Durante la crisis del coronavirus se ha evidenciado que la desinformación entraña un sinfín de riesgos significativos para los sistemas sanitarios y públicos; así como para la gestión de la crisis y la economía. En definitiva, supone una seria amenaza para la salud de las sociedades democráticas contemporáneas.
Si bien es cierto que esta existe desde tiempos inmemoriales, sobre todo en el ámbito de la política, a medida que la sociedad se ha ido embarcando en la cuarta revolución industrial, el fenómeno ha evolucionado considerablemente con nuevos métodos y tecnologías. En un espacio -el online- donde se acelera la rapidez a la que se difunden estos contenidos falsos o engañosos, también se acrecienta el alcance, lo que deriva en una segmentación cuidadosa del público objetivo y complica cada vez más la detección de fake news, su clasificación y, sobre todo, la forma de contrarrestarlas.
En la actualidad, a través de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería, cualquier persona que disponga de un teléfono inteligente y una conexión a internet puede difundir contenidos falsos con tendencia a viralizarse en un abrir y cerrar de ojos. Además, la sofisticación digital permite dotar de contenidos falsos a la sociedad con una mayor apariencia de veracidad mediante la manipulación de imágenes, videos y audios, o herramientas de amplificación, como los ejércitos de bots, diseñados para viralizar contenidos de forma automatizada. Ocurrió en durante las elecciones de Brasil de 2018, cuando el 20% del debate electoral se generó vía bots o a través de memes con imágenes falsas.
Enumeremos algunos de estos riesgos que considero críticos para los sistemas democráticos: las fake news vulneran el derecho a la información, ponen en peligro la participación ciudadana en cuestiones de interés público (como el cambio climático o la igualdad de género) o la toma de decisiones informadas (como vacunarse o no). Además, genera discursos de odio y polarización, y manipula a la opinión pública.
¿La solución? No es fácil. Ni única. Ni milagrosa. Debe de actuar sobre las tres fases de la desinformación, con un enfoque holístico y transversal: producción, difusión y consumo. Las dos últimas pueden mitigarse mediante el empoderamiento ciudadano, fomentando el consumidor crítico y consciente del contenido. También es necesario intensificar los esfuerzos para que las tecnologías sean una herramienta capaces de detectar falsedades y generar mayor confianza entre la ciudadanía.
En este sentido, algunas organizaciones y medios de comunicación se han especializado en el fact-checking mediante el seguimiento y contraste de datos que circulan por la red. Y es que, a pesar de que es una práctica habitual en el periodismo, ahora se ha convertido en un proceso fundamental para combatir la desinformación. Sin embargo, se trata de uno lento y manual que demanda tiempo y recursos de los que no siempre se disponen.
Con esa intención, hemos lanzado una convocatoria internacional para identificar y testear soluciones tecnológicas innovadoras que ayuden a optimizar y automatizar el proceso de fact-checking. Una iniciativa que cuenta con la colaboración de Newtral, EFEVerifica, la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales y Verificat. De esta manera, esperamos contribuir a reducir la propagación de la desinformación en la sociedad.
Existen pocos datos objetivos respecto al número de falsedades que circulan por la red, pero un estudio de Pescanova sobre el impacto de las fake news en España apunta que en 2022 se consumirán más noticias falsas que reales. Y, mientras seis de cada diez españoles cree saber detectar un contenido falso, en realidad solo lo logran menos de dos por cada diez. A raíz de la infodemia derivada de la covid-19, según la International Fact-Checking Networken, se han verificado globalmente más de 6.000 falsedades de notoriedad, pero se desconoce con exactitud la cantidad que circula sin ser tener un gran altavoz, por lo que su impacto es incalculable.
Teniendo en cuenta el gran potencial de viralización de los contenidos, las capacidades de entidades dedicadas a la verificación y el elevado porcentaje de población vulnerable a la desinformación es evidente que nos encontramos frente a una problemática muy extendida. Por ello, resulta fundamental desarrollar acciones y mecanismos que respondan a la desinformación. En este sentido, es importante disponer de herramientas que ayuden a los verificadores a optimizar los procesos de verificación, detectar falsedades de forma más rápida, ponerlas públicamente en evidencia y limitar la propagación de estos contenidos -un proceso de fact-checking más ágil y automatizado puede ayudar de forma significativa a combatir las noticias falsas en la red-.
Por último, no podemos obviar que la lucha contra la desinformación y el refuerzo de las instituciones democráticas forman parte del objetivo 16 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, dirigido a promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas.
Cristina Colom es directora de Digital Future Society.La entrada Tecnología contra 'fake news': el reto social de combatir la desinformación se publicó primero en Ethic.