Este texto lo hemos meditado y reflexionado en el Colectivo San Lázaro, queremos lanzarlo a los cuatro vientos porque estamos seguros que a mas de uno esta leve modificación del discurso de Martin Luther King, Jr. puede re-animar a los que luchan y a otros a ponerse en marcha para entre todos/as construir “otra iglesia/s es posible”.
Tengo un sueño
Estoy contento de que pueda escribir y publicar esto y que haya lectores como vosotros y vosotras que podáis leerme y mas aún animaros a luchar por la libertad en cada una de vuestras iglesias.
Hace muchos siglos, un gran Hombre, bajo cuya simbólica sombra nos encontramos, proclamó grandes verdades recogidas en los Evangelios. Este trascendental mensaje llegó como un gran faro de esperanza para millones de personas excluidas, que habían sido quemados en las llamas de una injusticia aniquiladora. Llegó como un amanecer dichoso para acabar con la larga noche de su cautividad.
Pero dos mil años después, las personas LGTB (lesbianas, gay, transexuales y bisexuales) todavía no son libres. Dos mil años después, la vida de las personas LGTB sigue todavía tristemente atenazada por los grilletes de la segregación y por las cadenas de la discriminación. Cien años después, las personas LGTB viven en una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto océano de comunión. Cien años después, las personas LGTB todavía siguen languideciendo en los rincones de la sociedad americana y se sienten como exiliadas en su propia tierra/iglesia. Así que hemos venido hoy aquí a mostrar unas condiciones vergonzosas.Hemos venido a Internet en cierto sentido para cobrar un cheque. Cuando Jesús y las primeras comunidades elaboraron las escrituras y la experiencia cristiana, estaban firmando un pagaré del que todo ser humano iba a ser heredero. Este pagaré era una promesa de que a todos los hombres —sí, a los hombres LGTB y también a los hombres heterosexuales— se les garantizarían los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
Hoy es obvio que las iglesias han defraudado en este pagaré en lo que se refiere a sus miembros LGTB. En vez de cumplir con esta sagrada obligación, las iglesias han dado al pueblo LGTB un cheque malo, un cheque que ha sido devuelto marcado “sin fondos”.
Pero nos negamos a creer que el banco de la justicia y misericordia de Dios está en bancarrota. Nos negamos a creer que no hay fondos suficientes en las grandes arcas bancarias de las oportunidades de integración en las iglesias. Así que hemos venido a cobrar este cheque, un cheque que nos dé mediante reclamación las riquezas de la libertad y la seguridad de la justicia. También hemos venido a este santo lugar para recordar a las iglesias la intensa urgencia de este momento. No es tiempo de darse al lujo de refrescarse o de tomar el tranquilizante del gradualismo. Ahora es tiempo de hacer que las promesas de que todos seamos Hijos de Dios sean reales. Ahora es tiempo de subir desde el oscuro y desolado valle de la segregación al soleado sendero de la justicia. Ahora es tiempo de alzar a nuestras iglesias desde las arenas movedizas de la injusticia sexual a la sólida roca de la fraternidad. Ahora es tiempo de hacer que la justicia sea una realidad para todos los hijos de Dios.
Sería desastroso para las iglesias pasar por alto la urgencia del momento y subestimar la determinación de las personas LGTB. Este asfixiante verano del legítimo descontento de las personas LGTB no pasará hasta que haya un estimulante otoño de libertad e igualdad. Quienes esperaban que las personas LGTB necesitaran soltar vapor y que ahora estarán contentos, tendrán un brusco despertar si las iglesias vuelve a su actividad como si nada hubiera pasado. No habrá descanso ni tranquilidad en las iglesias hasta que las personas LGTB tengan garantizados sus derechos como miembros de la Iglesia. Los torbellinos de revuelta continuarán sacudiendo los cimientos de nuestras iglesias hasta que nazca el día brillante de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mis hermanos LGTB, que están en el caluroso umbral que lleva al interior del palacio de justicia. En el proceso de conseguir nuestro legítimo lugar, no debemos ser culpables de acciones equivocadas. No busquemos saciar nuestra sed de libertad bebiendo de la copa del encarnizamiento y del odio. Debemos conducir siempre nuestra lucha en el elevado nivel de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra fecunda protesta degenere en violencia física. Una y otra vez debemos ascender a las majestuosas alturas donde se hace frente a la fuerza física con la fuerza espiritual. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad LGTB no debe llevarnos a desconfiar de todas las personas heterosexuales/cristianos (sacerdotes, pastores y laicos), ya que muchos de nuestros hermanos heterosexuales/cristianos, como su lectura de este documento evidencia, han llegado a ser conscientes de que su destino está atado a nuestro destino. Han llegado a darse cuenta de que su libertad está inextricablemente unida a nuestra libertad. No podemos caminar solos.
