
Para muchos la nueva serie de Hulu, The Handmaid’s Tales, es la serie del año y de las mejores del último tiempo. A mí que siempre me ha gustado poner paños fríos cuando explotan estas reacciones a lo largo y ancho de las redes sociales, me resulta imposible negar que la ficción basada en el libro de Margareth Atwood tiene todos los elementos que requiere una ficción de éxito en estos tiempos: el tema es de candente actualidad en Estados Unidos (el triunfo de los sectores más añejados de la sociedad de la mano de Trump ha generado miedos en esta dirección); la distopía machista que retrotrae la sociedad a cierto oscurantismo, sumado al hecho de que la obra literaria en que se basa es de los 80, permite discutir el feminismo en base a fórmulas menos polémicas y con menos capacidad de molestar a alguien; y además la producción es de primer nivel, siendo la pomposa puesta en escena lo que más le da cierto barniz de producción importante. Es obvio que, al igual otras series hermanas que han sido criticadas por mí como American Gods y Westworld, es una serie que está comercialmente preparada para que un público muy específico la reciba con vítores y la difunda como producto de diferencial calidad. Más allá de que siempre soy enemigo de estas tendencias de la industria, y más allá de que no estoy nada de acuerdo con quienes dicen que estamos ante una serie de calidad extraordinaria, creo que The Handmaid’s Tale sí logra ser un producto valioso dentro de estos límites y que está muy bien que se la esté levantando como bandera de la causa feminista en el más feminista de los años de producción televisiva norteamericana.
En The Handmaid’s Tale afrontamos una distopía en la cual, debido a problemas mundiales que apenas logramos vislumbrar, pero que mucho tiene que ver con una plaga de infertilidad en las mujeres, un grupo religioso logra hacerse con el poder en Estados Unidos y cambiar por completo la vida de las personas en aquella “tierra de libertad”. La narración es bastante convencional, siguiendo la moda del flashback para contar la vida personal de la protagonista. Con un montaje impecable y un manejo soberbio del ritmo y la dosificación de información, vamos descubriendo cómo funciona ese mundo: empezamos con una primera mirada a un mundo cerrado de clase alta (compuesta por la familia tradicional y la “criada”, nombre que recibe aquella mujer fértil secuestrada por el estado y destinada a la familia para conseguir el deseado hijo, al mejor estilo de Agar la esclava de Sara y Abraham), y vamos descubriendo un amplio mundo donde existen los rebeldes, los marginales y las comunidades vecinas, las cuales orbitan alrededor de la principal que ha logrado obtener el poder debido al control de las mujeres como objetos de intercambio. Como toda distopía comercial que se precie, tiene sus imágenes horribles y su intensidad dramática correspondiente, sin embargo hay mucho más en esta producción para rascar una vez que pasamos lo superficial.




Si fuera quien la va a enfrentar por primera vez, no la encararía como la gran producción de los últimos años que muchos están vendiendo, sino más relajadamente como un producto digno. Si la serie de Hulu es un acontecimiento este año, seguro que no es por lo que aporta al inmenso acervo de la burbuja televisiva estadounidense, sino por lo inteligente y desafiante de cada uno de sus planteos y por el contundente cuestionamiento político a una realidad más cercana de lo que se intuye, a unos miedos del pasado que se han vuelto muy presentes. No hay nada rupturista en esta ficción; no lo necesita. Además… ¡Que estamos en el año de Twin Peaks! Las palabras “mejor serie de los últimos años” deberían quedar temporalmente prohibidas.
