Revista Cultura y Ocio
Teatro; Julio Ramón Ribeyro; Ed. Instituto Nacional de Cultura, I.N.C. 1975.
En esta obra encontramos siete piezas de teatro, siendo las tres últimas de un sólo acto. La pieza teatral que abre el libro es un clásico en el Perú: “Santiago, el pajarero”, basada en una tradición de Ricardo Palma, “Santiago, el volador”.
El personaje central es Santiago de Cárdenas, un tipo sencillo, ex-grumete de la Marina Real, y pajarero de oficio, quien tras un meticuloso estudio de diez años, observando el vuelo de diversas aves, y en especial el de la “tijereta”, escribe un Memorial de 270 páginas, con 16 dibujos, donde afirma haber inventado un aparato para que el hombre pueda navegar por los aires. Llega a concertar una cita con el virrey y le presenta su invento. Éste, incrédulo, lo trata con displicencia; sin embargo, por haber ido bajo la recomendación del Duque de San Carlos decide recibirlo, y a insistencia de Santiago, decide entregar su Memorial al análisis del sabio matemático Don Cosme Bueno y Larrazábal, de la Real y Pontificia Universidad Mayor de San Marcos. Posteriormente, ante una Magna Asamblea en el Salón de Actos de la Universidad, y ante la presencia del duque como representante del virrey, y de Santiago, además de los ciudadanos de la Ciudad de los Reyes (como era llamada Lima, en aquel tiempo), entre quienes estaba Rosaluz, enamorada de Santiago, Don Cosme dará su veredicto. Santiago es ridiculizado ante todos, y será negado a desarrollar su invento. No sólo aquel bochorno sufrirá Santiago, la ciudad toda se burlará de él desde entonces, llamándolo Santiago, el volador; Santiago, el loco; además su vecino, el barbero Esteban Gonzalves timará a la población, quienes bajo sus engaños obligarán a Santiago a “volar” del cerro San Cristóbal, asesinándolo, haciéndose el barbero de su local.
El discurso de Cosme Bueno en aquel veredicto y las intervenciones de Santiago, defendiendo su postura son sabrosas. El análisis del matemático, que concluye en la negación a desarrollar y apoyar “el invento” del pajarero está basado no sólo en los silencios acerca del arte de volar en los diversos tratados de Aristóteles, Platón, Santo Tomás, entre otros, sino también basado en lo divino; eran tiempos del Tribunal de la Santa Inquisición en Lima.
Cosme Bueno: “….. Si Dios Creador hubiera querido dar al hombre el dominio del aire lo hubiese dotado de alas. Dentro de su omnipotencia divina aquello le era posible.
Santiago: -(Interrumpiendo) ¡Protesto! (A Cosme Bueno) ¿Pretenderá Vuesa Merced que el hombre no tiene dominio del mar? ¿Cómo nos trasladamos de aquí a la Metrópoli sino a través de los océanos? ¡Y para ello no ha sido necesario que al hombre le salgan agallas! Ha sido suficiente inventar los bajeles y las carabelas. (El director agita su campanilla. Santiago se sienta)
La historia plasmada en la tradición de Ricardo Palma a finales del siglo XIX está basada en un hecho real, ocurrida en la Lima de mitad del siglo XVIII, en tiempos del Virrey Amat (Virrey del Perú, 1761-1776; antes Gobernador de Chile, 1755-1761; aquel quien tuvo por amante a Micaela Villegas, La Perricholi.) Palma rescata la historia de Santiago de Cárdenas, un chalaco (gentilicio de la provincia constitucional y primer puerto peruano, el Callao) que vive en Lima y desarrolló su obra que fue analizada por los sabios de la época, encabezados por Don Cosme y Bueno, siendo negado todo apoyo para desarrollar y explorar su invento. Santiago tuvo la intención de hacer llegar este trabajo al Rey de España, intitulando su estudio “Nuevo sistema de navegar por los aires, sacado de las observaciones de la naturaleza volátil”. El sitio web del Museo de Aeronáutica del Perú FAP contiene una breve sinopsis de este singular personaje peruano.
