Revista Cultura y Ocio
Hace ya algunos años propuse la organización en Cáceres, bajo el lema Extremadura, territorio de creación, de un encuentro literario con escritores que, por diversas circunstancias, habían elegido esta tierra para vivir temporalmente y escribir desde aquí. Ocurrió con Bernardo Atxaga —que iba a ser uno de los participantes de aquel ciclo nunca celebrado—, porque redactó buena parte de su novela El hombre solo (Barcelona, Ediciones B, 1995), en la casa de su amigo el exfutbolista de mi Athletic Club, y entrenador y fotógrafo, Ernesto Valverde, en Viandar de la Vera, donde vivió el vasco de Asteasu durante seis meses. Me impresiona que hayan pasado veinticinco años de la publicación de aquella novela y de mi propuesta de una actividad en la que quería que participasen también Rafael Sánchez Ferlosio, por su vinculación con Coria, Andrés Trapiello y su territorio de creación en Las Viñas, que es como el mirador exterior de su Salón de pasos perdidos como diario y novela en marcha, y Rafael Chirbes, que se vino a Valverde de Burguillos y ahí vivió durante una docena de años. Este era el elenco —Bernardo Atxaga, Rafael Chirbes, Rafael Sánchez Ferlosio y Andrés Trapiello— que también propuse en 2006 —sin éxito, por razones que ahora no vienen al caso— entre la programación de actividades de la bien temprana candidatura de Cáceres como Capital Europea de la Cultura 2016. Hoy, cuando ya no es posible contar con Ferlosio ni con Chirbes, sumaría un nombre más: Julio Llamazares. El País Semanal acaba de dar un adelanto de su libro Primavera extremeña. Apuntes del natural (Madrid, Alfaguara, 2020), que habrá que esperar a leer hasta el próximo jueves 19, cuando se anuncia su puesta a la venta. Desde el mismo entorno que el lagar de Trapiello, el autor de La lentitud de los bueyes (León, Colección Provincia, 1979) nos regala la crónica real y sentimental de un tiempo difícil desde marzo a mediados de junio de este 2020 en un paisaje muy nuestro del que un vecino ilustrado, Konrad Laudenbacher, que fue conservador jefe y restaurador de la Pinacoteca Nueva de Múnich, hizo una acuarela al natural que es la base del texto que yo he leído hoy en El País y que será la del libro que mañana saldré a reservar en mi librería para darme el gusto de no tener que pedirlo a una gran compañía por internet. Llamazares relata la circunstancia que le trajo a Extremadura justo el día anterior a la declaración del estado de alarma y describe muy bien el paisaje natural, pero también sentimental y sensitivo, del entorno en el que ha pasado con su familia varios meses en uno de los más expresivos ejemplos de cómo un escritor levanta la cabeza del cuaderno o de la pantalla del ordenador para escribir que «Tormentas, lluvias, nubes de paso o agarradas a las montañas durante días, arcoíris de circunferencia inmensa, brillos de todos los tonos dejaron paso a una profusión floral que llenó la sierra de mil colores y de una gama de verdes que iba de un extremo a otro de la paleta sin dejar ninguno: del verde claro de la hierba nueva o de las hojas de los madroños y los membrillos al luminoso de los olivos y al casi negro de las encinas. Y sobre ellos, un millón de pájaros que iban y venían continuamente de un lado a otro disfrutando de la soledad de un campo que nunca habían conocido así. Y lo mismo pasaba con las mariposas, los insectos y los reptiles, dueños de un campo vacío que sólo compartían con los corzos y con los animales domésticos, ovejas y caballos principalmente, que pastaban tranquilamente en las fincas ajenos a nuestras preocupaciones». Para los que vivimos aquí son muy obsequiosas las palabras de Llamazares sobre nuestro entorno; pero si no he interpretado mal, es mucho más lo que esta tierra, este paisaje y esta soledad del campo con sus mariposas le ha dado a él para vivir, aunque sea unos meses, y escribir, aunque solo sean unas páginas, por estos lares. Unas páginas que yo espero que pueda presentar aquí cuando todo lo peor haya pasado. Territorio de creación.