1. Las fases en una relación de pareja
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
7. Historia universal de la convivencia en pareja
Las escaramuzas conyugales se han convertido hace tiempo en un género por derecho propio gracias a la ficción cinematográfica y televisiva, pero también, y muy especialmente, a la labor divulgadora y estereotipante de los monólogos humorísticos de base teatral. A estas alturas de película, acumulan un considerable repertorio de personajes y situaciones sobre las que el ingenio puede arriesgar enfoques, perspectivas y gags casi siempre nuevos e interesantes.
La escaramuza conyugal es como una máquina de Turing de la disputa en la que los contendientes deben asumir obligatoriamente un papel preestablecido: ofensor u ofendido. No hay medias tintas, ni términos medios ni alternativas: o uno u otro. Y punto. En el momento en que uno de los contendientes adopta uno, el otro debe apechugar sin remedio con el que queda. Esto es así y no hay alternativa. Es una ley universal que no conoce excepciones: todo el mundo lo sabe y además es profecía. Donde sí quedan alternativas es en el matiz interpretativo que cada cual le dé a su papel: para ello existe una serie --todavía incipiente y no explícita-- de numeritos que permiten dirigir la discusión y dar salida a la ira de forma fluida, dejando sin alternativas al rival. Estos «numeritos conyugales», un territorio poco explorado con infinitas posibilidades de éxito y manipulación, tienen la ventaja de permitir que el talento propio para el histrionismo pueda servir de valiosa ayuda.
Los numeritos conyugales hace tiempo que se utilizan en todo el mundo, pero al carecer de una definición consensuada no estamos seguros de interpretarlos ni servirnos de ellos adecuadamente. Es urgente que nos pongamos a ello para evitar discusiones sin sentido ni objetivo. El problema será cuando la mayoría los conozca y uno pueda cortar de raíz al otro, desmontando todo el argumentario de la indignación con un «No me hagas el numerito de [...] que ya me lo conozco de sobra!». Para incrementar la eficacia de algunas escaramuzas conyugales comunes, todavía inconscientemente ejecutadas, señalaré cuatro numeritos que empiezan a ser recurrentes y reconocidos (todavía de forma instintiva). Me limito a darles un nombre que facilite su identificación/ejecución. Ahí van los principales clásicos de la escaramuza conyugal:
1. El gatito abandonado: lo adopta el/la ofensor/a cuando espera conseguir lo que desea a base de inspirar lástima. Suele incluir un tono de voz meloso y apagado que incrementa la sensación de desamparo. En el lenguaje universal de signos se identifica levantando el antebrazo derecho, colocando la mano en forma de garra semicerrada haciendo un suave movimiento hacia adelante y atrás. Muy eficaz para primerizos/as.
2. La marquesa: lo adopta el/la ofendido/a cuando, en un giro desfavorable de la discusión, finge que el otro ha traspasado una línea roja que, sin haberlo mencionado nunca antes, ambos saben que es infranqueable. Este numerito permite, si quien lo interpreta es suficientemente audaz, intercambiar los papeles sobre la marcha, sin necesidad de terminar la disputa y comenzar otra. Hay que tener cuidado porque es difícil conseguir no excederse en el nivel de indignación y caer en la sobreactuación. En el lenguaje de signos se identifica con una elevación insolente del rostro y una expresión facial de desprecio aristócrata.
3. La virgen ultrajada: es una variante del anterior, pero añadiendo mucha más intensidad e histrionismo a la reacción. Se recurre a él cuando falla el anterior o se quiere enfatizar que el ataque recibido ha adquirido un componente personal intolerable y se considera una ofensa grave. Incluye mucha alharaca y verborrea incontrolada. Un clásico femenino de todos los tiempos que la mayoría de hombres está en disposición de detectar instintivamente. En el lenguaje de los signos se representa con un gesto torcido de boca y mirada, echando el rostro y el cuerpo hacia atrás.
4. El hombre falsamente torpe y/o gazmoño: aunque no parece un papel propio de una escaramuza conyugal sí que lo es; lo que sucede es que su alto nivel de sutileza hace que no esté al alcance de la mayoría (aparte de que es de uso exclusivamente masculino). Consiste en adoptar un falso pudor y/o impericia congénita a la hora de realizar determinadas tareas, casi siempre relacionadas con la división sexual del trabajo (ir de compras, adquirir lencería o cualquier producto de uso íntimo femenino, tareas domésticas...). Si se hace bien, ella suele asumir la responsabilidad en la disputa convencida de hacer un favor al otro, o de haber ganado la batalla debido a la torpeza del rival, cuando en realidad es exactamente al revés (el hombre se escaquea y encima ella no se entera). Demasiado complejo para reproducirlo exclusivamente mediante signos.
Estás avisado/a: cuando detectes en tu rival cualquiera de estos síntomas, puedes dar un golpe ganador a tu escaramuza conyugal desmontando su estrategia. O mejor aún: sírvete de ellas para canalizar creativamente tu indignación.
(continuará)
Revista Pareja
Teorías convenientes para mi mentalidad: 8. Numeritos conyugales: que no te los cuelen sin avisar
Por SesiondiscontinuaSus últimos artículos
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