“Santiago, el pajarero” fue escrita en Lima, en 1958, y es una representación en seis cuadros; se adjudicó un premio otorgado por el Ministerio de Educación en 1959.
Esta primera pieza entusiasma (así como la última), las siguientes no dejan ese gusto como piezas de teatro. Las otras cinco obras me parecen que se disfrutarían mejor como cuento (donde Ribeyro era un especialista), en especial “Los caracoles”, que particularmente es la menos lograda de este conjunto.
En “El sótano”, el señor Delmonte espera a un comprador a quien a su llegada le va mostrando la casa. Su mayordomo Daniel había bajado al pequeño sótano a echarse una siesta. En un repentino momento irrumpe Rosita, la joven hija (17 años) de los señores y descubre a Daniel ahí. Mientras conversan se percatan de que el señor Delmonte está dispuesto a bajar con el posible comprador a ese pequeño cubil donde están los dos, decidiendo ambos esconderse debajo de la litera que allí hay, apagando la lámpara con la que bajó Rosita. Daniel está aterrorizado de que el patrón lo descubra en aquel lugar obscuro, junto a su hija.
Como el sótano carece de conexión eléctrica ambos tipos bajan iluminados por una linterna. Al oír unos ruidos concluyen que hay una rata ahí, oteando ambos debajo de la cama y no ver nada, saliendo y cerrando la trampa que da acceso al piso superior, dejándolos encerrados. A la partida del comprador el señor Delmonte ordena a su mujer cancelar su salida y le propone salir, comunicándole primero haber encontrado algo horrible en el sótano, y, antes de partir gira ligeramente la llave de la conexión de gas que da a ese recinto. Entretanto Daniel y Rosita continúan conversando, descubren haber quedado encerrados; él la verá reclinada ojeando un libro bajo la luz cada vez más exigua de la lámpara. La perspectiva de Daniel hacia la hija del patrón, en ese ambiente semioscuro cambiará.
Aquí el empleado, al principio temeroso de lo que pueda hacer el patrón si son descubiertos, cambia conforme va teniendo más confianza por las conversaciones con la hija, dejando entrever una posible violación, una posible muerte de ambos por asfixia, o hasta quizá una explosión de aquel lugar sin ventilación, ya que, Daniel encendía fósforos para poder fumar.
Esta obra es una pieza de un acto, escrita en Lima en el año de 1959.
En “Fin de semana”, es una pieza en tres actos donde Ribeyro deja unas indicaciones para un futuro montaje.
Aquí encontramos a una joven pareja, el arquitecto Hugo y su esposa Dora quienes pasan un fin de semana en su casa de campo en Chosica, ubicada cerca al club del cual es presidente el tío de Dora. Pancho es un quinceañero, empleado y protegido de Hugo, quien con rapidez y dedicación aprende todo lo que el arquitecto le enseña; Hugo está muy orgulloso por su progreso. Al llegar los hijos del presidente del club a la casa de Hugo éste encomienda a Pancho que los acompañe para que los vigile ya que ellos están prestos a ir a jugar al cerro. El presidente, un hombre sagaz, triunfador, llega a visitarlos y comunicarles que por recomendación suya le fue encomendado unos trabajos para Hugo en el club; la pareja está feliz. Dora es media interesada, superflua, plástica (como en la canción de Rubén Blades), ante la noticia ya va haciendo planes de qué comprar y modificar en su hogar. Horas más tarde los niños bajarán temblando y llorando a contarle a Hugo que Pancho cayó en una zanja, y que está negro. Hugo descubrirá que su protegido cayó en una mala instalación hecha dentro de los límites del club, muriendo electrocutado. Hugo tendrá una lucha interna, optar por aceptar la manipulación del tío de su esposa ante la policía y la madre del muchacho, o mantener sus principios, su rectitud, que lo obligan a enfrentarse al tío de su mujer para que la verdad sea la que prevalezca, lo que significa dejar de aceptar todo su apoyo en lo profesional. David contra Goliat.
Los que conocemos algo de los personajes de Ribeyro sabemos cómo será el final. Los más débiles, ni con la verdad de su lado, podrán salir victoriosos.
