Diré antes de nada que el dolor no se "tiene", como no se "tiene" una depresión. El dolor se experimenta.
Y nosotros, los psicólogos clínicos, los psicoterapeutas y los profesionales de la salud mental, no trabajamos estrictamente con el dolor sino con "la experiencia del dolor". Y sí, me atrevo a afirmar que ésta es modulable.
Nuestras madres, con su mejor intención, nos decían que no pensáramos en el dolor, formaba parte aquel consejo con tintes de mandato de la manida filosofía de la distracción o, si prefieren los tecnicismos, distracción cognitiva.
Los budistas, los meditadores, algunos terapeutas de última generación, afirman que esa filosofía es una trampa y que, con excepciones, ante un dolor lo que conviene es atender plenamente a la experiencia de sentirlo. Esto es, localizarlo, reconocerlo, atender a él aunque a uno le sobrevengan pensamientos más o menos relacionados con él. Al hacerlo, cambia.
El dolor no es constante. Nosotros no somos constantes. No es un hecho inamovible, como tampoco lo es un pensamiento. Un pensamiento puede ser mucho más doloroso que una sensación física. Dice la sabiduría popular que no hay peor dolor que el proveniente del alma. En este foro cuando hablamos de alma hablamos siempre del alma aristotélica, de la psique.


