Eran el objeto de nuestro deseo y ahora nos parecen anticuados y hasta feos. Quizás más que ningún otro elemento de los que nos rodean y construyen nuestro entorno cotidiano, los teléfonos móviles sufren una evolución que no es rápida, sino vertiginosa. Conseguimos lo que parece colma nuestras expectativas, y sin llegar al año, ya estamos suspirando por el siguiente cacharro que podría caer en nuestros dedos y maldecimos al que los recibe en ese momento. El modelo que ahora parece inalcanzable nos parecerá en breve indeseable, y la belleza que ocupa el escaparate que nos hace pararnos, sufrirá en poco tiempo nuestra indiferencia.
Por eso no está de más echarles un pequeño recuerdo. Por qué al fin y al cabo, soportaron nuestras llamadas intempestivas, agradecieron las conversaciones con amigos, aguantaron nuestros dedos en interminables sesiones nocheviejanas de SMS, llenaron nuestros bolsillos, satisficieron nuestros sueños y, en fin, nos acompañaron durante algún tiempo. Ahora son viejos cacharros, pero tampoco nosotros somos como entonces ¿no?