“Los caracoles” es una pieza diferente; tiene un final mágico que, particularmente, desmorona la buena historia creada hasta la muerte de Oblitas Paz. No me incomoda que regrese de la muerte para cobrar venganza, sino que se aparezca con una flauta y multiplicados a la “n” cazando al grupete de mafiosos tal y como colectaba caracoles en vida.
El gerente del Hotel El Trópico en la isla del mismo nombre está angustiado pues en el hotel de la isla vecina, El Viejo Roble, gerenciado por Aquiles Robles, tiene muchos más turistas que llegan por encontrar en aquel lugar una pequeña selva virgen donde pueden cazar con tranquilidad. El gerente con su secretario divisan cómo pasan las lanchas abarrotadas de turistas directo a la isla vecina. El gerente será presionado por dos accionistas que llegan para pedirle informes y una solución ante tal pérdida de dinero. El secretario elucubrará un plan: sembrar un asesino en la isla de los vecinos y que un importante cliente de la competencia sea victimado. Reclutan a un mendigo de nombre Oblitas Paz, a quien lo vestirán haciéndolo pasar por un tipo rico e importante, lo alojarán y pagarán todos los viáticos en la competencia, escondiéndolo luego y hacer creer que fue asesinado. Sus planes iniciales darán frutos, la competencia pierde todos sus clientes, y Aquiles Bombet acepta vender su hotel a un precio ridículo al gerente de El Trópico, pero también ellos se verán afectados por la presencia de un asesino tan cerca de ahí. Deciden entonces “encontrar el cuerpo de la víctima” para divulgarlo ante los medios, y para eso tendrán que matar realmente a Oblitas Paz.
Me encanta los personajes de los dos accionistas, dirigiéndose con sorna, con cachita hacia el gerente, presionándolo a encontrar una solución, me los imagino de terno, de hombros rectos, y gafas, haciendo movimientos iguales, y de similar apariencia también. La conversación de los dos sicarios, añorando tiempos lejanos, con más acción, con sangre de por medio, ahora resignados a realizar tareas simples que no llegan a comprender, hasta que se les da la orden (¡qué alivio…, por fin algo de emoción!) de matar a Oblitas Paz.
Toda la historia es envolvente, hasta que llega el final. Prefiero los clásicos finales ribeyranos, donde el desvalido, el paria, el relegado, nunca vencerá, aunque quien podría culpar a un artista por intentar algo diferente.
Las tres últimas obras son farsas en un acto, iniciando con “El último cliente”, donde Adelinda, soltera de 48 años, trabaja en una casa de alquiler de trajes de novios junto a su anciana madre. Al final de la noche, en ausencia de esta, Adelinda decide probarse un vestido de novia, aquel artilugio que está resignada a nunca usar. De improviso aparece un cliente, sumamente apremiado, con la intención de alquilar un chaqué. Él es un tipo galante y con una labia florida, rápidamente se gana la confianza de Adelinda. Con dulces palabras la enamora y hasta llega a pedirle matrimonio. La invita a cenar para así iniciar una amistad. Aturdida y emocionada ella irá a cambiarse de vestido. A su regreso a la recepción del local se dará de cara con la realidad, con su triste realidad. Aquí Ribeyro nos entrega un final visual, mudo, donde el cliente es descubierto por Adelinda robando, y aun así continúa, con una tímida sonrisa en los labios, ante el estupefacto de la solterona. Gran final trágico, cuando crees que estás mal (en este caso, por la eterna soltería) el destino te hace ver que puedes estar peor.
En “El uso de la palabra” encontramos a Franklin, un escritor de poco éxito quien invita a su cuarto de hotel en Lima a Angel Del Solar, un artista que vivió una temporada en Francia; lo que aparentemente Franklin busca es relacionarse, compartir experiencias, intercambiar puntos de vista con algún otro artista u hombre de mundo como él, pero lo que realmente busca y con desesperación es ser escuchado, que le presten atención, ser reconocido, al punto que atropella a su invitado sin dejarlo responder las preguntas que él mismo le formula, respondiendo incluso por él. Toda la escena es muy graciosa, y claro, culmina con el hartazgo de Angel, dejando sólo a su anfitrión a mitad de uno de sus monólogos. Franklin no entiende por qué se retiró su invitado, por qué todo mundo reacciona así con él.
