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Terapia sexual: ¿Cómo saber cuándo consultar con un@ sexólog@??

Publicado el 02 noviembre 2012 por Manuelgross

   Terapia sexual: ¿Cómo saber cuándo  consultar con un@ sexólog@??

Por Alejandra Godoy Haeberle.

 

Seguramente todos ustedes – o sus parejas - han tenido alguna vez algún problema en el área sexual y se habrán preguntado si ameritaría consultar con un especialista. Cualquier conclusión a la que arribemos va a depender de lo que cada uno de  nosotros entienda por “sexualidad normal”, lo que – a su vez – dependerá de quiénes somos y dentro de cuál contexto sociocultural nos movemos.

 

Cada vez que nosotros – en nuestra condición de seres humanos – emitimos un juicio acerca de la anormalidad, deberíamos aclarar “desde dónde” vamos a evaluar una determinada conducta (u omisión de esta). Y, la respuesta que nos demos puede afectar – obviamente – a nuestra vida de pareja. Personalmente, nosotros estamos convencidos de que la interpretación que hagamos de los hechos es más importante que los hechos en sí mismos. Así es como vemos que algunas parejas llegan a consultar porque, aunque sea solo “a veces”, no funcionan sexualmente “tan bien”.

Tengan presente que, si prestamos demasiado oído a lo que dice la gente, podríamos concluir – erróneamente - que no somos “normales” o que nuestra pareja no lo es. Sin darnos cuenta estaríamos basándonos en comparaciones con estándares no realistas o, simplemente, en las mentiras que a menudo cuentan los otros acerca de su supuesta maravillosa vida sexual. Así que ¿cómo saber si lo que nos ocurre es realmente un problema? ¿Cómo saber si solamente estamos viviendo cambios en nuestra relación de pareja y/o en nuestra sexualidad que son propios de nuestra naturaleza humana, de nuestros procesos evolutivos normales o de nuestros límites personales?. Quizás lo único que sí sabemos – dejándonos perplejos y preocupados – es que ya no todo es como era antes y que ya no sentimos esa satisfacción subjetiva de otrora.

Pero, al final de cuentas: ¿qué es lo normal en el área sexual?. Intentar responder esta interrogante es uno de los temas más peliagudos para la psicología clínica en general y, lo es más aún, en este campo tan subjetivo que es la sexología. Como en nuestra evaluación de la sexualidad entran en juego desde políticas socio-económicas hasta la moralidad, pasando por las modas y lo políticamente correcto, se tiende definir la anormalidad mediante la combinación de varias normas, donde es imprescindible incorporar el contexto vital y factores individuales tales como edad, estado civil, status de pareja, estado de salud, educación, cultura, sociedad, raza, nacionalidad y medio ambiente en que se desenvuelve.

Sin embargo, a pesar de estas ambigüedades, existen ciertos criterios diagnósticos que sí son lo bastante útiles como para servirnos de referencia. En la sexología actual se considera normal aquello que sea conducente al goce sexual con miembros de la misma especie, dentro de los límites culturales del marco antropológico y que no sea dañino ni para nosotros ni para los otros. Se apunta a un modo de relacionarnos - entre adultos - que no nos haya sido impuesto, donde no haya mediado la violencia ni forma alguna de sometimiento o daño físico o mental, sino que - como cualquier otro acto libre - haya ocurrido con el total consentimiento de los participantes y que, en lo posible, haya sido satisfactorio.

Según nuestra visión, aquello que se conoce como lo no-natural, lo anormal, lo disfuncional o lo patológico son definiciones que - si bien pueden parecer análogas - hablan de parámetros distintos que apuntan a magnitudes diferentes. Es por ello que hemos elaborado una suerte de continuum imaginario, donde en uno de sus polos hemos colocado lo que denominamos como una “queja”, que indicaría el primer atisbo de una inconsistencia entre nuestras expectativas y lo que estamos experimentado. Por ejemplo, no sentir tanto placer como el esperado o no obtener la frecuencia sexual deseada. Una queja aparecería de forma puntual y sólo alteraría muy acotadamente la sensación de bienestar subjetivo. Suelen ser cuasi universales y consisten en inconvenientes menores, por lo que frecuentemente son fenómenos transitorios o pasajeros que no ameritan consultar, salvo que se compliquen y se extiendan demasiado en el tiempo.

