su grupo favorito se desenvuelve en el escenario me fascina, me gusta la gente que transmite ese buen rollo.

Te quiero

Y cómo me cuidaba siempre y me obligaba a comer fruta y pensaba recetas nuevas que me pudieran gustar porque decía que le gustaba verme comer y disfrutar. Desde el principio, en aquella residencia de estudiantes, me enamoró con aquella crema de calabaza con picatostes, así como con el arroz negro o el pollo a la cerveza, que se convirtió en uno de nuestros platos estrella. Cuando llegaba el fin de semana, hacíamos la compra y ella casi siempre decidía el menú para sorprenderme, para que lo probase todo. A veces se dejaba sorprender por mis platos colombianos también.

Y escribe tan bien! Al principio, escribía crónicas de los viajes que hacíamos y yo las imprimía y colgaba de la pared con chinchetas. Escribía también sobre nuestro día a día o sobre sus sentimientos. Me encanta cómo escribe, es capaz de expresar con sus letras todo lo que siento, pienso y vivo. Siempre se lo digo y ella dice que no es para tanto, pero yo sé que llegará lejos.

Y ahora que nos confinan, siento que quiero estar con ella, pero sin hacer nada, dejarme cuidar y dormir durante mucho tiempo.


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