Si con la pieza anterior ríes, con la que cierra el libro “Confusión en la prefectura” la risa está presente en cada línea. La parodia de un viejo político, de aquellos que siempre están presentes en un cargo que pareciera perenne, que se aprovechan de su puesto, esos putos tránsfugas que pueden estar con la democracia en un momento y con la dictadura en otro.
Juan Sandia se enterará aquella mañana, en el lejano poblado donde es prefecto, que hubo un golpe de estado en Lima, y entre lamentos por el poco tiempo que está ejerciendo decide mandar con el gobernador un telegrama urgente al golpista, el general Chumpitaz, felicitándolo por la acción tomada. Minutos después llegará a su oficina el alcalde quien conversará sobre el incidente con el prefecto, en cuanto por la radio informan que el presidente de la república no ha renunciado a su cargo. El prefecto absorto por la noticia mandará al alcalde corriendo a que detenga al gobernador a toda costa y no envíe el telegrama. Lo peor es que aquello se repetirá pues las noticias van llegando de a pocos por la radio, y todas contradiciendo la noticia anterior.
La escena es comedia pura; con muchas obras puedes reír, pero no tanto como con esta. La facilidad con que va cambiando los adjetivos utilizados por el prefecto, a favor y en contra para con el Presidente de la República Héctor Verdoso, y el General Camilo Chumpitaz, de acuerdo a la información que va recibiendo. Infelizmente, al menos en mi país, el Perú, muchas veces vemos como la realidad supera esta sátira.
En cuanto al libro, esta es una inmerecida presentación de una obra de uno de los escritores más queridos y recordados del Perú. Es irónico que este libro haya sido editado por el I.N.C. (Instituto Nacional de Cultura del Perú) y que esté repleta de errores ortográficos, al punto que hasta alguien tan despistado como yo repare en estos. Por otro lado, creo que nunca más fue editada esta obra por alguna otra casa editorial, ni por Milla Batres, ni por Jaime Campodónico/Editor, así que, a pesar de esta vergonzosa edición del I.N.C, hay que rescatar la presencia de la obra teatral de Julio Ramón Ribeyro para el gran público.
Confusión en la prefectura.
Farsa en un acto.
La acción ocurre en un alejado pueblo de provincia. Oficina modesta con un mapa del Perú, un escritorio, una silla, un viejo sillón, un radio antiguo contra la pared. Puerta a la izquierda que da a la calle. Al levantarse el telón el prefecto se encuentra sentado ante su escritorio, bostezando. Lleva un saco de pijama grueso amarrado a la cintura con un cordón. Sus cuatro pelos están bien peinados.
Personajes:
EL PREFECTO .- Juan Sandia, 50 años, calvicie acusada, bigotillo con las puntas ligeramente levantadas, nariz rojiza.
EL GOBERNADOR .- Jaime Toro, mestizo de 35 años, sombrero blanco y poncho corto de vicuña.
EL ALCALDE .- Cuarentón, gordo, traje negro de pana con chaleco y cadena de reloj.
PREFECTO .- (Solo) ¡Ah, que descansada vida se lleva en estos pueblos! Buen clima, buena leche, buena carne. De vez en cuando una reunión donde el alcalde, otra donde el señor cura, un discurso por aquí, una subversión por allá. Esto sería el mismo cielo sino quedara tan lejos de Lima. ¡Y sobre todo los regalitos! Regalitos de los hacendados y, también de los indígenas, un carnerito por aquí, una bombita por allá…
GOBERNADOR .- (Entrando a la carrera) ¡Señor prefecto! (Se ahoga) ¡Señor prefecto!
PREFECTO .- (Se pone de pie) ¿Qué sucede? ¡Hable usted, señor gobernador!
GOBERNADOR .- ¡Han derrocado al gobierno! ¡Acabo de oírlo en la radio del bar Bacará, donde tomaba desayuno!
PREFECTO .- ¡Imposible!
GOBERNADOR .- ¡Se lo juro! Sucedió anoche… es decir, esta madrugada.