A continuación vendría lo que hemos llamado una “dificultad”. Este nuevo grado se refiere a una pauta que perdura en términos relativos y que va más allá de los típicos altibajos propios de cualquier relación, por lo que conlleva una mayor sensación de malestar subjetivo. No obstante, esta dificultad no alcanza a alterar mayormente la convivencia, sino que se presenta como un malestar. Por ejemplo, que uno de los miembros de la pareja insista en querer tener relaciones sexuales a una hora o lugar determinados; o bien, que evite casi siempre los besos eróticos. Salvo excepciones, estos casos generalmente tampoco requieren terapia sexual, aunque a veces sí una acotada intervención en la relación de pareja.

El grado siguiente representa un salto cualitativo, ya que se trata de una disfunción sexual propiamente tal. Al hablar de “disfunción erótica”- como se las menciona más recientemente - estamos entrando derechamente en otro marco de referencia, donde se evalúa de acuerdo a ciertos criterios diagnósticos preestablecidos. Aunque no existen definiciones plenamente aceptadas por la mayoría de los especialistas, se suele describirlas como problemas de funcionamiento de índole muy diversa - entre los que se incluyen aspectos fisiológicos, cognitivos, afectivos o motores – que son recurrentes y persistentes (de una duración de al menos seis meses), los que se presentan en una o en varias fases del ciclo de la Respuesta Sexual Humana (la del Deseo, de la Excitación y la Orgásmica) al mismo tiempo.

Estos trastornos nos dificultan o incluso nos impiden disfrutar de la actividad sexual del modo en que quisiéramos - no nos estamos refiriendo sólo al coito - por lo que no logramos una satisfacción objetiva o bien subjetiva. Se trata de situaciones o vivencias más evidentes y continuas de malestar, las que han motivado a que los afectados hayan buscado – infructuosamente - maneras de resolverlo. En estos casos sí sería conveniente consultar con un especialista que no solamente sea sexólogo sino que también terapeuta de pareja.

Las disfunciones sexuales más frecuentes en las mujeres son la anorgasmia (antigua frigidez), el deseo sexual hipoactivo, la dispareunia (dolor en el coito) y el vaginismo. En los hombres son cada vez más frecuentes y serían: deseo sexual hipoactivo, eyaculación precoz, disfunción eréctil (antigua impotencia), dispareunia y eyaculación retardada. Cada una de ellas puede clasificarse de acuerdo con tres grandes categorías: cronología, intensidad y contexto. Cronológicamente hablando, algunas se manifiestan al comienzo de nuestra vida sexual (primarias) o después de haberse funcionado bien por años (secundarias); y, pueden surgir paulatina o súbitamente. En cuanto a la intensidad, la disfunción puede ocasionarnos una incapacidad total o bien una parcial (a veces podemos funcionar normalmente o con una cierta dificultad). Concerniente al contexto, algunas se presentan en toda ocasión y ante cualquier persona (generalizadas) o solamente en determinadas circunstancias (situacionales) o con determinadas personas (selectivas).

Los casos que más consultan actualmente son aquellas disfunciones para las cuales hemos acuñado el nombre de “selectivas-relacionales”. Consiste en hombres o mujeres que han funcionado bien por largo tiempo y en quienes permanece intacta la actividad masturbatoria; sin embargo, al intentar mantener alguna actividad sexual con la pareja estable a quien aman, el funcionamiento falla, ya sea total o parcialmente. Ambos miembros de la pareja perciben la disfunción sexual como un entrampe que - cualitativamente – altera visiblemente su vida o algún aspecto importante de la misma. Especialmente cuando se trata de un trastorno selectivo-relacional, el terapeuta debe ser sexólogo y terapeuta de parejas.  


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