Revista Talentos

Ten years after

Por Sergiodelmolino

Por estas fechas -no recuerdo el día exacto, y no voy a ir a la hemeroteca a consultarlo- se cumplen diez años de la primera vez que estampé mi firma en Heraldo de Aragón. Tanto el periódico como yo hemos cambiado mucho desde entonces.

Físicamente, la redacción está irreconocible y se parece poco a ese sitio solemne, viejuno y lleno de humo de tabaco que conocí. Ahora, aunque el edificio por fuera siga teniendo esa pátina centenaria y galdosiana, por dentro es una oficina moderna. Ha perdido ese regusto añejo que te dejaba claro que estabas trabajando en un periódico de más de cien años, pero ha ganado en comodidad y sensatez.

Yo tampoco soy el mismo. Desde luego, aquel chaval de 20 años que se incorporaba como becario no se imaginaba que diez años después iba a seguir aporreando ordenadores en ese mismo sitio, ni que acabaría teniendo un hijo con una compi.

Lo que sí que podría imaginarse ese chaval era que, si diez años después seguía estampando su firma en esos papeles, le apetecería celebrarlo. Creo que ese chaval no entendería que este no tan chaval sienta, diez años después, que no tiene nada que celebrar. La efeméride no lo merece.

Hace diez años puse mi firma en una pieza y, al verla impresa al día siguiente, me sentí extraño. Menos orgulloso de lo que pensaba. Recuerdo la sensación, pero no lo que escribí. Algún reportaje cultureta, un artículo torpón, cursi, ripioso, lleno de tópicos, que seguramente tuvo que ser corregido y reescrito a fondo por algún veterano. Puede que fuera el propio Juan Domínguez Lasierra.

Cuando firmé libros en esta última feria en Zaragoza, se acercó Juan, que lleva un tiempo jubilado y cuando yo entré era el redactor-jefe de Cultura. Me compró unos Soldados en el jardín de la paz y se los dediqué con todo el cariño que encontré en mi cuerpo, que era mucho. Eva, la librera, empezó a venderle el libro: “Te gustará, Juan, es una historia estupenda…”, y Juan la paró en seco: “La conozco perfectamente. ¿Qué me vas a contar de este chico? Si lo he criado a mis pechos…”.

Y entonces, fíjense ustedes qué tontería, me sentí orgulloso. Me sentí reconocido por una institución como Juan, un grande, un titán de la profesión, uno de esos escritores de periódicos que ya no quedan.

Es cierto, los pechos de Juan Domínguez son unos de los que me amamantaron en mi lactancia periodística. Y entre las muchas cosas que le debo hay una que no olvidaré jamás, en un momento especialmente comprometido para mí, ante el que se portó como un valiente y como un caballero, con una dignidad y un arrojo difíciles de encontrar.

Hay otros compañeros a los que también debo mucho. Algunos ya no están en el periódico. Otros, ni siquiera están ya en la profesión, y los hay que no están ya ni en el mundo de los vivos. No los nombraré para no dejarme a nadie y para no levantar suspicacias con las ausencias. Juan es una figura neutral que está por encima del bien y del mal y se le puede citar sin temor a herir a nadie.

Pero no me voy a poner nostálgico, que he dicho que no lo iba a celebrar. El anecdotario se queda para las cenas con los amigos.

Soy un canterano, soy un chico del Heraldo. Ni lo puedo ni lo quiero negar. He crecido en estas faldas y, si algún día me voy de esta empresa, no importa cuales sean las circunstancias de esa marcha, tanto si me voy para conquistar Eldorado como si me voy a mendigar por las calles, me marcharé llorando.

Algunos de mis mejores amigos están allí dentro. Mi chica está allí dentro. Mi hijo es, aunque suene mal decirlo, un hijo del Heraldo. Para vosotros no es más que un periódico. Un medio sobre el que tendréis la opinión que sea: os podrá resultar odioso o grato, aburrido o interesante, oficialista o combativo, mediocre o brillante, irritante o estimulante. Pero, por fuerte que sea vuestra opinión, no deja de ser un punto de vista. Para mí, es una parte importantísima de mi vida, y todas las opiniones que pueda tener sobre él vienen de lo más profundo de mis vísceras. No son simples puntos de vista ni criterios, son procesos metabólicos.

Los más viejos del lugar, de los que ya quedan muy pocos, llaman al periódico y al edificio en el que se hace La Casa. Dicen: “Fulano está en La Casa”. O: “¿Qué opina La Casa de este asunto?”. O: “Esto no va a gustar en La Casa”. Los jóvenes-veteranos, especie híbrida y extraña demasiado numerosa en el periodismo, no usamos esa expresión, pero nos hace gracia oírla, con ese ribete solemne con el que suele pronunciarse.

Hace diez años que entré por primera vez en La Casa y me gustaría celebrarlo, pero no sé cómo ni por qué. Sólo tengo ánimos para compartir el aniversario con vosotros en estas desgreñadas y confusas líneas.

Perdonen las nostalgias.


TEN YEARS AFTER
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