Y mientras caminamos, debemos hacer la solemne promesa de que siempre caminaremos hacia adelante. No podemos volver atrás. Hay quienes están preguntando a los defensores de los derechos civiles: “¿Cuándo estaréis satisfechos?” No podemos estar satisfechos mientras las personas LGTB sean impedidas a participar de los sacramentos por tener una pareja estable negándoles igualmente el sacramento del matrimonio. No podemos estar satisfechos mientras nuestros cuerpos, cargados con la fatiga del viaje, no puedan conseguir el sacramento de la penitencia. No podemos estar satisfechos mientras que para ser sacerdote pastor/a se necesite como requisito el ser heterosexual. No podemos estar satisfechos mientras nuestros hijos sean despojados de su personalidad y privados de su dignidad por letreros que digan que las familias son “sólo para heterosexuales”. No, no, no estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que la justicia corra como las aguas y la rectitud como un impetuoso torrente.
No soy inconsciente de que algunos de vosotros y vosotras estáis leyendo esto después de grandes procesos y tribulaciones. Algunos de vosotros y vosotras habéis salido recientemente de estrechas celdas de una prisión de la soledad espiritual otros seguís en ellas y otros habéis directamente desertado al ver imposible la convivencia. Algunos de vosotros y vosotras habéis venido de zonas donde vuestra búsqueda de la libertad os dejó golpeados por las tormentas de la persecución y tambaleantes por los vientos de la brutalidad de la falseada “justicia divina”. Habéis sido los veteranos del sufrimiento fecundo. Continuad trabajando con la fe de que el sufrimiento inmerecido es redención.
Volved a la iglesia Católica, volved a la Iglesia Anglicana, volved a la iglesia Ortodoxa, volved a la Iglesia Veterocatólica, volved a la iglesia Pentecostal, volved a vuestra iglesia da igual su denominación, volved a los suburbios y a los ghettos de nuestras comunidades de base, sabiendo que de un modo u otro esta situación puede y va a ser cambiada.
No nos hundamos en el valle de la desesperación. Aun así, aunque vemos delante las dificultades de hoy y mañana, amigos míos, os digo hoy: todavía tengo un sueño. Es un sueño profundamente enraizado en el sueño evangélico.
Tengo un sueño: que un día las iglesias se pondrán en pie y realizará el verdadero significado de su credo: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
Tengo un sueño: que un día sobre las colinas del resentimiento y discrimianción, los futuros homosexuales y los futuros heterosexuales serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la fraternidad.
Tengo un sueño: que un día cualquier iglesia, incluso en las que hace un estado sofocante por el calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se transformarán en un oasis de libertad y justicia.
Tengo un sueño: que nuestros descendientes vivirán un día en unas iglesias en la que no serán juzgados por el color de su orientación sexual sino por su compromiso con el evangelio.
Tengo un sueño hoy.
Tengo un sueño: que un día cualquiera, en una iglesia cualquiera, si en esa iglesia que piensas con sus posturas y costumbres homofobas, aquella que su pastor/sacerdote/catequista que tiene los labios goteando con las palabras de interposición y anulación, que un día, justo allí en esa iglesia niños homosexuales y niñas homosexuales podrán darse la mano con niños heterosexuales y niñas heterosexuales, como hermanas y hermanos.
Tengo un sueño hoy.
Tengo un sueño: que un día todo valle será alzado y toda colina y montaña será bajada, los lugares escarpados se harán llanos y los lugares tortuosos se enderezarán y la gloria del Señor se mostrará y toda la carne juntamente la verá.
Ésta es nuestra esperanza. Ésta es la fe con la que yo vuelvo a mi vida ordinaria. Con esta fe seremos capaces de cortar de la montaña de desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes disonancias de nuestras iglesias en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a la cárcel juntos, de ponernos de pie juntos por la libertad, sabiendo que un día seremos libres.
Éste será el día, éste será el día en el que todos los hijos de Dios podrán cantar con un nuevo significado “Tierra mía, es a ti, dulce tierra de libertad, a ti te canto. Tierra donde mi padre ha muerto, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera suene la libertad”.
Y si las iglesias van a ser lugar de liberación y crecimiento, esto tiene que llegar a ser verdad. Y así, suene la libertad desde las prodigiosas cumbres de las colinas de la Iglesia Católica. Suene la libertad desde las enormes montañas/ del Protestantismo. Suene la libertad desde los Ortodoxos.
Suene la libertad desde todas las confesiones cristianas. Pero no sólo eso, suene la libertad en todas las religiones y organizaciones del mundo.
Suene la libertad desde cada púlpito y cada documento de las iglesias, desde cada ladera.
Suene la libertad. Y cuando esto ocurra y cuando permitamos que la libertad suene, cuando la dejemos sonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar la llegada de aquel día en el que todos los hijos de Dios, hombres heterosexuales y hombres LGTB, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de juntar las manos y cantar con las palabras del viejo espiritual negro: “¡Al fin libres! ¡Al fin libres! ¡Gracias a Dios Todopoderoso, somos al fin libres!