La homosexualidad no es un trastorno mental. De hecho, hace 50 años que la Asociación Americana de Psiquiatría decidió eliminarla de su manual diagnóstico, el DSM, porque no hay evidencia que demuestre que cumple con los requisitos para considerarse como un trastorno. Esto lo sabemos los psicólogos y lo repetimos de memoria cada vez que alguien nos pregunta si la homosexualidad es una enfermedad y si hay algún tratamiento para ayudar a las personas a reorientar su sexualidad a la “normalidad”. Es una respuesta que puede ser útil en la mayoría de los casos, pero no es suficiente cuando tenemos que explicar qué han encontrado los estudios y cuáles son las razones científicas que desaconsejan su uso.
Para tener un panorama más completo y actualizado sobre los estudios de las terapias de conversión, decidí publicar esta síntesis de la revisión sistemática de Amy Przeworski, Emily Peterson y Alexandra Piedra en la revista Clinical Psychology Science and Practice, que analiza la evidencia disponible sobre estos procedimientos, sus fallas metodológicas y los riesgos que conllevan. Con toda esta información podrás ofrecer una respuesta mucho más rigurosa y concreta.
Todas las referencias están disponibles en el artículo original en formato PDF.
Qué son las terapias de conversión sexual o SOCE
Comúnmente se conocen como terapias de conversión sexual, pero en la literatura científica se utiliza el término SOCE (por sus siglas en inglés Sexual Change Orientation Efforts) para incluir cualquier tipo de práctica de “conversión”, “reparación” o de “reorientación” que intente eliminar la atracción por personas del mismo sexo. Estos procedimientos están basados en datos erroneos y obsoletos que consideran que la atracción sexual y la homosexualidad no son características biológicas, sino el resultado de las experiencias patológicas de tipo relacional o ambiental. Las personas que acuden a este tipo de servicios son presionadas por su entorno social, familiar o religioso para que se conformen con un estilo de vida heterosexual y pueden ser rechazadas si no aceptan cambiar de orientación.
Las terapias de conversión sexual utilizan diversos procedimientos psicológicos para “tratar” a las personas homosexuales. Algunos de los más utilizados son:
- Psicoanálisis: Está basado en la idea de que una pobre relación parental puede afectar el desarrollo psicosexual de las personas, lo que provocaría la atracción entre personas del mismo sexo. Según esta teoría, el tratamiento debería enfocarse en hacer conscientes los conflictos inconscientes para ayudar a las personas a progresar a través de su desarrollo. Sin embargo, esta idea ha sido ampliamente desacreditada y no hay evidencia de que la disfunción familiar ni los traumas de la infancia sean responsables de la orientación sexual de las personas (Blanchard y Freund 1983, Peters y Cantrell 1991).
- Terapia cognitiva conductual SOCE: este procedimiento está basado en la idea de que la orientación sexual puede ser alterada si se superan las barreras que afronta la persona con la heterosexualidad (Beckstead y Morrow 2004). Para ello utilizan el recondicionamiento masturbatorio y la terapia de aversión. Esta última consiste en condicionar una respuesta negativa a la atracción sexual por el mismo sexo. Para ello administran descargas eléctricas cada vez que presentan una imagen de personas del mismo sexo. Estas prácticas son consideradas inhumanas y antiéticas. Otro procedimiento utilizado es el entrenamiento en habilidades sociales para ayudar a las personas homosexuales a que puedan “interactuar” con personas heterosexuales, y la reestructuración cognitiva para “ayudar” a las personas a regular la ansiedad que experimentan cuando tienen relaciones heterosexuales.
- Otras formas de SOCE: abstinencia sexual, entrenamiento en roles de género tradicionales y también métodos biológicos como terapia electroconvulsiva, cirugía (castración, lobotomía, remoción de los ovarios, terapia hormonal), etc.
Recurso recomendado: Poniéndole límites al engaño: Un estudio jurídico mundial sobre la regulación legal de las mal llamadas “terapias de conversión”.
Una revisión de las terapias de conversión
Se realizó una revisión sistemática que examinó los estudios empíricos publicados sobre la efectividad de las SOCE disponibles en PsycINFO, una base de datos científica ampliamente reconocida. En total encontraron 290 artículos publicados y, luego de aplicar los parámetros de exclusión (disertaciones, estudios no empíricos, investigaciones que no fueron publicadas en revistas revisadas por pares), se redujeron a 35 estudios aprobados. La investigación solo se enfocó en la población LGBQ, ya que al momento no hay estudios que examinen el efecto de las terapias de conversión en las personas transgénero.
