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Testimonios sobre la ejecución de Luis XVI

Por Creartehistoria @createhistoria

Momento histórico. Ilustración de la ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, en la Plaza de la Revolución de París. Al soberano se le permitió llegar en carroza escoltada, pero no dirigirse al público. Sus últimas palabras fueron: “Pueblo de Francia, muero inocente”.

Momento crucial de la Revolución Francesa.
Ilustración de la ejecución de Luis XVI. Al soberano se le permitió llegar en carroza escoltada,
pero no dirigirse al público. Sus últimas palabras fueron "Pueblo de Francia, muero inocente". 


El 20 de enero de 1793, la Convención Nacional ordenó que Luis XVI se ejecutará al día siguiente. A la mañana siguiente el sacerdote, Henry Essex Edgeworth, acompañó al rey en las 2 horas previas a su ejecución. Lo que sigue son observaciones de Edgeworth escrita posteriormente en sus memorias.
"El rey, al verse sentado en el coche, donde no podía hablarme a mí, ni que le hablen sin testimonio, guardó un profundo silencio. Le presenté mi breviario, el único libro que tenía conmigo, y él pareció aceptarlo con mucho gusto: parecía ansioso... debo señalar que los salmos eran los más adecuados para su situación y él les recitaba con atención conmigo. Los gendarmes, sin hablar, parecían asombrados y confundidos a la piedad tranquilo de su monarca, a los que nunca se había acercado, sin duda, antes tan cerca. La procesión duró casi dos horas, las calles estaban llenas de ciudadanos, todos armados, algunos con picas y algunos con armas de fuego, y el coche estaba rodeado por un cuerpo de tropas, formadas por la gente más desesperada de París.  Como otra precaución, le habían puesto delante de los caballos una serie de tambores, la intención de ahogar cualquier ruido o murmullo en favor del rey, pero ¿cómo iban a ser escuchado?... El carro procedió así en silencio a la plaza de Luis XV, y se detuvo en medio de un gran espacio que había quedado todo el andamio: este espacio estaba rodeado de cañones, y más allá, una multitud armada se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Tan pronto como el rey entendió que el coche se detuvo, dio media vuelta y me susurró: "hemos llegado, si no me equivoco". Mi silencio respondió que estábamos. Uno de los guardias vino a abrir la puerta del coche, y los gendarmes se han saltado, pero el rey los detuvo, y apoyando su brazo sobre mi rodilla, "Señores,-dijo-, con el tono de majestad... Tan pronto como el rey había dejado el coche, tres guardias lo rodearon, y le habría quitado la ropa, pero él los rechazó con altivez-, se desnudó, se desató la corbata, se abrió la camisa, y organizó él mismo. Los guardias, a quien el rostro decidido de el rey había desconcertado por un momento, pareció recuperar su audacia... El camino que conduce al cadalso fue muy áspero y difícil de pasar, y el rey se vio obligado a apoyarse en mi brazo, y de la lentitud con que procedió, temí por un momento que su valor puede fallar, pero cuál no sería mi asombro, cuando llegó en el último paso, sentí que de repente se soltó mi brazo, y le vi cruzar con un pie firme la amplitud de todo el andamiaje, el silencio, por su sola apariencia, quince o veinte bidones que fueron colocados frente a mí , y en voz tan alta, que debe de haber sido oído el Tournant Pont, le oí pronunciar claramente estas memorables palabras: "Muero inocente de todos los delitos previstos a mi cargo, perdonaré a los que han causado mi muerte..." Él se estaba realizando, cuando un hombre a caballo, vestido con el uniforme nacional, y con un grito feroz, ordenó a los tambores de superar. Muchas voces al mismo tiempo se oyó alentar a los verdugos. Que... lo arrastró bajo el hacha de la guillotina, que con un solo golpe le cortó la cabeza de su cuerpo. Todo esto pasó en un momento. El más joven de los guardias, que parecían unos dieciocho años, de inmediato se apoderó de la cabeza, y se lo mostró a la gente mientras caminaba alrededor del cadalso; acompañó a esta ceremonia monstruosa con los gestos más atroces e indecentes. En un primer momento un terrible silencio prevaleció al fin algunos gritos de "¡Viva la República!" fueron escuchadas. Poco a poco las voces se multiplicaron y en menos de diez minutos este grito, mil veces repetida se convirtió en el grito universal de la multitud, y todos los sombreros en el aire. "
(Edgeworth, Henry en Thompson, JM, Los Testigos ingleses de la Revolución Francesa, 1938 -Memorias publicado originalmente 1815-)
Así guillotiné a Luis XVI  Henri Sanson era hijo, nieto y bisnieto de verdugos. Mató a 2.918 personas, entre ellas a María Antonieta, Robespierre y Luis XVI. Pero la ejecución de este último (1793) le conmovió tanto que escribió unas cartas para contar su ejemplar comportamiento sobre el patíbulo.
