Si algo bueno tiene Downrange es que no tarda demasiado en entrar en materia. Si algo malo tiene Downrange es que luego tampoco tarda mucho en aburrir al personal. El film desaprovecha su inicio trepidante para convertirse poco después en una experiencia soporífera y carente de cualquier tipo de tensión.
Si hay algún cliché que odie de la crítica cinematográfica es la manida frase de «esta idea daba, como mucho, para un corto y poco más», porque normalmente suele ser una mentira como una catedral. No son pocos los largometrajes que, sobre el papel, pueden parecer ideas pésimas para sostener hora y media que al final nos han dejado con el culo torcido. Obras como Saw, Buried o 127 horas consiguen que premisas a priori muy limitadas nos mantengan en vilo y entretenidos como si se tratase del blockbuster más palomitero producido por Michael Bay.
Downrange intenta jugar en esta misma liga, sirviéndose de una sola localización para sembrar el caos sobre sus personajes. Y la idea —un francotirador muy chungo cepillándose a tiros a un grupo de jovenzuelos atrapados en medio de una carretera semi-desierta— no es mala, pero por desgracia el desarrollo deja mucho que desear.
Lo que sí puedo decir es que esto no es culpa de su director. Ryûhei Kitamura se deja, sin lugar a dudas, los huevos detrás de las cámaras. Las pocas set-pieces que tiene el film resultan verdaderamente espectaculares y están repletas de imágenes icónicas. Nos encontramos ante un ejercicio de estilo de lo más resultón que destaca por abrazar sin complejos un repulsivo gore asiático que parece diseñado para asquear al espectador con el estómago más sensible.
Entiendo entonces que el responsable de los males de la cinta es el guionista Joey O’Bryan, incapaz de escribir unos personajes lo suficientemente interesantes como para mantener el interés durante las escenas más pausadas en las que no corra la sangre a borbotones. Hay que decir que los intérpretes tampoco parecen muy entregados a la causa. No es que trabajen aquí con el mejor material posible, pero echarle un poquito de ganas al asunto no habría venido mal.
Lo que más rabia me da es tener la certeza de que, si el ritmo fuera más consistente, Downrange podría ser tranquilamente una película de culto de esas imprescindibles en cualquier maratón de cine jodido. Cuando pasan cosas, son dignas de aplauso y dejan al espectador ojiplático. Lo malo es que no suelen pasar muchas cosas. El contraste entre molonidad y tedio es demasiado acusado. Y cuando hay más de lo segundo que de lo primero, uno se pregunta si quizá habría salido más a cuenta pasar de ver la película y buscar directamente sus mejores escenas en clips de Youtube.
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