Mientras en el parlamento español se está discutiendo estos días si los animales tienen o no tienen derecho a la vida, mientras en Asturies y en otras partes de España los políticos y gestores deciden que la mejor medida para acabar con las molestias ocasionadas por ciertos animales es matarlos indiscriminadamente, mientras las partidas presupuestarias del Ministerio de Medio Ambiente Rural y Marino se han reducido hasta casi desaparecer, hoy leo esta noticia en la BBC: "La reproducción de los sapos fuerza el corte de una carretera en Bath". Y el cierre no va a durar unas horas o unos pocos días, la carretera va a ser cerrada al tráfico durante seis semanas para que los sapos puedan acceder a las zonas de cría sin riesgo de morir atropellados.
Puede que muchos de vosotros penséis que estos ingleses están locos, que sólo a un inglés se le ocurre cerrar una carretera transitada y hacer que los sufridos residentes tengan que dar un rodeo de varios kilómetros para proteger a unos animales. Y además la carretera no se cierra para proteger a una bandada de hermosas grullas, o a una osa con crías, se cierra para ayudar a unos sapos. Aunque pensándolo bien, en este país no se cierra una carretera ni para proteger a una de las especies más amenazadas del mundo.
Como soy muy curioso me puse a buscar en internet si los únicos locos eran los ingleses. Pero para mi asombro veo que en Alemania hacen lo mismo, y en Francia, en Canadá, en Estados Unidos y en otros muchos países. Pero lo más asombroso es que los ciudadanos afectados no montan en cólera ni protestan airadamente por las molestias causadas, ni por el despilfarro de dinero y recursos humanos que se invierten anualmente en tomar estas medidas.
Ante estas situaciones muchos pensaremos que los gestores y políticos de este país no están concienciados con el medio ambiente y que no dan la talla, pero eso, aparte de cierto, no deja de ser una disculpa. Los que no damos la talla somos nosotros. Los políticos representan a la sociedad que los vota y los mantiene en su escaño. Los políticos aprueban que se maten lobos y cormoranes, autorizan que se llenen los montes de eucaliptos, o que se destrocen ríos y se abran minas en paisajes protegidos porque la mayoría de la sociedad a la que representan se lo demanda. Las decisiones políticas se toman calculadamente según el número de votos que proporcionen. Si a un millón de personas les parece estupendo matar lobos en un Parque Nacional y a cinco mil les parece una barbaridad, se matarán los lobos, así de sencillo.
¿Qué pasaría en España si un ayuntamiento decidiera cortar una carretera para que unos sapos pudieran cruzarla? ¿Cuantas personas pensarían que es una buena medida y no les importaría perder media hora dando un rodeo para llegar a sus casas? No me hace falta pensar mucho para imaginarme las protestas ciudadanas, las acusaciones de despilfarro de dinero público y los chistes y los insultos de la oposición.
Personalmente, leer noticias como la de la BBC me producen envidia, envidia de una sociedad que por primera vez en la historia va a dejar a la siguiente generación una naturaleza mejor que la que recibieron ellos. Y ese cambio no se ha producido por casualidad, ha implicado sacrificios que han sido asumidos por la mayoría de la población, y por eso están orgullosos de ello. Cuando le comentó a algún amigo extranjero lo que está ocurriendo en mi país, cuando les comento que se declaran las corridas de toros bien de interés cultural al mismo tiempo que se están masacrando lobos y se pretende extraer gas natural en nuestros parques nacionales, lo que menos siento es orgullo, lo que siento es vergüenza.