Las investigaciones
McConaghy et al. (1962), encontró que la mayoría de los participantes que fueron sometidos a la terapia de conversión con electroshocks e inducción de nausas, reportaron, una reducción de la exitación sexual, pero es muy probable que la disminución de la exitación no solo se manifieste ante las imágenes sexuales sino ante cualquier otro estimulo.
Otra investigación desarrollada por Tanner (1974) halló una disminución de la excitación sexual después de 8 semanas de haberse completado el procedimiento. No obstante, la reducción de la exitación sexual no ocurrió en todos los participantes y no se encontraron diferencias significativas en la frecuencia de la actividad sexual entre las personas del mismo sexo.
El estudio de Adams y Sturgis (1977) reportó que el 34% de los participantes que recibieron procedimientos de conversión, experimentaron una disminución de la excitación sexual y el 18% reportó un descenso de la conducta sexual. Sin embargo, solo el 26% reportó un incremento de la excitación hetersoexual y solo el 8% un incremento en la conducta sexual.
Otro estudio desarrollado por Fookes (1960) combinó la terapia de electroshock con la restricción calórica para crear un ambiente más aversivo durante la fase experimental. Luego combinó el alivio de la aversión con imágenes de mujeres para reducir la ansiedad. Según sus hallazgos el 60% de los participantes cambiaron su orientación sexual. Sin embargo, este estudio no definió en qué consistió ese cambio, cómo se evaluó ni por cuánto tiempo.
En otro estudio MacCulloch y Feldman (1967) utilizaron la técnica de aprendizaje por evitación anticipatoria. Los participantes observaban imágenes de hombres y presionaban un botón cuando no se sentían atraídos, pero si demoraban más de 8 segundos recibían una descarga eléctrica. Según los autores el 58% de los sujetos reportó un cambio en dirección heterosexual en la escala de Kinsey, una escala que establece siete diferentes grados de comportamientos sexuales.
James (1978) examinó la eficacia de la desensibilización sistemática para reducir la ansiedad social relacionada con las experiencias heterosexuales. Por medio de la hipnosis les pidió que visualizaran diversas experiencias heterosexuales y las combinó con imágenes relajantes para reducir la ansiedad y aumentar la excitación sexual antes de progresar con escenarios más desafiantes. Luego comparó los resultados con los datos de la evitación anticipatoria descrita por MacCulloch y Feldman (1967) y sus hallazgos sugieren que la desensibilización sistemática es más eficaz para reducir las fantasías, la atracción y las conductas homosexuales que el aprendizaje por evitación.
McConaghy et al. (1981) asignó a 20 sujetos para que recibieran choques eléctricos o sensibilización encubierta. Cerca del 50% de los participantes reportó una disminución del deseo sexual después de un año del tratamiento. Sin embargo, los autores concluyen que la reducción del deseo sexual no indica un cambio de orientación.
La abstinencia no captura el matiz de la atracción por el mismo sexo o la identidad LGBQ y no equivale a un cambio en la orientación sexual
Por otro lado Birk et.al (1971) informó que, si bien el condicionamiento aversivo condujo a una disminución del comportamiento homosexual en comparación con el condicionamiento asociativo, solo una octava parte de los participantes de la terapia de aversión habían disminuido la excitación a largo plazo entre personas del mismo sexo.
Un estudio examinó la eficacia de la psicoterapia grupal diseñada para fomentar un comportamiento consistente con las normas tradicionalmente masculinas en hombres homosexuales. Los objetivos de este procedimiento incluían aumentar la asertividad y la identificación con el terapeuta masculino, así como producir “cambios heterosexuales” (Birk, 1974). Los “cambios” se definieron como una variación en la escala de Kinsey en la dirección heterosexual. Del 40% de los participantes que no abandonaron el estudio dentro de los 18 meses, la mayoría experimentó algún supuesto cambio hacia la heterosexualidad. Sin embargo, Birk no definió qué constituye un cambio heterosexual “parcial” o “completo”.
En un estudio de personas que buscaron cualquier forma de SOCE, el 60,8% de los hombres y el 71,1% de las mujeres encuestadas informaron que sus esfuerzos fueron “exitosos” (Schaeffer, Nottebaum, Smith, Dech y Krawczyk, 1999). El éxito en este caso se definió conductualmente como la abstinencia del contacto homosexual por 1 año. Pero es importante señalar que la abstinencia no captura el matiz de la atracción por el mismo sexo o la identidad LGBQ y no equivale a un cambio en la orientación sexual.
Pattison y Pattison (1980) utilizaron una muestra de individuos que participaron en una Comunidad de la Iglesia Pentecostal, descrita como “terapia religiosa popular ”. De los 30 sujetos que participaron en el tratamiento, 11 informaron algún grado de cambio, 8 de los cuales informaron que ya no se identificaban a sí mismos como homosexuales y ya no participaban en “actos homosexuales”. Tres hombres fueron descritos como “funcionalmente heterosexuales” pero aún experimentaban impulsos homosexuales.