PREFECTO .- ¿Y cómo se han atrevido? (Contornea su escritorio) Si nuestro presidente hace un año que está en el poder. (Recitando) Es más, anda por la senda del progreso… La economía postrada se rehabilita…. La agricultura reverdece (Señalando el mapa) en todos los valles de la patria… (Reaccionando) Pero, ¿está usted seguro de lo que dice?
GOBERNADOR .- (Señalando el radio) Encienda usted el aparato. Están dando el noticiario.
PREFECTO .- (Dirigiéndose a la radio) Debe ser una falsa alarma, propaganda por alguno de esos elementos disolventes interesados en sembrar la confusión… (Enciende el radio y se escucha el final de una marcha militar).
LOCUTOR .- ¡Últimas noticias! El señor presidente, don Héctor Verdoso dimitió esta madrugada de sus funciones para evitar efusión de sangre. El golpe de estado fue dado por el general Camilo Chumpitaz al frente de la división blindada.
GOBERNADOR .- Exactamente. Eso es lo que había escuchado.
PREFECTO .- (Cogiéndose la cabeza) ¡Y sólo tengo seis meses de prefecto! (Incrédulo) No, no y no. No lo creo. ¡No lo creo, señor gobernador!
GOBERNADOR .- Pero escuche usted.
LOCUTOR .- A las cuatro de la madrugada, sin que nada lo dejara prever, una columna blindada llegó ante Palacio de Gobierno, y después de una breve escaramuza con la escolta de guardia… (ruidos en la radio, la emisión se interrumpe).
PREFECTO .- ¿Qué pasa? Sintonice usted bien. (Siguen los ruidos).
GOBERNADOR .- (Mueve los botones) No se escucha nada... Se debe haber perdido la onda. (Los ruidos cesan).
PREFECTO .- (Preocupado) ¡La onda, la onda…! Nuestro ilustre mandatario, don Héctor Verdoso, un verdadero patricio, derrocado… y ¿por quién además? Por un, por un…
GOBERNADOR .- Ya lo oyó usted: por el general Camilo Chumpitaz.
PREFECTO .- ¿Chumpitaz? ¡Hay tantos generales, Santo Dios! ¿Qué Chumpitaz será éste? ¿El antiguo ministro de gobierno?
GOBERNADOR .- El mismo.
PREFECTO .- ¡Ejem! Lo conozco… es decir, lo vi una vez en palacio. Debo reconocer que es un militar de …, de prestigio, con una limpia foja de servicios en los anales patrios… ¡Ejem! Pero, dadas circunstancias, es inadmisible que se haya atrevido.
GOBERNADOR .- Por lo que pude oír en el Bacará, que “el país estaba en el caos”.
PREFECTO .- Vaya, eso es una exageración… Claro, que si uno mira las cosas con cierta objetividad, todo no marchaba muy bien, hay que reconocerlo. Había un déficit por aquí, una pequeña inflación por allá… El presidente Héctor Verdoso hacía lo que podía, pero…
GOBERNADOR .- (Anticipándose) ¡Pero carecía de carácter…! ¿No es eso señor Prefecto? En confianza le diré que yo no tenía mucha fe en su gobierno.
PREFECTO .- (Convencido) ¡Usted lo ha dicho! Eso es también lo que yo sentía a veces: falta de confianza, no sé, algo como una corazonada que me decía: “no te fíes mucho de ese Verdoso”.
GOBERNADOR .- En cambio, lo que el país necesita, pensaba yo, es un hombre de carácter…
PREFECTO .- (Completando) Diga más bien, de orden y rectitud. Un militar, para decirlo sin rodeos. Un hombre de temple, de disciplina…., como el ilustre general Chumpitaz, para poner un ejemplo…
GOBERNADOR .- Completamente de acuerdo.
PREFECTO .- Sí, querido señor gobernador . Eso tenía que suceder. Cuando el país cae en el caos, es necesario que alguien intervenga para poner orden, para restablecer las libertades amenazadas, para garantizar el ejercicio de los derechos…. Creo que no debemos perder tiempo. En el acto hay que manifestar nuestra adhesión al nuevo gobierno. Fíjese, corra usted a la oficina de correos y ponga rápido un telegrama…
GOBERNADOR .- ¿En qué términos?
