Revista Cine
Le había perdido la pista a James Wan, tras ver dos de sus primeras películas: la exitosa Saw (convertida en un título de culto que ha deparado secuelas discutibles) y Sentencia de muerte (una interesante cinta de serie B donde explotaba el género de los justicieros urbanos a lo Charles Bronson). Así que no he visto, de momento, Silencio desde el mal y su celebrada Insidious, de la que pronto estrenará una segunda parte.
En The Conjuring, su nueva y terrorífica propuesta, Wan explota todos los guiños y tópicos a los que el género nos tiene acostumbrados: muñecas que se mueven, puertas que chirrían, apariciones nocturnas, niños que ven a otros niños “invisibles”, siluetas en las ventanas, posesiones demoníacas y sótanos llenos de telarañas. La diferencia fundamental, y la razón por la que The Conjuring va a ocupar un lugar preferente de "peli de culto instantáneo" (del estilo de Al final de la escalera o El exorcista), es la cámara. La mirada del director. Su puesta en escena y su planificación. Y cómo ese director va “creando” un clima de tensión, amenaza y suspense que condiciona poco a poco al espectador. Mientras veía algunos de los tópicos presentes en el filme, me pregunté por qué en esta ocasión estaba más tenso que otras veces, por qué tenía algo de miedo. Y la respuesta acudió de inmediato, a poco que uno se fije: es, como digo, la cámara. James Wan apuesta por planos generales, con una cámara que parece el ojo de un voyeur, que va siguiendo despacio a los personajes, que avanza o retrocede con ellos (volvemos a citar aquí El resplandor y la planificación ejemplar de Stanley Kubrick). Se sirve más de los silencios que de la música atronadora y de los golpes de efecto. Sugiere antes de mostrar. Y hace algo que siempre funciona: que sus protagonistas cuenten el origen del terror que están sufriendo, en este caso una historia que atañe a una bruja (una historia antigua, casi una leyenda, que relaciona homicidios y posesiones, como ya hacían en Poltergeist o Cementerio de animales), historia que suele condicionarnos de cara al desarrollo del clímax. Aplaudo The Conjuring, también, porque me ha devuelto a las mismas sensaciones que tuve cuando era niño y vi Terror en Amtyville; eso, en cuanto al pasado; en cuanto al presente, ha conseguido algo que no me pasaba desde hace años: que, mientras escribo estas líneas, solo en casa, de vez en cuando mire por encima de mi hombro.