El verdugo de Luis XVI se indignó al leer que los periódicos jacobinos atribuían al rey haberse comportado como un cobarde en el cadalso. No era verdad que fuera conducido por la fuerza a la guillotina con una pistola en la nuca, ni que el Borbón hubiera gritado de miedo como una gallina cuando ajustaron su cuello en el hueco de la decapitación. Era mentira que la ejecución hubiera degenerado en una escabechina por la impericia del ejecutor. "El rey afrontó toda aquella situación con una compostura y un temple que nos dejó atónitos a cuantos allí nos encontrábamos. Sigo convencido de que aquella firmeza suya la había extraído de los principios de la religión". Habla Charles Henri Sanson, otorgándose a título expiatorio un lugar pasivo en el ceremonial regicida. Se encontraba allí como tantos otros franceses, pero nadie si no él tenía la responsabilidad de manejar la guillotina sobre la cabeza de Luis XVI aquella mañana opaca de 1793. "Su Majestad subió al patíbulo", continúa la carta, "y quiso abalanzarse sobre la parte frontal como si pretendiera pronunciar un discurso. Se le dijo que aquello no era posible. Entonces se dejó conducir hasta el lugar donde fue atado, desde donde exclamó con voz muy alta: ‘Pueblo de Francia, muero inocente’. Después, volviéndose hacia nosotros, dijo: ‘Caballeros, soy inocente de todo cuanto se me ha acusado. Desearía que mi sangre sirviera para consolidar sobre ella la felicidad de todos los franceses". La letra de Charles Henri Sanson es pareja, ordenada, pulcra. Ocupa unos folios espesos y amarillentos, aunque la tinta se ha apagado con el transcurso de los años, exactamente igual que sucede al sello rojo del lacre. Llama la atención la obsesión informativa del verdugo... Parece haber escrito un informe policial. "Cuando descendió de su carroza para la ejecución, le dije que tenía que despojarse de su hábito", narra Sanson en el manuscrito. "Me dio a entender que no quería hacerlo, pero finalmente accedió. También se resistió a que le atáramos las manos. Y preguntó si era necesario que los tambores redoblaran todo el tiempo. Se le dijo que no sabíamos". El rey tuvo que someterse a la vergüenza que suponía dejarse cortar el cabello por el ayudante del verdugo. Había 100.000 personas contemplando la escena, casi siempre en silencio, aunque "de vez en cuando prorrumpían desde el gallinero las consignas justicieras: "¡Muerte a Luis XVI!". Charles Henri Sanson estaba seguro de que finalmente se iba a producir la liberación del monarca. Imaginaba que sus leales lograrían llevárselo del patíbulo. Quizá porque el rescate le hubiera permitido al verdugo abstenerse de actuar contra su voluntad. Nunca como entonces maldijo su profesión. Nunca como aquella mañana regresó tan abatido ni avergonzado a su casa.  Era hijo de verdugo, nieto de verdugo, bisnieto de verdugo. Todo porque el primer Sanson llamado a manejar el hacha y los útiles de tortura hubo de satisfacer el chantaje de su suegro a cuenta de un pecado de amor. Sucedió en 1688, cuando Charles Sanson I fue sorprendido en actitudes pecaminosas con mademoiselle Margarita. El desliz precipitó la solución tradicional del matrimonio, pero el padre de la futura esposa, conocido con el apelativo de "maestro Jouënne", exigió la condición de que el marido "heredaría" la antiquísima profesión de verdugo en la ciudad de París. Se trataba de un trabajo bien remunerado y extraordinariamente impopular. No sólo porque el bourreau -el denigrante término en francés que además de verdugo significa burro de carga-, vivía del dolor y del pavor ajeno. También porque buena parte de sus recursos provenía de una cuota impositiva "en género" que debían pagar los comerciantes, los fruteros, los campesinos y demás del Tercer Estado. Charles Sanson, orgulloso de su pasado militar, aprendió el oficio con habilidad en compañía del suegro. Era bastante diestro en la técnica de la decapitación con la espada, pero también había adquirido una singular eficacia en la tarea de administrar las torturas y los suplicios... Semejantes medidas disciplinarias solían aplicarse en presencia del público, aunque los ceremoniales más concurridos era la aplicación exhibicionista de la pena capital en las plazas mayores. Era entonces cuando Charles Sanson adquiría plena consciencia de que el oficio de verdugo equivalía a la mayor degradación humana expresamente consentida por la ley...  Exigió que las autoridades sustituyeran el término de bourreau por el de ejecutor... "Si los verdugos somos una vergüenza, no deberíamos existir. Y si somos necesarios, que se nos trate con el respeto de tales. Por favor". "En un instante el rey fue ajustado bajo la plancha fatal. Y en el momento en que la cuchilla iba a caer sobre su cabeza, tuvo tiempo de escuchar la voz del sacerdote que le había asistido en el cadalso. Le decía: ‘Hijo de San Luis, mirad al cielo’". La posición del cuerpo se lo impedía, pero el ejecutor hizo cuanto pudo para garantizar que Luis XVI pudiera instalarse a título póstumo en la bóveda celeste. También ocupándose anualmente de pagar una costosa misa para el sufragio del alma del Borbón decapitado.
Datos extraídos de:
http://www.historywiz.com/frenchrev.htm
http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2006/349/1149272194.html
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