PREFECTO .- Espere usted. (Se coge la cabeza) ¡Qué lío, Dios mío, y tan temprano! Aún no he tenido tiempo de quitarme (señala su pijama) el “robe de chambre”. (Al gobernador) Diga usted: “Felicitaciones brillante paladín democracia stop, valiente actitud derrocar gobierno incapaz stop. .. Bueno, etcétera, algo dentro del estilo. Firmado, Juan Sandia, Prefecto de Huanta y Jaime Toro, Gobernador…” ¡Pero vaya usted, apúrese! (El gobernador se pone su sombrero y sale corriendo) ¡Uf, qué problema! Hacerme esto a mi que estoy sólo seis meses aquí. No se lo perdonaré nunca a ese vil Verdoso. Y cuando subió a la presidencia me dijo: “Querido Sandia, tiene usted para cinco años de prefecto, en el pueblo que usted elija”. ¡Qué falta de garantías!
ALCALDE .- (Entra resollando) ¿Es cierto, señor, que nuestro ilustre presidente Héctor Verdoso ha sido expulsado de palacio?
PREFECTO .- (Colérico) ¿Qué es eso de ilustre señor Verdoso? ¡Verdoso a secas, señor alcalde!... Sí, es cierto. Un valeroso militar, harto de las tropelías de este civil incapaz, resolvió anoche dar un ejemplo de civismo a la nación y le arrebató el mandato que injustamente desempeñaba.
ALCALDE .- ¿Y quién es ese militar?
PREFECTO .- ¡Tenga usted un poco de respeto! Diga “ese representante de las fuerzas armadas”. Es el general Camilo Chumpitaz.
ALCALDE .- (Dubitativo) ¿Chumpitaz?
PREFECTO .- ¡Qué! ¿No lo conoce? ¿Es posible que no conozca al general Chumpitaz? Un hombre brillante, uno de esos paladines que han heredado y que encarnan la tradición…
LOCUTOR .- (Precipitadamente) Radio Nacional reanuda su emisión interrumpida por causas ajenas a nuestra voluntad. Les pedimos disculpas por el incidente, pero nuevamente en el aire al servicio de la ciudadanía.
PREFECTO .- Oiga usted. Entérese de lo que pasó.
LOCUTOR .- Nos vemos obligados a rectificar nuestra información dada hace unos minutos. El servicio de información de palacio nos comunica que el presidente Héctor Verdoso no ha dimitido, sino que después de un animado debate con el general Camilo Chumpitaz convenció a este último a desistir de su tentativa de tomar el poder.
PREFECTO .- ¿Eh?
LOCUTOR .- En consecuencia, el mandatario legítimamente elegido continúa desempeñando la máxima magistratura.
PREFECTO .- (Fuera de sí) ¡Dios! ¡Corra, corra, vuele señor alcalde! ¡Apúrese!
ALCALDE .- ¡Pero no entiendo nada! ¿Y el ilustre general Camilo Chumpitaz?
PREFECTO .- ¡No lo conozco! ¡No lo conoce nadie! ¡Aquí no hay ningún general ilustre! ¡Corra detrás del gobernador que debe estar llegando al correo y dígale que no ponga el telegrama!
ALCALDE .- (Sin entender) ¿Telegrama?
PREFECTO .- (Empujándolo hacia la puerta) ¡Vamos, de una vez! (Sale el alcalde) ¡Uf, qué historia! (El prefecto se abanica con su pañuelo). Si no lo agarra antes que despache la adhesión… Eso te pasa por… Pero en fin, hacerme esto a mí, Juan Sandia, con veinte años al servicio de la nación en la prefecturas de Cusco, Puno, Arequipa, Nazca, Ayabaca, Huánuco, Andamarca, Quillabamba, Satipo, Iquitos y para de contar. ¡Sin haber cumplido seis meses en Huantay! Y cuando no he tenido tiempo sino de conseguir una chacrita, una casita…
LOCUTOR .- Ahora transmitiremos una marcha, mientras esperamos la llegada del mensaje que el presidente Héctor Verdoso ha anunciado para tranquilizar a la ciudadanía.
