Al poco conoce a la tiple Teresa Rosmini. Se casan. El matrimonio forma una compañía de ópera. Viajan por Europa y llegan a Madrid.
Por esa época el marqués de Salamanca acondiciona el antiguo Circo Olímpico y lo convierte en un teatro lírico, para rendir culto a la ópera italiana en las más exclusivas veladas. Allí acuden los más elegantes personajes de Madrid, y el propio marqués de Salamanca y el General Narváez, a cortejar a sus amantes, divas del bel canto.Cierto día Solera dirige la orquesta durante una función en el teatro. En la primera fila hay un oficial. Impertinente, pronuncia éste palabras en contra de la reina. Solera las escucha. Es hombre impetuoso que siempre ha hecho lo que ha querido. Detiene la función y se dirige al insolente. Lo reprende: “El oficial que insulta a su reina es un traidor; el hombre que ofende a una dama es un cobarde”. Pero el militar no se amilana. Se oyen insultos, suenan bofetadas. El escándalo es monumental y sonado. Tanto que llega a oídos la ofendida. Isabel II, tan impresionable, quiere conocer a su defensor. A ella que tanto le gusta la música, a ella que tanto le gustan los hombres y que tan necesidad de amor tiene, pese a su no muy lejano matrimonio aún. Y quien la ha defendido es italiano, y músico, y apasionado y además canta. Qué más puede pedir Isabel. Sus almendrados ojos azules se posan sobre el italiano. Si no fue libre para casarse, al menos lo es para elegir a sus amantes. Eran los tiempos del pollo Arana, como gustaba decir a Olózaga al hablar de los queridos reales; pero Isabel colma a Temístocle de favores, lo pone a cargo del teatro de Palacio, terminado poco antes y escenario privilegiado para Emilio Arrieta, cantante, profesor de canto, y no sólo eso de la reina de España, aunque mal pagador para su protectora, cuando tras la caída de Isabel II, compuso el himno “Abajo los Borbones”.
Isabel II, Boceto atribuido a Federico Madrazo.
Museo del Romanticismo. Madrid.
Pero la vida del teatrillo de Palacio es breve. El costoso mantenimiento del teatro lo hace en exceso gravoso y la terminación de las obras del Teatro Real, en diciembre de 1850, innecesario. También para Temístocle lo es, pues ahora ocupa otro lugar: el corazón de la reina, sino todo, parte de él y a ratos perdidos; y la política en una corte llena de intrigas y, por deseo de la reina, la dirección del nuevo Teatro Real.
Solera asiste a Isabel, la aconseja en cuestiones políticas, influye en ella. No gusta mucho esa intromisión en la corte entre quienes quieren lo mismo, y se conspira contra él, pero Temístocles los denuncia. El favorito es incómodo y molesto; y puesto que no parece dispuesto a abandonar su privanza, se piensa obligarlo a dejar el puesto de forma irrevocable. Un matón lo aborda, con nocturnidad, con las peores intenciones, pero Temístocle es fuerte. Una enorme humanidad difícil de batir, incluso con la espada. El poderoso puño de Solera derriba al agresor, que queda medio muerto. Muchos son los enemigos que tiene ya, y ni la reina es capaz de protegerlo. Parte, pues, de España.
Sus aventuras no acaban en España. En Francia al servicio de Napoleón III; en Italia al de Víctor Manuel II, en Egipto, bajo la égida otomana, al servicio de su jedive. A veces, casi orillando la ley; otras coqueteando con la muerte, como cuando, miembro de la banda del bandido Paolo, se enfrentó a él, lo mató y su cabeza insertada en la punta de una bayoneta exhibida como un triunfo. Temístocle Solera, si dejó de ser algo, fue sin duda, un hombre corriente, y su vida, diríamos ahora, de película.