Otro estudio desarrollado por Spitzer (2003) reclutó a 200 participantes que informaron un cambio en su orientación sexual que había durado al menos 5 años después de alguna terapia de conversión. Estos métodos incluyeron: terapias y grupos de apoyo religiosos para ex-homosexuales. Muchos participantes informaron tener relaciones heterosexuales saludables, con pocos o ningún pensamiento de atracción por el mismo sexo. La mayoría de los participantes informaron algún cambio en su orientación sexual, aunque Spitzer reconoció que los informes de cambios completos eran poco comunes. En una reevaluación de su estudio en 2012, Spitzer admitió que la metodología del estudio no fue suficientemente robusta para concluir que la terapia de conversión produjo cambios en la orientación sexual y ofreció una disculpa a la comunidad LGBQ. Spitzer señaló que no había forma de concluir que había producido un cambio en la orientación sexual porque la medida de cambio, que él mismo había proporcionado, era demasiado subjetiva y estaba llena de prejuicios. Además, la muestra estaba intrínsecamente sesgada ya que Spitzer sólo reclutó a aquellos que informaron un cambio.
En la investigación de Shidlo y Schroeder (2002), el 87% de los 202 ex participantes de SOCE se vieron a sí mismos como fracasos de la terapia de conversión, en una amplia variedad de tipos informados de SOCE, incluida la terapia individual, la terapia cognitivo-conductual o conductual, el psicoanálisis, el condicionamiento aversivo, la terapia religiosa, la terapia de grupo, la hipnosis, la terapia de pareja y la terapia para pacientes hospitalizados. Mientras tanto, el 13% consideró que la terapia fue exitosa, el 4% informó algún nivel de cambio y el 9% restante utilizó técnicas cognitivas para simplemente manejar su atracción por el mismo sexo o aceptar el celibato. El número promedio de sesiones de terapia por participante fue 118. En otro estudio, de los 37 individuos que habían participado en cualquier forma de SOCE, ninguno informó una diferencia significativa en su orientación o identidad sexual desde el momento anterior a la intervención SOCE hasta la actualidad (Maccio, 2011).
En una encuesta de 2015 realizada a 1612 miembros actuales y anteriores de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (LDS) atraídos por el mismo sexo, el 73% de los hombres y el 43% de las mujeres participantes informaron que intentaron alguna forma de SOCE (Dehlin et al., 2015). De ellas solo el 3,1% de los participantes indicaron algún cambio en la atracción por personas del mismo sexo, la mitad de los cuales describió una disminución en la frecuencia de la atracción en lugar de la eliminación completa, mientras que muchos informaron solo una disminución en la conducta sexual. Ningún participante informó la eliminación completa de la atracción por personas del mismo sexo. Los métodos de cambio más comúnmente buscados fueron privados y religiosos, facilitados por miembros del clero en contraposición a terapeutas capacitados (Dehlin et al., 2015).
Se informó que estos métodos, incluidas prácticas como la oración, la asistencia al templo y la mejora de la relación con la iglesia, eran los menos efectivos y los más dañinos, ya que muchos participantes los asociaban con una disminución de la autoestima y un aumento de la vergüenza, la depresión y la ansiedad.
Para las personas que finalmente llegaron a abrazar su identidad LGBQ, se encontró que SOCE tenía las calificaciones más bajas de beneficio, en comparación con otros métodos de psicoterapia (Jones, Botsko y Gorman, 2003). En el estudio de Dehlin et al. (2015), los participantes calificaron a las SOCE dirigida por terapeutas como más eficaz y menos dañina psicológicamente que otras formas, incluidas las SOCE dirigida por el clero. Sin embargo, se señaló que “efectivo” no indica necesariamente que se haya producido un cambio de orientación sexual, sino que a menudo se refiere a otros resultados positivos, como la aceptación de la orientación LGBQ y mejoras en la salud mental o las relaciones familiares. De hecho, menos del 4% de la muestra informó algún cambio en la atracción por personas del mismo sexo, mientras que el 42% informó que su terapia no fue del todo efectiva en su objetivo previsto de reducir la atracción (Bradshaw, Dehlin, Crowell, Galliher y Bradshaw, 2015).
Las terapias de conversión se asocian con varios efectos negativos, incluidos: depresión, suicidio, autoestima baja y autoodio
Además, el 37% encontró que las terapias orientadas al cambio eran de moderada a severamente dañinas. Mientras tanto, las terapias que afirmaron la identidad LGBQ de un individuo a menudo se describieron como útiles para disminuir la depresión, aumentar la autoestima y mejorar las relaciones.