PREFECTO .- (Apaga el radio) ¡Nada de marchas! (Reflexiona) Será sin dudas un mensaje deslumbrante. ¡Qué talento oratorio tiene este señor! Un verdadero letrado (Se coge la frente) ¡Qué dolor de cabeza Dios, y a las ocho de la mañana!
GOBERNADOR .- (Aparece a la carrera) ¡Todo arreglado! (Resuella).
PREFECTO .- ¡Pero hable!
GOBERNADOR .- Figúrese usted, ¡con las justas! Le estaba entregando ya el telegrama a la empleada, cuando llegó el alcalde. ¡Se lo tuve que arrancar de las manos! ¡Uf, que carreras! En fin, todo se arregló… ¿quiere decir entonces que no ha pasado nada?
PREFECTO .- ¿Cómo que nada? ¿Le parece poco que ese felón militar, cómo se llama, ese Chumpitaz, haya intentado darle un golpe artero a nuestro ilustre presidente don Héctor Verdoso? Ah no, no, no. ¡Yo reclamo contra él una grave sanción! Eso no puede quedar sin castigo. ¡Un fusilamiento! Ya es tiempo de acabar de una vez venales tentativas contra el orden establecido y la constitución. Vea, le voy a dictar otro telegrama.
GOBERNADOR .- (Saca una libreta) ¡A sus órdenes!
PREFECTO .- (Mirando el cielo raso, solemne) “Su excelencia, don Héctor Verdoso…” No, ponga así: “Excelentísimo señor don Héctor Verdoso, Presidente de la República del Perú stop (Pausa) Autoridades Huanta y encabezadas Prefecto Sandia aplauden gran lección de civismo dada viles usurpadores poder legítimo stop, felicitan mandatario valiente actitud stop, adhesión incondicional término feliz mandato stop”. ¡Espere! Añada usted: “Exigimos castigo felón militar”. ¡Listo!
GOBERNADOR .- (Terminando de escribir) Listo. En el acto voy a despacharlo. (Sale)
PREFECTO .- ¡Increíble! ¡Qué mañana! Y todavía hay miserables que dicen que los prefectos se pasan la gran vida. Como si a pesar de la lejanía no viviéramos nosotros intensamente las pulsaciones más íntimas de la patria, que nos llegan por los aires a través de las ondas. (Mira el radio) ¡Ah, el comienzo (Se acerca al radio) De rodillas, se lo escucharé, don Héctor Verdoso, de rodillas, como la misa… (Enciende el radio).
LOCUTOR .- ¡Radio Nacional informa! Dentro de unos instantes les transmitiremos en directo desde el palacio de gobierno el mensaje a la nación del presidente Héctor Verdoso…
PREFECTO .- (Emocionado) De rodillas… (Pone una rodilla en tierra).
LOCUTOR .- ¡Don Héctor Verdoso se acerca en estos momentos al micro para leer su mensaje a la nación!... (Voz con trémolos del presidente). “Ciudadanos: en mi calidad de presidente electo de la república del Perú, debo dirigirme a ustedes en estos álgidos momentos para informarles de los graves acontecimientos que se desarrollaron esta mañana en palacio…
PREFECTO .- (Exhortándolo) ¡Adelante, patricio!
VOZ PRESIDENCIAL .- “Un subalterno mío, el general Camilo Chumpitaz…”
PREFECTO .- ¡Un felón, un desgraciado!
VOZ PRESIDENCIAL .-“…que hasta ahora me había dado muestras de la mayor fidelidad, ingresó esta mañana a palacio al frente de la división blindada, para exigirme que deponga el poder en sus manos, y yo, depositario del mandato popular…
PREFECTO .- Del mío, del de todo el pueblo…
VOZ PRESIDENCIAL .- “…me negué enérgicamente a satisfacer su pedido, pero, ante la insistencia del citado general…”
PREFECTO .- ¡Ay!
VOZ PRESIDENCIAL .- “…me ví obligado…”
PREFECTO .- ¡Dios mío!
