Otro día de primavera en pleno invierno. Otro día de tranquilear por ahí. Vas por la vida confiando en las cosas. Vamos por la vida confiando en el contrato que firmamos -que nos firmaron al nacer- en virtud del que no nos pegamos, vamos vestidos, pagamos impuestos y circulamos por la derecha. El punto de inicio es, por tanto, la confianza en que todos cumplimos estos acuerdos. Porque la confianza, al final, no es más que una predicción sobre algo o sobre alguien. Lo que no esperas nunca es que una ambulancia venga de frente con la lengua fuera por tu carril en la GU-143 y te haga matarte, porque eso es lo que ha conseguido, matarme.
Tenía que ser él, porque yo iba por mi sitio. No tenía ni un metro a mi derecha y no podía ceñirme más al flanco. En ese punto el asfalto estaba lleno de tierra y el ABS no me vale para un derrape lateral de ese supuesto calibre. La opción que instintivamente mantuve fue la de no mover el manillar, la de no mover nada y continuar con la trazada iniciada. La ambulancia ya estaba casi aquí. Tenía que ser el conductor quien cambiara su trazada. Y la cambió. Justo entonces volví a nacer.
Una carretera poco transitada. La ambulancia de Cogolludo habrá hecho esta senda montones de veces hacia Tamajón. No sé. No creo que haya justificación para que el conductor recortase esa curva de esa manera, esa curva ciega. No veo justificación para que un conductor de ambulancia acabe con la alegría de un día compartido con mi familia, que venía detrás, en el coche. Un día de paseo por El Casar, por Tamajón, por Cogolludo. Un día de comer cosas ricas y café con hielo. Un día de sol y de sonrisas, de quererse y de reír.