Limitaciones metodológicas en las investigaciones de las terapias de conversión
La mayoría de las investigaciones sobre las terapias de conversión están llenas de limitaciones metodológicas que hacen imposible extraer conclusiones causales sobre el cambio de orientación sexual. Por ejemplo, la mayoría de las investigaciones no cuentan con un grupo control, un requisito fundamental para conocer si el tratamiento realmente funciona o no.
Otra limitación importante es que la mayoría de las investigaciones tenía un diseño retrospectivo en el que entrevistan a los participantes sobre su condición y les piden que comparen los resultados con el pasado. Esto tiene un problema importante: a medida que pasa el tiempo, las personas tienen la tendencia a recordar incorrectamente la frecuencia o intensidad de las experiencias pasadas. Por lo tanto, es difícil comparar los resultados con los reportes basados en recuerdos. Otro problema relacionado con los estudios retrospectivos, es la tendencia de los individuos a presentarse favorablemente cuando los investigadores esperan un cambio en la orientación sexual. Esto ocurre comúnmente en los estudios que reclutan a personas muy religiosas u homosexuales insatisfechos que son referidos por terapeutas de conversión, como pastores ex gays y organizaciones pro terapias de conversión. Consistente con esto la investigación de Schaeffer et al. (2000) encontró que los participantes que desean alterar su orientación sexual son más proclives a percibir como exitosa la terapia de conversión. Y, en contraste, aquellos que son menos religiosos siguen identificándose como LGBQ después del tratamiento. Por esta razón, varios estudios sobre la efectividad de las terapias de conversión no son generalizables.
Por último, la mayoría de las investigaciones relacionadas con la terapia de conversión no tienen en cuenta la diversidad etnica y de género. Los estudios suelen realizarse con hombres blancos y los más recientes han reportado efectos negativos cuando incluyen a mujeres y participantes de diferentes etnias y razas.
Problemas éticos y daños de la terapia de conversión
Las terapias de conversión se asocian con varios efectos negativos, incluidos: depresión, suicidio, autoestima baja y autoodio. También se relaciona con una visión negativa de la homosexualidad (homonegatividad internalizada), disfunción sexual, problemas familiares y románticos y una reducción generalizada de la atracción sexual. Además, suelen experimentar mucho malestar y sentir que han fallado si no logran casarse y tener hijos (dos ideas que se han reforzado mucho en las terapias de conversión).
Otro efecto negativo que reportan los estudios es que las personas religiosamente motivadas a empezar la terapia de conversión suelen perder la fe, desconfian de Dios o sienten que Dios quiere que sufran. Por otro lado, algunos estudios han observado que las personas que recibieron terapia de conversión experimentan una reducción en la capacidad de intimidad y un incremento de la homonegatividad internalizada. Además, las personas que han recibido terapias de conversión reportan una reducción en la atracción sexual, sin importar el género de su pareja. Todo esto parece indicar que suelen experimentar un nivel de condicionamiento en el que la excitación sexual se percibe como un estímulo aversivo.
Pero esto no es todo: La desinformación esparcida por las terapias de conversión incrementan la estigmatización de las personas LGBQ. Esto se debe a que algunos de estos métodos esparcen la idea de que la homosexualidad es una enfermedad mental, que las personas con esta “enfermedad” son inherentemente promiscuas y que se contagiarán de VIH o que los hombres homosexuales no pueden ser masculinos. Otras falsas creencias relacionadas con estas terapias sugieren que las personas LGBQ son abusadores de niños, personas con parafilias u otras conductas sexuales desviadas.
Conclusión
Como muestra la revisión, las terapias de conversión no cumplen los criterios para considerarlas como procedimientos recomendados, ni bien establecidos. En realidad la mayoría de los estudios enumeran con detalle los daños y efectos devastadores en la salud de las personas. Esto se debe, principalmente, a que estas “terapias” están basadas en conceptos erróneos de la orientación sexual y propagan la idea de que la orientación sexual puede ser cambiada.
Los estudios que han encontrado cierta efectividad, han sido mal diseñados, no han comparado los resultados con un grupo control, no utilizan muestras aleatorias o su población se basa principalmente en personas muy religiosas que esperan encontrar resultados positivos.
No hay evidencia suficiente que pueda apoyar a las terapias de conversión, pero si hay mucha evidencia que la asocia con resultados negativos como la depresión, autolesiones, homonegatividad internalizada, disfunción sexual y daños en las relaciones.
Referencias bibliográficas: Puedes descargar todas las referencias desde la investigación original aquí.
Editado por Alejandra Alonso.
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