VOZ PRESIDENCIAL .- “…a acceder a su demanda y a dimitir de la presidencia de la república…”
PREFECTO .- (Se pone de pie) ¡Cobarde!
VOZ PRESIDENCIAL .- “…En consecuencia, recomiendo serenidad a la ciudadanía…”
PREFECTO .- ¡Qué ciudadanía, qué serenidad!
VOZ PRESIDENCIAL .- “…y les pido que respeten la voluntad…”
PREFECTO .- (Apaga el radio) ¡Que te cuelguen, imbécil!
ALCALDE .- (Entra sonriente, satisfecho) Bueno, lo cogí antes que pusiera el telegrama… (Se sienta en el sillón). De modo que hemos tenido suerte y que ese generalote se encontró con la horma de su zapato…
PREFECTO .- (Irritado) ¿Qué generalote?
ALCALDE .- Ese…, ¿Cómo era? Ese Chumpitaz, el que quiso deponer a nuestro ilustre presidente Verdoso…
PREFECTO .- ¿Ilustre señor Verdoso? Pero, ¿se da cuenta de lo que está diciendo?
ALCALDE .- (Desconcertado) Creo haber entendido que nuestro mandatario…
PREFECTO .- (Gritando) ¡Era un incapaz, un cobarde, un canalla, un caballo vestido de frac…!
ALCALDE .- Pero, entonces, ¿y ese militar que pretendía…?
PREFECTO .- ¡No pretendía nada! Estaba en su derecho… (Avanzando hacia el alcalde) Señor alcalde, ¿cómo se atreve usted? (Furioso) ¡Lo voy a ahorcar, lo voy a descuartizar! ¿Cómo se atreve usted a expresarse así de nuestro presidente, el heroico, el patricio, general Camilo Chumpitaz ¡Corra usted!
ALCALDE .- (Se pone de pie) ¿Adónde? ¡No entiendo nada!
PREFECTO .- ¡Al correo!... ¡Agarre al gobernador, métale un tiro, pero que no ponga el telegrama!
ALCALDE .- ¿Otra vez? Pero si enantes…
PREFECTO .- ¡No pregunte nada! Corra usted, vuele… (El alcalde sale corriendo) ¡Uf, qué gente ésta, pierde la cabeza, se ofusca, se enreda…, y encima dice “el general Chumpitaz”, este patán, en lugar de “nuestro magnánimo, alejandrino, nuestro …, ah, no sé ya cómo llamarlo… (Mirando la radio) Seguramente hablará por radio. (Se acerca y enciende el botón) Escucharé su voz, pero no de rodillas, sino cuadrado marcialmente, como un obediente soldado (Se cuadra).
LOCUTOR .- ¡Últimas noticias! Comunicado oficial: Tenemos que informar a la nación que la dimisión del señor presidente no ha sido aceptada por el grueso de las fuerzas armadas, y que el general Chumpitaz fue detenido cuando se ceñía la banda presidencial y enviado al Frontón, donde esperará ser juzgado por una corte marcial.
PREFECTO .- (Cogiéndose la cabeza) ¡No! ¡No puede ser! ¡Me estoy volviendo loco! (Corre hacia la puerta) ¡Señor alcalde! ¡Señor gobernador! (Regresa al centro de la oficina) ¡Ay! ¡El telegrama! ¡Que no lo pongan!.... ¡Sí, que lo pongan! (Trata de pararse de cabeza) ¡Qué viva nuestro general! ¡Oh, perdón, qué viva don Héctor Verdoso! (Da cabriolas) ¡Que se vayan todos al diablo! (Se tira sobre el sillón) ¡Que me dejen dormir! (Se sienta sobre el sillón, mirando al público). Un general por aquí, un civil por allá…. (Se queja) ¡Ay, ay, aaay!
TELÓN
Paris, 1965
publicado el 13 mayo a las 13:04
Julio Ramón Ribeyro, el mas grande cuentista urbano del Perú y tal vez de américa latina...en el teatro un gran aporte...debería publicarse por internet sus obras completas para su difusión y puestas en escena por los diferentes grupos de teatro y Centros Educativos.