2013 30
posted by Zulema de Mamá es bloguera on Aprendiendo con dos enanos
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Desde hace ya más de un año estamos en un pequeño conflicto en casa. Se trata del teléfono móvil. Ese aparato que normalmente sirven para llamarte y recibir llamadas, pero que en los últimos tiempos ya sirve absolutamente para todo. Un pequeño aparato que casi siempre encierra gran parte de nuestras vidas y acciones cotidianas.
Con una preadolescente en casa el conflicto llegaría más pronto que tarde, y aquí lo tenemos. Ya hace más de un año que pide tener su propio teléfono, y siempre he estado aplazándolo diciéndole que a partir de los doce años hablamos ese tema. El problema es que los 12 ya están a la vuelta de la esquina y a mí me sigue dando bastante miedo este asunto. Hoy en día con el móvil podemos hacer prácticamente de todo y acceder a cualquier sitio, por lo que es ponerle en la mano una herramienta con un potencial del que quizá aún no sabe bien cómo darle un buen uso. O al menos ése es mi miedo. Ya sé que explicándoles y enseñándoles no debería suceder, que el mejor arma que podemos brindar a nuestros hijos es la información, pero creo que el miedo aquí es inevitable pues no dejan de estar en esa edad del pavo.
Ayer dijo algo que me hizo pararme a refexionar: “pero mamá, no sé el por qué no me dejas, todos mis amigos tienen uno menos yo”. Y seguidamente a mi cabeza vino una pregunta, ¿ Estaré realmente haciendo mal intentando protegerla simplemente por MIS miedos? A pesar de explicarle ciertos peligros, ¿estaré transmitiendo más desconfianza que en lo que en realidad siento? ¿ O ciertamente es desconfianza a secas?
¡Qué fácil era cuando eran pequeñitos y no se interesaban por estas cosas!
Pues sí, siento miedo. A cada noticia de desgracias transcurridas a través de whatsapp, a cada acoso realizado por internet, siento miedo. Miedo de que a pesar de darle toda la información posible esto pueda llegar a sucedernos y no sea capaz de reconocerlo, o peor aún, de decirlo. Miedo a que como preadolescente que es rompa las reglas para experimentar el límite. Miedo porque a pesar de su gran responsablidad a sus once años, no tiene la madurez necesaria para detectar peligros. Pero también siento miedo al estar generando esa diferencia entre ella y los demás, precisamente por eso, mis miedos.
Llegados a este punto ya no hay marcha atrás. La niña ya no existe. Un día la tuve entre mis brazos sí, pero hoy ya es casi una mujercita con todo su carácter y capacidad de decisión. Me siento orgullosa y a la vez aterrada. El teléfono móvil sólo es el comienzo.