Revista Cultura y Ocio

Tesoro – Héroes Del Silencio

Publicado el 30 septiembre 2021 por Srhelvetica

Yo hubiera podido salvarlo. Todo el drama se resume en esta frase que escribo, siglos después, con mano temblorosa. Hubiera dependido de mí que Girolamo se salvara. Y de mi abuela también, si hubiera alertado a los servidores. Yo hubiera podido llegar a la piedra casi sumergida que se iba enrojeciendo de sangre y junto a la cual su pelo flotaba, abierto, desflecado, como un alga oscura y bermeja. Nos imploró con los ojos agrandados por el terror y por el sufrimiento. Alcé los míos hasta los de mi abuela, que en la altura, vestida de blanco, se encendía de fulgor diamantino, como una diosa de esos lugares, venida de las tumbas en las que se abrazaban los luchadores ocres, y vi cómo estiraba una mano, para retenerme, y cómo se llevaba la otra a los labios, para imponerme silencio. Nos observamos apenas el espacio de una chispa y eso bastó. El caballo braceaba y galopaba a la distancia. Un pájaro, un mirlo, se paró en una rama y rompió a cantar. Era el mismo canto que yo había oído, años atrás, en la ventana del desván de Bomarzo, cuando Girolamo y Maerbale me ataviaron de mujer, y que me había evocado entonces, en medio de la congoja, al paisaje querido que había visto florecer mi alma. Mientras el mirlo hacía espejear sus plumas renegridas y continuaba desgranando las clarísimas notas, ausente del horror como un poeta hechizado, aquella escena distante volvió a mí con toda su desesperación, llamada por los trinos que no me hablaban ahora de la placidez estática del sitio sino de la incompasión de mi hermano brutal. Cerré los ojos un segundo, tiritando en el agua, y cuando los reabrí observé que Girolamo se esforzaba por aferrar sus dedos crispados a la roca y que luego, vencido, se abandonaba a la corriente, braceaba con inútil empeño y se sumergía en la marcha del río. Sólo en ese instante elevé mi voz ronca cuanto pude, y la de mi abuela le hizo eco en la orilla. Atraíamos a los criados cuando ya era tarde. El mirlo, temeroso, vaciló. Desvió hacia Diana Orsini el ojo amarillo, las patas amarillas, amarillas como las piernas delgadas de Girolamo que pronto flotarían, como dos largos peces muertos, en la irisación de su mortaja líquida y, rayando de negro el aire, el pájaro se echó a volar. El caballo, loco, huía también hacia la cima de Bomarzo.

Bomarzo, Manuel Mujica Lainez

Publicado en: Canciones EscondidasEtiquetado: 1993, El Espíritu Del Vino, EMI, Héroes Del Silencio, RockEnlace permanenteDeja un comentario

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